Jesús Silva-Herzog Márquez
8 de noviembre de 2010
La paliza que recibió el presidente Obama el martes pasado tiene dimensiones históricas. No fue el coscorrón común que reciben los gobernantes estadounidenses a la mitad de su gobierno. Fue una auténtica tunda. En momentos en que el desempleo llega a los niveles más altos en un cuarto de siglo, el rechazo al partido en el gobierno era esperado. Los números registran un revés inusitado para un presidente y un castigo extraordinario para el Partido Demócrata. Para los miembros de ese partido hay muchos motivos de preocupación. Los vientos no solamente soplaron hacia la derecha, le arrebataron territorios tradicionalmente seguros y apartaron a simpatizantes fieles de sus filas. Los independientes, ese sector clave para la victoria de hace un par de años, se inclinó ahora por los republicanos. Tras aquella votación, algunos comentaristas se adelantaron a decretar un cambio tectónico en la política norteamericana. La victoria de los demócratas significaría un desplazamiento de las placas del subsuelo político. El cambio duró apenas unos meses. Ese país que se movía a la izquierda, se inclina ahora a la derecha. Interesante lección: en democracias son infrecuentes esos desplazamientos tectónicos que el análisis instantáneo se apresura a decretar. Impera, más bien, el capricho de los vientos.
La política puesta a prueba de su compleja ingeniería. La Casa Blanca en manos demócratas; la Cámara de Representantes con franca mayoría republicana y el Senado con una encogida mayoría demócrata. Lo único que salvó a los demócratas de la debacle, fue el haber logrado mantener el control del Senado. A los radicales del té y, en particular a Sarah Palin, deben ese obsequio. Sus ultras resultaron exitosos en las primarias pero fracasaron en la elección constitucional. No solamente ha habido en un franco desplazamiento a la derecha; también se ha atizado la polarización. Al tiempo que la cámara baja cambió de manos, también debilitó su centro. Los moderados fueron barridos por los radicales. El calendario parece ser también adversario de la moderación e, incluso, repelente a la colaboración con el Presidente Obama. Buena parte de los legisladores demócratas que enfrentan la perspectiva de su reelección en 2012, se ubican en distritos en donde la derecha se ha fortalecido recientemente. Tenderán, inevitablemente, a apartarse de la agenda del presidente. Tomemos nota para que no haya sorpresas si cambiamos nosotros. La reelección podrá tener muchas virtudes pero de ninguna manera asegura cooperación en el ámbito legislativo. La reelección también puede desalentar la cooperación cuando ésta resulta electoralmente costosa.
Se escucha en Estados Unidos la tentación de comparar esta elección con la del 94 cuando, el presidente Clinton recibió un revés en una elección semejante. El paralelo es interesante. Recuerda que las derrotas no son irreversibles y que una derrota a tiempo puede llegar a ser una bendición. Pero las diferencias son también notables. En primer lugar, el partido republicano no es el partido unificado que fue hace dieciséis años. No tiene el ansioso liderazgo que tenía bajo el diputado Newt Gingrich, convencido de que el voto le había dado un mandato claro para estrangular al demócrata al punto de cerrar el gobierno. La habilidad de Clinton y la torpeza de Gingrich dieron a los demócratas una nueva oportunidad con la reelección del sureño un par de años después de que se le daba ya por muerto. Hoy los republicanos están unidos solamente por su antipatía a Obama y unos cuantos lemas pero carecen de una agenda clara y de un liderazgo firme. Los radicales del té, exitosos para movilizar la desconfianza en el gobierno, difícilmente pueden conectar con el votante medio que es necesario para conquistar una elección nacional. En el flanco republicano hay famosos, pero no dirigentes. Más aún: parece que han estudiado también la lección del 94, por lo que no estarán en camino de obsequiarle a Obama sus tonterías.
La carrera sucesoria empezó el miércoles. Mal harían los demócratas si apuestan al error del adversario y no asumen el imperativo de cambiar y sobre todo, la urgencia de echar a andar la economía. Dos incógnitas se abren este interesante experimento: ¿qué uso darán los republicanos a su victoria? ¿Qué lecciones extrae el presidente de este revés? Si piensa Obama que el único problema que tiene es una mala comunicación está en el camino equivocado. Al reconocer su derrota, asumió responsabilidad y se expresó con humildad para reconocer el castigo de los votantes. No fue, sin embargo, particularmente autocrítico. Algún simpatizante en la prensa preguntaba, ¿dónde quedó el líder que nos fascinó hace pocos meses? Otro dijo: Obama perdió la voz. Si voz era lo único que tenía Obama, no tenía nada.
