El Universal/18 de enero de 2009
Lo que escribí la semana pasada en este espacio no son ideas abstractas, sino realidades que día a día vivimos los universitarios. Algunos lo comentan en los pasillos, otros lo han hecho público en sus centros de trabajo o a través de los medios de comunicación.
Guillermo Sheridan relató su caso en una revista: se le degradó en el Pride por no dirigir tesis ni tener participación institucional. En tres artículos pone en evidencia una situación grave: la de que vivimos en un sistema en el cual con tal de conseguir puntos, a los académicos les resulta mejor ser complacientes tanto con los estudiantes como con las autoridades.
En correos electrónicos, colegas coinciden en que existen “prácticas de homogeneización que estamos viviendo en las universidades públicas”, “la pretensión de las autoridades de controlarlo todo”, “la promesa de la zanahoria del Programa de Estímulos al Desempeño con base en puntitis”, “la propensión a llenar informes y medir la productividad”, “que los académicos estén más interesados en las constancias que en enseñarle a los chamacos”, “muchos ISOS y certificaciones pero pocas nueces”, “eficientismo simulador”, “se limitan y traban el desarrollo de la libre práctica científica y la pluralidad teórica y metodológica de muchos investigadores”.
Sabemos bien que la universidad no está sola en este camino. Allí está el Conacyt, que sustituyó el modelo europeo con el que funcionábamos en México por el estadounidense en el que importan la eficiencia, la utilidad y la ganancia y que no le asigna ningún valor al pensamiento y a aquello que no parece servir de manera inmediata.
Todos los instrumentos que se han creado dentro y fuera de la UNAM apuntan a lo mismo: asignar puntos a quienes cumplen con ciertos criterios, hacer listas de programas de posgrado y de revistas que sí valen, formar grupos de “pares” para calificar, los que, aunque pretenden ser transparentes y neutrales, están construidos para eliminar la diversidad, porque quienes participan en ellos son solamente los que aceptan estos criterios y porque no están libres de las pasiones humanas como el amiguismo, la envidia, la ignorancia y el recelo frente a otros modos de pensar.
Así lo denunció en una revista Carlos Aguirre Rojas, a quien degradaron en el SNI porque según la comisión calificadora, “no había publicado en revistas de calidad internacional y arbitraje estricto ni en editoriales de prestigio académico”, siendo que en cinco años había publicado 44 artículos y 38 libros en 12 países y siete idiomas. Y así lo han denunciado otros que, después de décadas de entregar sus mejores esfuerzos a la institución, tienen que seguir mendigando por una promoción, un nivel un poco más alto en algún sistema de evaluación, un espacio para dar un curso. No sólo su salario depende de eso, sino que viven con la amenaza constante del rechazo a su trabajo.
Todo esto ha generado una grave situación que se pone de manifiesto en muchos aspectos: desde lo que una lectora llama “el fin de los más elementales principios de solidaridad”, hasta el daño a la ciencia, pues hoy es preferible irse por caminos seguros para no poner en riesgo la propia evaluación, nadie quiere arriesgarse ni al error ni al enojo de los “pares”, hay que caminar de prisa para acumular puntos y hacer solamente aquello que sí cuenta, lo que resulta en que los académicos no leen, porque eso significaría usar demasiado tiempo que no reditúa, y mejor hacen otro artículo con los mismos datos y con las mismas bases teóricas y metodologías que ya conocen, porque reciclarse, replantearse, abrirse a nuevos campos no conviene.
Y está también el fin de la crítica, por aquello de que quién se va a poner a hacerla cuando el aludido puede estar en una comisión evaluadora.
La Rectoría puede poner fin a este ambiente que prevalece hoy en la universidad y la UNAM puede y debe dar esta pelea para afuera. Le corresponde hacerlo pues es la institución más importante del país en investigación, docencia y difusión. De no hacerlo, la estaremos minando desde dentro, al debilitar la creatividad, la diversidad, la crítica y la confianza en quienes formamos parte de ella.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
Guillermo Sheridan relató su caso en una revista: se le degradó en el Pride por no dirigir tesis ni tener participación institucional. En tres artículos pone en evidencia una situación grave: la de que vivimos en un sistema en el cual con tal de conseguir puntos, a los académicos les resulta mejor ser complacientes tanto con los estudiantes como con las autoridades.
En correos electrónicos, colegas coinciden en que existen “prácticas de homogeneización que estamos viviendo en las universidades públicas”, “la pretensión de las autoridades de controlarlo todo”, “la promesa de la zanahoria del Programa de Estímulos al Desempeño con base en puntitis”, “la propensión a llenar informes y medir la productividad”, “que los académicos estén más interesados en las constancias que en enseñarle a los chamacos”, “muchos ISOS y certificaciones pero pocas nueces”, “eficientismo simulador”, “se limitan y traban el desarrollo de la libre práctica científica y la pluralidad teórica y metodológica de muchos investigadores”.
Sabemos bien que la universidad no está sola en este camino. Allí está el Conacyt, que sustituyó el modelo europeo con el que funcionábamos en México por el estadounidense en el que importan la eficiencia, la utilidad y la ganancia y que no le asigna ningún valor al pensamiento y a aquello que no parece servir de manera inmediata.
Todos los instrumentos que se han creado dentro y fuera de la UNAM apuntan a lo mismo: asignar puntos a quienes cumplen con ciertos criterios, hacer listas de programas de posgrado y de revistas que sí valen, formar grupos de “pares” para calificar, los que, aunque pretenden ser transparentes y neutrales, están construidos para eliminar la diversidad, porque quienes participan en ellos son solamente los que aceptan estos criterios y porque no están libres de las pasiones humanas como el amiguismo, la envidia, la ignorancia y el recelo frente a otros modos de pensar.
Así lo denunció en una revista Carlos Aguirre Rojas, a quien degradaron en el SNI porque según la comisión calificadora, “no había publicado en revistas de calidad internacional y arbitraje estricto ni en editoriales de prestigio académico”, siendo que en cinco años había publicado 44 artículos y 38 libros en 12 países y siete idiomas. Y así lo han denunciado otros que, después de décadas de entregar sus mejores esfuerzos a la institución, tienen que seguir mendigando por una promoción, un nivel un poco más alto en algún sistema de evaluación, un espacio para dar un curso. No sólo su salario depende de eso, sino que viven con la amenaza constante del rechazo a su trabajo.
Todo esto ha generado una grave situación que se pone de manifiesto en muchos aspectos: desde lo que una lectora llama “el fin de los más elementales principios de solidaridad”, hasta el daño a la ciencia, pues hoy es preferible irse por caminos seguros para no poner en riesgo la propia evaluación, nadie quiere arriesgarse ni al error ni al enojo de los “pares”, hay que caminar de prisa para acumular puntos y hacer solamente aquello que sí cuenta, lo que resulta en que los académicos no leen, porque eso significaría usar demasiado tiempo que no reditúa, y mejor hacen otro artículo con los mismos datos y con las mismas bases teóricas y metodologías que ya conocen, porque reciclarse, replantearse, abrirse a nuevos campos no conviene.
Y está también el fin de la crítica, por aquello de que quién se va a poner a hacerla cuando el aludido puede estar en una comisión evaluadora.
La Rectoría puede poner fin a este ambiente que prevalece hoy en la universidad y la UNAM puede y debe dar esta pelea para afuera. Le corresponde hacerlo pues es la institución más importante del país en investigación, docencia y difusión. De no hacerlo, la estaremos minando desde dentro, al debilitar la creatividad, la diversidad, la crítica y la confianza en quienes formamos parte de ella.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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