Martín Bonfil Olivera
Milenio/27 de mayo de 2009
La gran confianza que tenemos en la ciencia y en el conocimiento que produce se basa en gran parte en su riguroso sistema de control de calidad.
Para que algo sea válido en ciencia no basta con que lo diga alguien que tenga un doctorado.
El trabajo del investigador, incluyendo una descripción detallada de sus antecedentes, métodos, resultados, el análisis de los mismos y la argumentación que sustente sus conclusiones, tiene que haber sido socializado en seminarios, conferencias y congresos, y aceptado por la comunidad de expertos a la que pertenece.
El proceso culmina con su publicación en una revista arbitrada internacional. Estos journals sólo aceptan trabajos que hayan pasado por un minucioso proceso de “revisión por colegas” (peer review), normalmente anónimo, en el que es frecuente pedir cambios y adiciones a satisfacción de los árbitros expertos.
De ahí el pequeño escándalo que se suscitó cuando la revista The scientist (30 de abril) publicó que la empresa farmacéutica Merck, Sharp & Dohme había negociado con Elsevier, la editorial de revistas científicas más famosa y poderosa del mundo, la publicación entre 2003 y 2004 de una revista científica armada sobre pedido con resúmenes y revisiones de artículos publicados en otras revistas cuyos resultados eran siempre favorables a productos de Merck.
La industria farmacéutica es uno de esos puntos peligrosos donde la frontera entre ciencia y empresa se borra. No es malo que una empresa haga publicidad a sus productos. Son comunes las revistas informales que se regalan a médicos y resumen información de revistas arbitradas.
Pero siempre está claro que no son verdaderas revistas científicas, sino formas de propaganda.
Lo grave del caso es haber disfrazado los “infomerciales” de Merck como buena ciencia. Y peor: a la luz del escándalo, Elsevier reveló que había hecho no sólo una, sino seis revistas pagadas por empresas.
Dejó de hacerlo hace años, pero la lección es clara: la ambición de publicistas y empresas puede poner en riesgo la calidad y confiabilidad de la ciencia.
Igual que ocurre en la democracia, la transparencia, lejos de debilitar a la ciencia, la fortalece. Ojalá Elsevier haya aprendido la lección.
lacienciaporgusto.blogspot.com
Para que algo sea válido en ciencia no basta con que lo diga alguien que tenga un doctorado.
El trabajo del investigador, incluyendo una descripción detallada de sus antecedentes, métodos, resultados, el análisis de los mismos y la argumentación que sustente sus conclusiones, tiene que haber sido socializado en seminarios, conferencias y congresos, y aceptado por la comunidad de expertos a la que pertenece.
El proceso culmina con su publicación en una revista arbitrada internacional. Estos journals sólo aceptan trabajos que hayan pasado por un minucioso proceso de “revisión por colegas” (peer review), normalmente anónimo, en el que es frecuente pedir cambios y adiciones a satisfacción de los árbitros expertos.
De ahí el pequeño escándalo que se suscitó cuando la revista The scientist (30 de abril) publicó que la empresa farmacéutica Merck, Sharp & Dohme había negociado con Elsevier, la editorial de revistas científicas más famosa y poderosa del mundo, la publicación entre 2003 y 2004 de una revista científica armada sobre pedido con resúmenes y revisiones de artículos publicados en otras revistas cuyos resultados eran siempre favorables a productos de Merck.
La industria farmacéutica es uno de esos puntos peligrosos donde la frontera entre ciencia y empresa se borra. No es malo que una empresa haga publicidad a sus productos. Son comunes las revistas informales que se regalan a médicos y resumen información de revistas arbitradas.
Pero siempre está claro que no son verdaderas revistas científicas, sino formas de propaganda.
Lo grave del caso es haber disfrazado los “infomerciales” de Merck como buena ciencia. Y peor: a la luz del escándalo, Elsevier reveló que había hecho no sólo una, sino seis revistas pagadas por empresas.
Dejó de hacerlo hace años, pero la lección es clara: la ambición de publicistas y empresas puede poner en riesgo la calidad y confiabilidad de la ciencia.
Igual que ocurre en la democracia, la transparencia, lejos de debilitar a la ciencia, la fortalece. Ojalá Elsevier haya aprendido la lección.
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mbonfil@servidor.unam.mx
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