8 de noviembre de 2010
La paliza que recibió el presidente Obama el martes pasado tiene dimensiones históricas. No fue el coscorrón común que reciben los gobernantes estadounidenses a la mitad de su gobierno. Fue una auténtica tunda. En momentos en que el desempleo llega a los niveles más altos en un cuarto de siglo, el rechazo al partido en el gobierno era esperado. Los números registran un revés inusitado para un presidente y un castigo extraordinario para el Partido Demócrata. Para los miembros de ese partido hay muchos motivos de preocupación. Los vientos no solamente soplaron hacia la derecha, le arrebataron territorios tradicionalmente seguros y apartaron a simpatizantes fieles de sus filas. Los independientes, ese sector clave para la victoria de hace un par de años, se inclinó ahora por los republicanos. Tras aquella votación, algunos comentaristas se adelantaron a decretar un cambio tectónico en la política norteamericana. La victoria de los demócratas significaría un desplazamiento de las placas del subsuelo político. El cambio duró apenas unos meses. Ese país que se movía a la izquierda, se inclina ahora a la derecha. Interesante lección: en democracias son infrecuentes esos desplazamientos tectónicos que el análisis instantáneo se apresura a decretar. Impera, más bien, el capricho de los vientos.
La política puesta a prueba de su compleja ingeniería. La Casa Blanca en manos demócratas; la Cámara de Representantes con franca mayoría republicana y el Senado con una encogida mayoría demócrata. Lo único que salvó a los demócratas de la debacle, fue el haber logrado mantener el control del Senado. A los radicales del té y, en particular a Sarah Palin, deben ese obsequio. Sus ultras resultaron exitosos en las primarias pero fracasaron en la elección constitucional. No solamente ha habido en un franco desplazamiento a la derecha; también se ha atizado la polarización. Al tiempo que la cámara baja cambió de manos, también debilitó su centro. Los moderados fueron barridos por los radicales. El calendario parece ser también adversario de la moderación e, incluso, repelente a la colaboración con el Presidente Obama. Buena parte de los legisladores demócratas que enfrentan la perspectiva de su reelección en 2012, se ubican en distritos en donde la derecha se ha fortalecido recientemente. Tenderán, inevitablemente, a apartarse de la agenda del presidente. Tomemos nota para que no haya sorpresas si cambiamos nosotros. La reelección podrá tener muchas virtudes pero de ninguna manera asegura cooperación en el ámbito legislativo. La reelección también puede desalentar la cooperación cuando ésta resulta electoralmente costosa.
Se escucha en Estados Unidos la tentación de comparar esta elección con la del 94 cuando, el presidente Clinton recibió un revés en una elección semejante. El paralelo es interesante. Recuerda que las derrotas no son irreversibles y que una derrota a tiempo puede llegar a ser una bendición. Pero las diferencias son también notables. En primer lugar, el partido republicano no es el partido unificado que fue hace dieciséis años. No tiene el ansioso liderazgo que tenía bajo el diputado Newt Gingrich, convencido de que el voto le había dado un mandato claro para estrangular al demócrata al punto de cerrar el gobierno. La habilidad de Clinton y la torpeza de Gingrich dieron a los demócratas una nueva oportunidad con la reelección del sureño un par de años después de que se le daba ya por muerto. Hoy los republicanos están unidos solamente por su antipatía a Obama y unos cuantos lemas pero carecen de una agenda clara y de un liderazgo firme. Los radicales del té, exitosos para movilizar la desconfianza en el gobierno, difícilmente pueden conectar con el votante medio que es necesario para conquistar una elección nacional. En el flanco republicano hay famosos, pero no dirigentes. Más aún: parece que han estudiado también la lección del 94, por lo que no estarán en camino de obsequiarle a Obama sus tonterías.
La carrera sucesoria empezó el miércoles. Mal harían los demócratas si apuestan al error del adversario y no asumen el imperativo de cambiar y sobre todo, la urgencia de echar a andar la economía. Dos incógnitas se abren este interesante experimento: ¿qué uso darán los republicanos a su victoria? ¿Qué lecciones extrae el presidente de este revés? Si piensa Obama que el único problema que tiene es una mala comunicación está en el camino equivocado. Al reconocer su derrota, asumió responsabilidad y se expresó con humildad para reconocer el castigo de los votantes. No fue, sin embargo, particularmente autocrítico. Algún simpatizante en la prensa preguntaba, ¿dónde quedó el líder que nos fascinó hace pocos meses? Otro dijo: Obama perdió la voz. Si voz era lo único que tenía Obama, no tenía nada.
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