miércoles, 14 de enero de 2009

La educación de las niñas

Carlos Ornelas
Excélsior/14 de enero de 2009

Parece que no sólo en México sino en buena parte del mundo cambian las percepciones populares sobre el papel de las mujeres en la sociedad. No es que ya se hayan acabado los estereotipos ligados por lo general a una pobre educación y a rasgos culturales ancestrales. Pero hay progreso y pocos lo dudan. ¡Y qué bueno que así sea! Qué bien que las mujeres mexicanas ya no sepan “cuál es su lugar” y cada vez abran más espacios. Y buena parte de esos avances se deben a la escolaridad, aun a aquella de baja calidad, memorística y segmentada; por eso vale la pena seguir en la brega por ampliar las oportunidades de estudio para todos, en especial los segmentos pobres, que es donde el machismo se sigue reproduciendo. Además, cuando las puertas se abren, las niñas la hacen mejor en la escuela que los niños, aunque nadie con precisión sepa por qué.
Favorecer al género femenino devino un aspecto central en el diseño de políticas y prácticas en el desarrollo de la educación a escala internacional a partir de los años 70, pero con mayor fuerza en los 90, con aquella Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, de Pekín, en 1995. Luego la educación de las niñas (así en femenino) se instauró como uno de los propósitos primarios de las Metas de Desarrollo del Milenio y parte central de los informes regionales y mundiales de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo (UNDP, por sus siglas en inglés). Para ésta y otras organizaciones internacionales la educación de las niñas es un asunto crucial, ya por su valor moral intrínseco, ya porque acarrea mayores beneficios económicos y sociales. Las mujeres con más escolaridad, repiten las advertencias del Banco Mundial y de la UNESCO, son más productivas, responsables en el trabajo, generan externalidades (no es albur, es la palabra que usan los economistas) positivas e incrementan el producto interno de las naciones. Además, las mujeres educadas cuidan más de su cuerpo, tienen menos embarazos no deseados y ayudan a otras mujeres a superar condiciones sociales (por ejemplo, luchas contra la violencia en el hogar).
En consecuencia, educar más a las niñas ha ganado consenso y apoyo de instituciones internacionales, organizaciones no gubernamentales y de académicos, así como de gobiernos, incluido el de México, al menos en sus programas. La idea es acabar con las injusticias de género y ya se empiezan a ver ciertos resultados de esas políticas. Por ejemplo, el informe del Programa Internacional para la Evaluación de la Educación (PISA, por sus siglas en inglés) 2003, de la OCDE, afirma que en los 35 países en desarrollo que tomaron parte en el examen, las niñas de 15 años obtuvieron mejores resultados que los jovencitos en las tres áreas bajo escrutinio: matemáticas, lenguaje y ciencias. Según el informe 2004 del examen Tendencias Internacionales en Matemáticas y Ciencias (TIMSS), las niñas superaron a los niños en su conocimiento de matemáticas.
Las estadísticas de educación de México muestran que hay menos reprobación y deserción de niñas que de niños en la escuela primaria, lo mismo que en la secundaria y que, en la educación superior, el número de mujeres matriculadas es mayor que el de los hombres, con todo y que en ciertas áreas, como ingenierías y economía, todavía no.
No es fácil explicar por qué las niñas tienen mejor desempeño en los exámenes de habilidades. La explicación de sicología social es que ellas son más responsables, tienen menos tendencia a juegos violentos (hipótesis que me parece plausible) y por ello dedican más tiempo a estudiar. Además, son menos competitivas, cooperan entre ellas, estudian en equipo y se fijan metas más concretas que los niños. El hecho es que algo funciona mejor para las niñas en la educación, aunque siga habiendo grandes disparidades entre ellas mismas debido al origen de clase, etnia o región. Sin embargo, el sistema educativo mexicano no ofrece todo lo que debe consagrar a las niñas.
El estudio de una de mis estudiantes de posgrado, Lucila Parga Romero, muestra que los maestros (y las maestras también) siguen tratando a las niñas como personas de segunda clase, en especial en las escuelas de zonas marginadas, y persisten los estereotipos de la subordinación del género femenino. Los conceptos clave, que Lucila desgrana con cuidado, son el currículum oculto, la práctica docente y la noción nada fácil de adolescencia. Con ellos arma un entramado para interpretar sus hallazgos de la investigación empírica. La descripción que hace del contexto y de las relaciones internas de las escuelas se combina con la voz de los y las docentes que imparten la materia de educación cívica y ética, que fue el núcleo que le sirvió para analizar los cambios en la reproducción de esos estereotipos del género femenino.
La UPN publicará pronto la tesis doctoral de Lucila, La construcción de los estereotipos del género femenino. Es un libro que ayuda a entender qué es lo que nos falta, más que lo que ya tenemos. ¡Bienvenido!
Carlos.Ornelas10@gmail.com

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