Excélsior/24 de diciembre de 2008
Desde hace unos años se debate en el mundillo académico la noción de economía del conocimiento. Funcionarios públicos e investigadores aceptan sus premisas y son abogados defensores de las bondades que le suponen a esa noción y del papel que la educación debe jugar en promover su vigencia. Otros, con posturas militantes, se oponen a ella, critican su enfoque reduccionista y patrocinan las ideas de la educación popular. Los primeros son promotores del orden económico dominante y proponen que las escuelas se dediquen a la formación de capital humano; los segundos ponen el acento en la consecución de la justicia social por la vía de proyectos de educación no formal. Entre ellas se coló la idea de que hay que promover sociedades (no economías) del conocimiento y me parece que esta visión ecléctica está tomando preeminencia debido al resguardo que le proporciona la UNESCO y que los grupos populares deberían aprovechar.
La visión dominante en el mundo capitalista con respecto a la economía del conocimiento, es que hay una competencia feroz entre las naciones, donde la educación juega un papel crucial. Una educación de buena calidad formará una mano de obra entrenada y competente que será la piedra angular del progreso material. Con un capital humano bien formado, disciplinado, abierto a las innovaciones, el crecimiento económico será más dinámico, habrá mejores oportunidades de empleo y por esa vía se mejorará la equidad social y la cohesión dentro de las naciones.
Como hay pruebas empíricas de que los países con mejores niveles de bienestar, crecimiento económico y estabilidad política por lo general tienen sistemas educativos eficaces, las premisas de los abogados de la economía del conocimiento tienden a formar parte del sentido común. Sin embargo, al poner el acento en la mera formación de cuadros calificados para el mercado de trabajo mundial, se abandonan las nociones de equidad o justicia social. Eso es lo que critican los defensores de la educación popular, quienes promueven ilustración para las masas, con base en la organización y luchas políticas. Quienes suscitan estos proyectos no esconden su ideología: están contra el capitalismo, sostienen una política cultural igualitaria y reprenden a la educación pública porque reproduce las desigualdades sociales y la ideología dominante. Muchos de sus ideólogos radicales desprecian las escuelas y buscan a la sociedad igualitaria por fuera de las instituciones del Estado.
La noción de economía del conocimiento deriva de lo que a finales de los años 80 se denominó la sociedad de la información. Noción que pronto perdió sustento debido al poco atractivo que tenía, ya que otorgaba una dimensión extraordinaria (y casi única) a las tecnologías de la información y la comunicación, en detrimento del conocimiento científico y de las humanidades. Lo mismo sucedió con la idea de la economía del conocimiento que, si bien ponía el acento en los descubrimientos científicos y en una concepción más amplia que la mera información, también dejó de seducir a intelectuales importantes. A mediados de los años 90 se dio el salto.
El filósofo e ideólogo de los empresarios estadunidenses, Peter Drucker, acuñó el concepto de sociedad del conocimiento. Para él, en el futuro no habrá ni países pobres ni ricos; existirán unos ignorantes y otros con alta productividad, debido al conocimiento. A pesar de su visión penetrante, su enfoque siguió reducido por el interés que puso en las ganancias y en la productividad económica del conocimiento, así como en la poca atención que prestó a la cuestión de la cohesión social y la equidad entre las naciones. Las ideas fundamentales de la educación popular se derivan de los trabajos de Paulo Freire.
La postura de la UNESCO se puede catalogar de humanista. Comienza con una crítica a los enfoques tecnocráticos: “No se puede admitir que la revolución en las tecnologías de la información y la comunicación nos conduzca —en virtud de un determinismo estrecho y fatalista— a prever una forma única de sociedad posible”. Y continúa con la propuesta que media entre la economía del conocimiento y la educación popular: “La importancia de la educación y del espíritu crítico pone de relieve que, en la tarea de construir auténticas sociedades del conocimiento, las nuevas posibilidades ofrecidas por internet o los instrumentos multimedia no deben hacer que nos desinteresemos por otros instrumentos auténticos del conocimiento, como la prensa, la radio, la televisión y, sobre todo, la escuela” (Hacia las sociedades del conocimiento, París, Ediciones UNESCO, 2005).
