El Universal/28 de septiembre de 2010
Cuando el 22 de septiembre de 1910 se fundó la Universidad Nacional, se dio un paso definitivo para dejar atrás la educación confesional promovida desde la Real y Pontificia Universidad de México fundada en 1553 y se consolidaba el proyecto liberal iniciado en 1867con la Escuela Nacional Preparatoria. En palabras de Justo Sierra: se superaba un modelo educativo engendrado por la conquista, basado en los fallos de la autoridad de la Iglesia, para dar lugar a una Universidad para que su acción educadora resultará de la ciencia, cultivando el amor a la verdad y el interés de la patria.
Espíritu que fue refrendado en 1929 cuando, tras una intensa movilización de la comunidad universitaria, logró su autonomía, que otorgaba la independencia de gobierno de los universitarios y la garantía del libre examen de las ideas: la libertad de cátedra.
A la par del desarrollo y fortalecimiento de sus tareas de investigación y docencia, la Universidad ha tenido que resistir y sobreponerse ante fuerzas y visiones que han pretendido subordinarla a los designios del poder e impedir que continúe siendo instrumento fundamental para la movilidad social en el país.
Situación que prevaleció hasta los años sesenta y setenta, cuando la matanza de estudiantes en octubre de 1968 y la represión del jueves de Corpus en 1971, pusieron al descubierto el verdadero rostro represivo del sistema político mexicano. La comunidad universitaria afrentó a un régimen que no entendía que el movimiento estudiantil encauzaba la asfixia impuesta desde el poder, que al cobijo de un crecimiento económico sostenido y una falsa estabilidad política, cancelaba cualquier espacio de participación al margen del aparato de control corporativo y toda forma de disidencia. Movimientos que marcaron un hito y abrieron cauce a la transformación democrática del México contemporáneo.
A partir del neoliberalismo, se alentó la creación de universidades privadas y se castigaron los recursos destinados a la educación superior, satanizando a la universidad pública y promoviendo la creación de las escuelas privadas. Eludiendo la responsabilidad del Estado para garantizar el derecho a la educación, buscando eliminar su gratuidad. Pese de todo, la UNAM es hoy el principal centro académico de Iberoamérica, mantiene su calidad académica y acrecienta su prestigio internacional, creando la red científica más importante del país y la consolidación de una corriente de pensamiento humanístico, sin alterar su carácter público, laico y gratuito.
Conmemorar los 100 años de la UNAM no puede reducirse a un acto de apología y demagogia. La universidad no es algo abstracto. Es un ente dialéctico en permanente transformación. Son sus aulas y laboratorios, sus maestros e investigadores, sus estudiantes y trabajadores. Es el teatro universitario, su orquesta sinfónica, el ballet de danza contemporánea, sus cines clubes, bibliotecas y museos. Es un clásico Pumas-Poli y un concierto de rock en la explanada. Es la libertad de cátedra y la salvaguarda de la pluralidad ideológica y del derecho de asilo a intelectuales y estudiantes perseguidos.
Pero también es un centro de contrastes y contradicciones, del que han egresado desde científicos e intelectuales del más alto nivel, hasta el hombre más rico del mundo, el subcomandante de una rebelión indígena, cientos de servidores públicos y representantes populares, y miles de profesionistas que no encuentran empleo.
En la UNAM, aprendí que la riqueza la produce el trabajo y no el capital. Que el principal obstáculo al desarrollo, es la desigualdad. Que la competencia debe buscar el progreso y no la acumulación. Que el principio de autoridad socava la democracia y que en la democracia son exigibles los derechos de una sociedad plural y diversa, que reconoce sus diferencias en la tolerancia y la no discriminación. Lo que no aprendieron los tecnócratas que han hundido en la pobreza y la violencia al país.
Esos son los principios que la Universidad Nacional Autónoma de México ha inculcado a las generaciones de un siglo. Principios, sin dogmas ni fundamentalismos, que en su primer siglo bien merece un ¡Goya Universidad!
alejandro.encinas@congreso.gob.mx
Coordinador de los Diputados Federales del PRD
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