martes, 28 de septiembre de 2010

La Universidad en su centenario

Víctor Flores Olea
La Jornada/27 de septiembre de 2010

Como en otros momentos, también hoy la Universidad y la formación de su gente, en ella y por ella, resultan factor decisivo en la calidad y prosperidad de la nación, en su posibilidad de futuro, en la afirmación de los mexicanos para alcanzar una mejor vida social, lo mismo se llame bienestar que vida plenamente realizada.

Pero siempre hay que distinguir: en sus distintas funciones la universidad es un medio de salvación individual o de realización colectiva, cuando la Universidad otorga los medios para cumplir las vocaciones o en tanto es factor decisivo para la transformación social. Al contrario, resulta aspecto deprimente de la Universidad hoy cuando simplemente se somete al orden establecido, permite su regimentación por los intereses dominantes y acepta sin protesta la función multiplicadora del actual sistema de producción económico y social. Cuando se le exige rendición de cuentas por los dineros gastados la referencia es la de su “alineación”, el papel cumplido como engranaje del conjunto, sin desviaciones. Tal es la universidad ideal para el “orden de las cosas”, para el “contribuyente”, no para el ciudadano, en su versión más interesada y brutal.

Por definición, la Universidad es un espejo de la sociedad, con sus frenos y rémoras y sus sectores de avanzada, que viven en su cuerpo con visión de futuro. Es un doble, a veces atenuado otras exacerbado, del conflicto social. Por fortuna, al cumplir la UNAM su primer centenario, el cuerpo directivo más influyente y el propio rector José Narro pertenecen al sector universitario que empuja hacia delante a la institución. Por supuesto, al hacerlo, los directivos se sitúan entre los sectores “progresistas” de la UNAM, queriendo decir con esto que militan por una mejor universidad y, consiguientemente, por una mejor sociedad.

Hasta hace poco en las ciencias sociales se consideraba como más “objetiva” y “científica” la “no militancia”, dejando que “libremente” funcionara el “mercado” de las ideas. Hoy, con el bombardeo a diario y por todos los medios a que es sometida la sociedad entera, exaltando los valores de “la realidad” (aun cuando se llamen corrupción y abuso), resulta absolutamente ilusoria esa pretensión de “objetividad’. La tolerancia del orden actual es su consentimiento y cultivo. En otras palabras: hoy la única “objetividad” posible es el rechazo del orden existente, la militancia para trascenderla y modificarla de raíz. Tal es hoy la función más respetable de la Universidad, la única posible.

En las últimas décadas, en México se han multiplicado las universidades privadas. Además de ser buen negocio, cumplen cabalmente su función reproductora del sistema. En cambio a la UNAM y a otras universidades públicas les compete una función que tiene primordialmente un objetivo social: fortalecer, enriquecer críticamente la res publica, lo concerniente a la comunidad (y después al individuo, sin excluirlo). Reforzar lo colectivo hasta el extremo que se ha dicho: reconstruir la República, tan maltratada en los últimos tiempos, sobre la base de un nuevo pacto social. Es decir, no sobre la base de un ilusorio equilibrio, sino con fundamento en el bien público, no un supuesto balance en que de todos modos lo privado se impone a lo colectivo o comunitario (el afán de lucro sobre la solidaridad).

De tiempo antes (ahora se repite en Letras Libres) se ha dicho que la Universidad tira “el dinero del pueblo” y que eso resulta inadmisible en un país con tamañas carencias. En ocasiones la “reacción” de fuera, del “entorno” social, ha sido terriblemente corrosiva sobre la Universidad, como en tiempos de la revolución cubana o a causa de la apertura de la UNAM hacia profesores e intelectuales sudamericanos que habían escapado a la violencia militar de sus países, siempre aludiendo a las “ideas exóticas” y a la vocación “extranjerizante” y “antinacional” de nuestra casa de estudios. También se exigían a la Universidad “cuentas claras” que, por lo demás, han sido rendidas invariablemente y con transparencia a través de su patronato.

No deben sorprendernos estos ataques a la Universidad para su desprestigio y debilitamiento, en un tiempo de privatizaciones generalizadas, siendo precisamente una institución que ha contribuido excepcionalmente a la movilidad social y a la realización profesional y vital de multitud de mexicanos. El aspecto decisivo de los ataques a la UNAM se debe a su consideración con base en el mercado, en que lo cuantitativo se coloca por encima de lo cualitativo, en el afán de demeritar los valores intelectuales que se practican en la UNAM.

Simplemente haré hincapié en que la Universidad se sitúa objetivamente, en su cuerpo más significativo, en las líneas del avance social solidario y con justicia. Y que tratándose del más importante centro intelectual y de investigación del país su vocación y destino marcan la dirección del conjunto nacional.

En tal orientación los universitarios asumimos la responsabilidad correspondiente en este primer centenario de su vida y lucha, y nos felicitamos de que la gran mayoría de la comunidad pueda coincidir con estas reflexiones que exaltan el espíritu de la militancia democrática. Y nos felicitamos por una dirección universitaria que no guarda silencios ni tolerancias ante lo que debe ser corregido, también respecto a las carencias presupuestarias de la educación pública mexicana y respecto a la propia universidad pública en el país.

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