sábado, 24 de mayo de 2008

¿Todos somos copy cats?

Picasso, Guadalupe Loaeza, Avril Lavigne, Toshiba, un simple estudiante y hasta reconocidos publicistas tienen algo en común: han sido acusados de plagio. En plena era digital, prácticamente todos lo hemos sufrido.

Un buen artista es aquel que plagia sin ser descubierto:
un ladrón de guante blanco: Samy Benmayor


Picasso, Guadalupe Loaeza, Avril Lavigne, Toshiba, un simple estudiante y hasta reconocidos publicistas tienen algo en común: han sido acusados de plagio. En plena era digital, hoy más que nunca, o al menos eso es lo que percibimos, prácticamente todos los sectores de la sociedad han sufrido de algún tipo de plagio.

Con el surgimiento de las nuevas tecnologías de la información, de una sociedad con más acceso al conocimiento y de una población mejor intercomunicada, es más común darnos cuenta de que vivimos en un mundo donde el copy-paste está a la orden del día.

Lejos estamos de concebir al viejo autor en solitario, aquél que creaba obras por sus propios medios. Hoy coexistimos con una redefinición de su función que consiste en hacerse pasar como el autor de algo que él no ha hecho y que es resultado del trabajo escrito o creativo, total o parcial, de alguien más.

En el mundo académico el plagio es una práctica generalizada. Las estadísticas muestran que cuatro de cada cinco estudiantes han recurrido al “cortar y pegar” para realizar algún trabajo escolar, mientras que nueve de cada diez maestros se han enfrentado a este problema. En este ámbito, este tipo de actividades se considera como deshonestidad e incluso fraude. No por algo han aparecido, principalmente en universidades de países desarrollados, programas y mecanismos de detección de trabajos que no son precisamente los del estudiante en cuestión. Turnitin es uno de estos softwares.

Prácticamente en todo el globo, las universidades han instaurado políticas antiplagio y establecido sanciones que van desde una simple amonestación hasta la expulsión definitiva del colegio. Aunque como diría la guía de un curso de una universidad australiana: “El concepto de plagio varía de país en país y de universidad a universidad”.

Pero esta concepción de autoría, de propiedad de la información y de la creación nunca fue tan evidente o, al menos, eso es lo que dicen los expertos. Para algunos el concepto de autoría está histórica y culturalmente determinado. Michel Foucault, en su ensayo ¿Qué es un autor?, plantea que la función de éste varía de época en época. Para ejemplificar esto, recurre a muchas tradiciones y culturas indígenas en donde la orientación colectivista contradice cualquier noción de autoría individual. El filósofo francés comenta que este tipo de culturas no tenía ninguna noción de que sus historias, canciones y relatos fueran propiedad de una persona, sino que pertenecían a la colectividad.

Según la historia, las primeras acusaciones de plagio, visto como un fenómeno perjudicial, provienen del mundo literario. La noción del individuo como autor y creador de la propiedad intelectual data de comienzos del siglo XVIII y es originaria de Europa. La idea de un creador individual surge durante la época en que convergen un nuevo sistema económico, el capitalismo y un nuevo medio: la prensa.

Ronald Bettig apunta en su libro Copyright Culture que, ciertamente, la prensa escrita jugó un papel importante en el desarrollo de este concepto ya que fue una de las principales herramientas explotadas por los capitalistas. El poeta satírico Martial fue uno de los primeros en utilizar el concepto de plagio al acusar a uno de sus amigos de apropiarse de una de sus obras. Por su parte, Diderot definió al plagio como “el delito más grave que puede encontrarse en la República de las Letras”. Pero, ¿hasta qué punto el derecho de autor no se convierte en mera individualidad?

La propiedad intelectual se define como la propiedad de elementos como el conocimiento, las ideas y la producción cultural. Esto incluye desde canciones, textos, películas, grabaciones, software e incluso componentes químicos o genéticos. La posesión de la propiedad intelectual tiene un significado económico importante.

Para el artista plástico visual chileno, Samy Benmayor, un buen artista es aquél que plagia sin ser descubierto: un ladrón de guante blanco. Los cambios tecnológicos han provocado modificaciones tanto en el régimen de propiedad intelectual como en el de nociones de autoría. La idea del artista como un genio original ya no es posible en esta época, ahora el autor crea a través de los múltiples estilos que existen. En esta era lo que hace el artista es modificar, procesar o manipular la información y los materiales.

En la música sucede algo similar. Los trabajos musicales de hoy se componen de lo que Roland Barthes delimita como una “serie de citas”, es decir, de varios fragmentos de distintos trabajos. La práctica del “remixeo” enfatiza la importancia del autor original y evalúa el proceso por el cual la canción muta mientras se mueve a través de las mezclas.

En palabras de Benmayor “el artista, el buen artista, no es más que un ladrón capaz de transformar su botín en un tesoro aún más rico y valioso, condenado a ser robado a su vez, para ser enriquecido y hurtado progresivamente en una espiral de creatividad, goce y conocimiento que se expande y expandirá hasta el infinito. Ser ‘ladrón’ o ‘pirata’ en el arte no es malo, es en este sentido natural, algo casi ‘robinhoodiano’”.
Fuente: http://tva.com.mx/

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