Epigmenio Carlos Ibarra
Milenio/2 de julio de 2010
A sangre y fuego irrumpió el crimen organizado en el proceso electoral que culmina el próximo domingo. Aunque actuó ejecutando al candidato priista a gobernador y a parte de su equipo de campaña, en Tamaulipas, estado de la República que tiene prácticamente bajo su control, las consecuencias de ese atentado habrán de sentirse, de alguna forma, en las 14 entidades donde se celebran comicios.
Hace valer así el narco su poder de veto, con balas y no votos, sobre la precaria e incipiente democracia mexicana y es éste, me temo, el asesinato de Rodolfo Torre Cantú, sólo el principio.
A los atentados contra jefes estatales y municipales de seguridad pública y policía, a los asesinatos de alcaldes y otros funcionarios menores se suma ahora esta nueva acción criminal sobre un objetivo político de importancia estratégica.
Escala así el narco la violencia y, al tiempo que sus balas alcanzan, por primera vez, a la élite política, manda con ellas un mensaje muy claro a los votantes de zonas cada vez más amplias del país donde opera con casi total impunidad; salir a votar, dice a los ciudadanos indefensos, y ya desde antes atemorizados, puede costarte la vida.
Así como aprendieron los narcos mexicanos el arte de la decapitación y la tortura mediática gracias a los videos subidos a Youtube por los fundamentalistas islámicos, aplican ahora las enseñanzas del capo colombiano Pablo Escobar Gaviria.
Asesinó Escobar, además de ministros de gobierno y jueces, a tres candidatos presidenciales. Impuso así su agenda al gobierno y lo obligó —utilizando también explosivos, “la bomba atómica del pueblo”, le decía el capo colombiano a la dinamita, en edificios oficiales y sitios públicos— a sentarse a negociar con él.
¿Qué quieren los narcos mexicanos? ¿Cuál es su agenda? ¿Alguien en el Estado mexicano la conoce? ¿Han hecho a algún funcionario civil o militar demandas concretas que aún no conocemos? ¿Qué pretenden con atentados como el de Torre Cantú? ¿Buscan algún tipo de negociación? ¿Podría estar conectado este atentado con el secuestro de Diego Fernández de Cevallos? ¿Preparan otras acciones contra miembros de la clase política?
Hay evidentemente, al menos en las de algunos de los grupos más poderosos del crimen organizado, un diseño político en sus acciones que antes no parecía propio de su naturaleza meramente criminal y que sugiere la existencia de un cuerpo de doctrina y una concepción estratégica dentro de ellos.
De esto hablan el objetivo seleccionado y el sentido de oportunidad con el que actuaron.
Para sembrar pánico y caos y cuestionar la eficacia de las autoridades civiles y militares (algo que ya han conseguido de sobra), y eliminar a sus competidores, no necesitan atacar los capos a miembros de la élite política y sobrecalentar, por la necesaria e inmediata reacción gubernamental, la plaza.
No se trata pues de la acción meramente delincuencial, del ajuste de cuentas, de la venganza y los crímenes ejemplares típicos de la narcoviolencia tantas veces debida a los arranques de cólera y a la crueldad proverbial de sus capos o a intereses meramente comerciales. Hay frialdad y lógica en este golpe.
Podían haber golpeado antes; el control territorial, la capacidad de maniobra, el poder de fuego, la base social y el acceso a la información privilegiada para operar con la que cuentan se los hubiera permitido.
Esperaron, sin embargo, al momento final de las campañas para que el impacto del crimen estuviera presente y vivo en el ánimo de los votantes y para —creo que éste es un objetivo secundario— reducir el margen de acción de la clase política.
También podían haber matado al candidato del PAN y no lo hicieron. Al tiempo que eliminaron al seguro vencedor de la contienda sembraron la discordia entre el PRI y el PAN; sacudieron de raíz el cogobierno virtual entre estos dos partidos que, por el escándalo de las alianzas y luego por el de las grabaciones, ya estaba fracturado.
Así como los estrategas militares consideran los efectos sicológicos de sus operaciones, los narcos, al golpear al PRI en el marco del ya por sí enrarecido marco de la campaña electoral, apuestan también a consumar el desprestigio de los partidos.
Siembran en la opinión pública, tan afecta al sospechosismo, la percepción de que pudo haberse tratado de un truco sucio más del poder y que —como el propio gobernador de Tamaulipas lo sugiere— se trata de un crimen político; es decir, de un crimen ejecutado por políticos que usan al narco como coartada.
La guerra no declarada que desde hace dos años libra Felipe Calderón, y que ha puesto sobre las armas a más de la mitad de las fuerzas armadas, no parece haberlos colocado en la posición de desventaja estratégica y desesperación a la que aluden los informes oficiales. Al contrario.