Parece que los abogados de la educación popular abandonan el terreno de la educación pública y la dejan al concurso entre los sectores modernizadores que abanderan ideas de la economía del conocimiento, y dirigentes sindicales que nada más les interesa el poder. Quizá deberían avanzar por la ruta que siguen otras organizaciones sociales que buscan la “tercera silla” y dejar de moverse en los márgenes del sistema.
La visión dominante en el mundo capitalista con respecto a la economía del conocimiento, es que hay una competencia feroz entre las naciones, donde la educación juega un papel crucial. Una educación de buena calidad formará una mano de obra entrenada y competente que será la piedra angular del progreso material. Con un capital humano bien formado, disciplinado, abierto a las innovaciones, el crecimiento económico será más dinámico, habrá mejores oportunidades de empleo y por esa vía se mejorará la equidad social y la cohesión dentro de las naciones.
Como hay pruebas empíricas de que los países con mejores niveles de bienestar, crecimiento económico y estabilidad política por lo general tienen sistemas educativos eficaces, las premisas de los abogados de la economía del conocimiento tienden a formar parte del sentido común. Sin embargo, al poner el acento en la mera formación de cuadros calificados para el mercado de trabajo mundial, se abandonan las nociones de equidad o justicia social. Eso es lo que critican los defensores de la educación popular, quienes promueven ilustración para las masas, con base en la organización y luchas políticas. Quienes suscitan estos proyectos no esconden su ideología: están contra el capitalismo, sostienen una política cultural igualitaria y reprenden a la educación pública porque reproduce las desigualdades sociales y la ideología dominante. Muchos de sus ideólogos radicales desprecian las escuelas y buscan a la sociedad igualitaria por fuera de las instituciones del Estado.
La noción de economía del conocimiento deriva de lo que a finales de los años 80 se denominó la sociedad de la información. Noción que pronto perdió sustento debido al poco atractivo que tenía, ya que otorgaba una dimensión extraordinaria (y casi única) a las tecnologías de la información y la comunicación, en detrimento del conocimiento científico y de las humanidades. Lo mismo sucedió con la idea de la economía del conocimiento que, si bien ponía el acento en los descubrimientos científicos y en una concepción más amplia que la mera información, también dejó de seducir a intelectuales importantes. A mediados de los años 90 se dio el salto.
El filósofo e ideólogo de los empresarios estadunidenses, Peter Drucker, acuñó el concepto de sociedad del conocimiento. Para él, en el futuro no habrá ni países pobres ni ricos; existirán unos ignorantes y otros con alta productividad, debido al conocimiento. A pesar de su visión penetrante, su enfoque siguió reducido por el interés que puso en las ganancias y en la productividad económica del conocimiento, así como en la poca atención que prestó a la cuestión de la cohesión social y la equidad entre las naciones. Las ideas fundamentales de la educación popular se derivan de los trabajos de Paulo Freire.
La postura de la UNESCO se puede catalogar de humanista. Comienza con una crítica a los enfoques tecnocráticos: “No se puede admitir que la revolución en las tecnologías de la información y la comunicación nos conduzca —en virtud de un determinismo estrecho y fatalista— a prever una forma única de sociedad posible”. Y continúa con la propuesta que media entre la economía del conocimiento y la educación popular: “La importancia de la educación y del espíritu crítico pone de relieve que, en la tarea de construir auténticas sociedades del conocimiento, las nuevas posibilidades ofrecidas por internet o los instrumentos multimedia no deben hacer que nos desinteresemos por otros instrumentos auténticos del conocimiento, como la prensa, la radio, la televisión y, sobre todo, la escuela” (Hacia las sociedades del conocimiento, París, Ediciones UNESCO, 2005).
Parece que los abogados de la educación popular abandonan el terreno de la educación pública y la dejan al concurso entre los sectores modernizadores que abanderan ideas de la economía del conocimiento, y dirigentes sindicales que nada más les interesa el poder. Quizá deberían avanzar por la ruta que siguen otras organizaciones sociales que buscan la “tercera silla” y dejar de moverse en los márgenes del sistema.
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