Arnoldo Kraus
La Jornada/29 de septiembre de 2010
Evitar en la medida de lo posible el sufrimiento de otros seres, humanos o animales, debería ser parte del código ético de cualquier persona. Lamentablemente, la cotidianidad presenta otras realidades: la condición humana se ha alejado de normas éticas y ha ahondado en conductas que incrementan el sufrimiento, tanto de sus pares como de muchos animales. Asimismo, múltiples actividades de nuestra especie tienden a deteriorar cada vez más el orden biológico del planeta; sus secuelas, desertificación, inundaciones, contaminación, deforestación e incendios producen enormes sufrimientos a incontables personas y a muchos animales. Del calvario de otras personas como consecuencia de los agravios a nuestra casa, la Tierra, son responsables los políticos cuyas torpezas y sandeces determinan el destino de la Tierra.
Alarma pensar en el mundo, repasar el deterioro de la sociedad o cavilar en el maltrato del ser humano hacia los animales. Cuando algunos códigos éticos se rompen, fracturar otras normas morales es más sencillo. Los eslabones del mal embonan con facilidad. El largo e incompleto párrafo siguiente ilustra ese deterioro.
Lastimar innecesariamente a algunos animales con el propósito “de divertirse” o para satisfacer inquietudes personales; utilizarlos para experimentar nuevas medicinas sin ceñirse en algunos casos a las normas que exigen evitar sufrimientos innecesarios; matarlos sin razones justificadas –la única válida, cuestionada por muchos, sería que sirven para alimentar al ser humano–; asesinar a golpes a miles de focas en Canadá porque supuestamente su proliferación incide negativamente en las condiciones de vida del mar; matar con inusitada brutalidad a los delfines conocidos como calderones –“su error” es que son muy “sociables”– en las Islas Faroe, región autónoma de Dinamarca, hasta teñir el mar de rojo; cazar sin piedad ballenas, como lo hacen mercantes japoneses; perforar a los peces vivos con anzuelos para usarlos como carnada; ejercer la cacería de animales indefensos como deporte o como acto de gallardía; confrontarlos para que se maten entre sí –peleas de gallos o de perros–; perseguirlos hasta masacrarlos, poco a poco, como sucede en Tordesillas, España, donde se alancea al toro hasta acabar con él; encerrar en pequeñas jaulas a los animales en los zoológicos; utilizarlos y maltratarlos en los circos, o, inter alia, enterarse, y, asombrarse del caso de la ballena Tilly, quien mató este año a su entrenadora en el Sea World de Florida, probablemente harta por tener que cumplir con las exigencias de entretener a la muchedumbre realizando piruetas tras ser encerrada durante muchos años en un pequeño tanque de asfalto. Este largo párrafo expone trece casos del maltrato y asesinato de animales; en todos ellos la ética se socava.
El denominador común del listado previo es evidente: no se repara, ni en los significados de la vida de los animales, ni en su sufrimiento. Aunque recientemente se abolieron las corridas de toros en Cataluña, es poco probable que los movimientos en defensa de los animales consigan cambiar las conductas de las personas que no cavilan en el dolor que les producen a los animales. Denunciar esas atrocidades y vivir permanentemente indignado es obligatorio. Exponer el maltrato quizás atenúe un poco, como sucedió con las corridas de toros en Barcelona, la voracidad de la condición humana.
Esa voracidad podría disminuirse si, siguiendo a algunos filósofos, se aceptase la idea de que algunos animales no-humanos (reproduzco el término que usan Peter Singer y otros bioeticistas) son personas. Quienes consideran que los animales no-humanos son personas aseguran que en algunas especies existe la “autoconciencia”, la noción de que pertenecen a especies distintas y a que cuentan con memoria acerca del tiempo pasado y expectativas en cuanto al futuro. Esas características son suficientes para considerar, siguiendo a Singer, que algunos animales son personas. Ciertas conductas favorecen esa idea. Cuento la historia de Erich Mühsam.
Mühsam fue un poeta judío víctima del nazismo. En 1933 fue detenido y encarcelado. A guisa de ejercicio –recién empezaba a manifestarse el nacionalsocialismo– los torturadores metieron en su celda a un chimpancé que habían robado del laboratorio de un científico quien también había sido detenido. Los soldados nazis estaban convencidos que el simio atacaría a Mühsam, cuyo aspecto, según narran los historiadores, era lamentable. Para sorpresa de los torturadores, el chimpancé abrazó al prisionero, lo protegió y le lamió sus heridas. Los soldados, enfurecidos por la piedad del animal, lo mataron. Son también ejemplos de lealtad y de amistad animal los perros que fallecen tras la muerte de sus patrones, los delfines que conducen a buen puerto a los náufragos o los perros que defienden a sus dueños.
La piedad, la compasión y la amistad son grandes cualidades. Buen número de animales no-humanos las ejercen. Así como los códigos éticos de los seres humanos invitan a respetar la vida de sus símiles, nuestra especie tiene la obligación de modificar su conducta hacia los animales.
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