Se atreven hoy los narcos a desafiar directamente al gobierno, que es el que, a juzgar por su respuesta, por la vacuidad del discurso e incluso por el testimonio gráfico del gabinete de seguridad nacional acompañando al Presidente, es presa del derrotismo y la desesperación.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com/
Milenio/2 de julio de 2010
A sangre y fuego irrumpió el crimen organizado en el proceso electoral que culmina el próximo domingo. Aunque actuó ejecutando al candidato priista a gobernador y a parte de su equipo de campaña, en Tamaulipas, estado de la República que tiene prácticamente bajo su control, las consecuencias de ese atentado habrán de sentirse, de alguna forma, en las 14 entidades donde se celebran comicios.
Hace valer así el narco su poder de veto, con balas y no votos, sobre la precaria e incipiente democracia mexicana y es éste, me temo, el asesinato de Rodolfo Torre Cantú, sólo el principio.
A los atentados contra jefes estatales y municipales de seguridad pública y policía, a los asesinatos de alcaldes y otros funcionarios menores se suma ahora esta nueva acción criminal sobre un objetivo político de importancia estratégica.
Escala así el narco la violencia y, al tiempo que sus balas alcanzan, por primera vez, a la élite política, manda con ellas un mensaje muy claro a los votantes de zonas cada vez más amplias del país donde opera con casi total impunidad; salir a votar, dice a los ciudadanos indefensos, y ya desde antes atemorizados, puede costarte la vida.
Así como aprendieron los narcos mexicanos el arte de la decapitación y la tortura mediática gracias a los videos subidos a Youtube por los fundamentalistas islámicos, aplican ahora las enseñanzas del capo colombiano Pablo Escobar Gaviria.
Asesinó Escobar, además de ministros de gobierno y jueces, a tres candidatos presidenciales. Impuso así su agenda al gobierno y lo obligó —utilizando también explosivos, “la bomba atómica del pueblo”, le decía el capo colombiano a la dinamita, en edificios oficiales y sitios públicos— a sentarse a negociar con él.
¿Qué quieren los narcos mexicanos? ¿Cuál es su agenda? ¿Alguien en el Estado mexicano la conoce? ¿Han hecho a algún funcionario civil o militar demandas concretas que aún no conocemos? ¿Qué pretenden con atentados como el de Torre Cantú? ¿Buscan algún tipo de negociación? ¿Podría estar conectado este atentado con el secuestro de Diego Fernández de Cevallos? ¿Preparan otras acciones contra miembros de la clase política?
Hay evidentemente, al menos en las de algunos de los grupos más poderosos del crimen organizado, un diseño político en sus acciones que antes no parecía propio de su naturaleza meramente criminal y que sugiere la existencia de un cuerpo de doctrina y una concepción estratégica dentro de ellos.
De esto hablan el objetivo seleccionado y el sentido de oportunidad con el que actuaron.
Para sembrar pánico y caos y cuestionar la eficacia de las autoridades civiles y militares (algo que ya han conseguido de sobra), y eliminar a sus competidores, no necesitan atacar los capos a miembros de la élite política y sobrecalentar, por la necesaria e inmediata reacción gubernamental, la plaza.
No se trata pues de la acción meramente delincuencial, del ajuste de cuentas, de la venganza y los crímenes ejemplares típicos de la narcoviolencia tantas veces debida a los arranques de cólera y a la crueldad proverbial de sus capos o a intereses meramente comerciales. Hay frialdad y lógica en este golpe.
Podían haber golpeado antes; el control territorial, la capacidad de maniobra, el poder de fuego, la base social y el acceso a la información privilegiada para operar con la que cuentan se los hubiera permitido.
Esperaron, sin embargo, al momento final de las campañas para que el impacto del crimen estuviera presente y vivo en el ánimo de los votantes y para —creo que éste es un objetivo secundario— reducir el margen de acción de la clase política.
También podían haber matado al candidato del PAN y no lo hicieron. Al tiempo que eliminaron al seguro vencedor de la contienda sembraron la discordia entre el PRI y el PAN; sacudieron de raíz el cogobierno virtual entre estos dos partidos que, por el escándalo de las alianzas y luego por el de las grabaciones, ya estaba fracturado.
Así como los estrategas militares consideran los efectos sicológicos de sus operaciones, los narcos, al golpear al PRI en el marco del ya por sí enrarecido marco de la campaña electoral, apuestan también a consumar el desprestigio de los partidos.
Siembran en la opinión pública, tan afecta al sospechosismo, la percepción de que pudo haberse tratado de un truco sucio más del poder y que —como el propio gobernador de Tamaulipas lo sugiere— se trata de un crimen político; es decir, de un crimen ejecutado por políticos que usan al narco como coartada.
La guerra no declarada que desde hace dos años libra Felipe Calderón, y que ha puesto sobre las armas a más de la mitad de las fuerzas armadas, no parece haberlos colocado en la posición de desventaja estratégica y desesperación a la que aluden los informes oficiales. Al contrario.
Se atreven hoy los narcos a desafiar directamente al gobierno, que es el que, a juzgar por su respuesta, por la vacuidad del discurso e incluso por el testimonio gráfico del gabinete de seguridad nacional acompañando al Presidente, es presa del derrotismo y la desesperación.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com/
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