Zócalo/29 de marzo de 2010
Un gobernador como el de Nuevo León –legalmente responsable de garantizar seguridad y justicia–, que convoca a sus gobernados y obliga a sus empleados a una marcha para reclamar seguridad y justicia. Un alcalde de la capital –Monterrey–, que nada sabe de sus jefes policiacos, y menos de lo que pasa en la ciudad que dizque gobierna.
Un alcalde del municipio de Garza García –conurbado a Monterrey y el más rico del país–, que en lugar de policía tiene narcos a sueldo para mantener a raya a “los narcotraficantes”. Un rector de la más prestigiada universidad privada, el Tec, que se hace bolas ante evidencias claras de que todos conocieron desde el inicio de la balacera, la muerte de estudiantes.
Un puñado de jefes militares, marinos, y delegados de la PGR, que ocultan a toda costa las evidencias sobre la muerte de los universitarios. ¿Quién los mató? Nadie sabe. Pero ni al Gobernador, ni a los alcaldes de Monterrey, Garza García, Santa Catarina, y menos a los militares, marinos y delegados de la PGR les importa un narcomenudista detenido, llevado a un hospital y que apareció muerto. ¿Quién lo mató? Nadie sabe.
Y por si hiciera falta, el asesinato y decapitación de un jefe policiaco y su hermano, un juez, en el mítico municipio de Agualeguas, asiento del salinismo. ¿Quién lo mató? Sí, nadie sabe.
¿Qué pasa en Nuevo León, donde nadie sabe nada? Pasa lo mismo que en todo el país, que en los tres órdenes de gobierno –municipal, estatal y federal–, y que en los tres Poderes de la Unión. Se viven los efectos no sólo de la descomposición social resultante de un modelo económico que fomenta la desigualdad y genera millones de pobres –campo fértil para el crimen y el narco–, sino el empobrecimiento de la política, abaratamiento de los puestos públicos y el florecimiento de la mediocridad del poder.
Todos saben que Nuevo León y Monterrey son modelos de pujanza y emblema del capitalismo; retrato en blanco y negro del México con delirios de gringo. Pero también es modelo generoso en la producción de pobres, fermento del crimen y el narco.
Pero a la grandeza de Nuevo León y de municipios como Monterrey y Garza García, se corresponde con mediocres como el gobernador del PRI, Rodrigo Medina, y alcaldes azules como Fernando Larrazábal y Mauricio Fernández, entre otros; con el timorato celo del rector del Tec, quien quiso creer la versión oficial de los muertos, porque era la que salvaba su pellejo; con la impunidad con que se mueven elementos del Ejército, la Marina, la Procuraduría General de la República, y todo el sistema de justicia estatal.
Los regios, como gustan ser llamados, cometieron el mismo pecado que “los chilangos”: llevar al poder a mediocres. Y en política, “el canto de las sirenas” suele ser pecado. Lección para 2012.
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