Humberto Musacchio
Excélsior/29 de abril de 2010
Es inconmovible el optimismo presidencial frente a la inseguridad, al extremo de que se promete continuar su batida contra el crimen hasta lograr “estándares de seguridad aceptables para nuestras familias y para quienes nos visitan”, los que por cierto ahora podrán hacerlo sin visa mexicana, pues el asunto de seleccionar turistas se ha dejado en manos de Estados Unidos.
Comparte el optimismo presidencial el señor Miguel Torruco Márquez, presidente de la Confederación Nacional Turística, quien declaró que “hay más inseguridad en Washington, Nueva York y en muchos otros países”, pues como todo el mundo sabe, cada mañana amanece el regadero de cabezas en Manhattan y en Washington se ha instalado el puesto de un pozolero frente a la Casa Blanca.
Más contundente es el “gobernador” de Guerrero, Zeferino Torreblanca, para quien el estado de guerra en que vive el país ha dado resultados, aunque no dijo si buenos o malos (Excélsior, 26/IV/2010). Pues sí, la matanza ha dado resultados y uno de ellos lo han vivido los asistentes al llamado Tianguis Turístico de Acapulco, donde se cerró el área de exposiciones y guardias con armas largas vigilaban mientras perros especialmente adiestrados buscaban explosivos y efectivos militares ocupaban los jardines del Centro de Convenciones, pues bien se sabe que el miedo no suele viajar a lomo de jumento.
En otras palabras, el optimismo declarativo no se compadece de la sangrienta realidad, pese a que Fernando Gómez Mont, secretario de Gobernación, dijo a los periodistas que él se siente a salvo y que “sólo corren peligro quienes tienen miedo”, aunque más bien debió decir que quienes corren peligro son los que no tienen autos blindados y una nube de guaruras a su alrededor. Las bravuconadas del señor Gómez Mont se ven cruelmente desmentidas por la realidad, pues lo cierto es que ni siquiera los vehículos con coraza de acero y los grupos armados que custodian a los funcionarios son suficientes para evitar atentados.
El domingo, la secretaria de Seguridad Pública de Michoacán fue víctima de una emboscada en la que los agresores dispararon más de dos mil 500 balas de todos los calibres contra la funcionaria y para romper el blindaje de su vehículo emplearon armas capaces de destruir un tanque.
Pese a lo prolongado del ataque y a que la funcionaria dio orden inmediata de que fueran a auxiliarla, lo cierto es que durante el tiroteo no llegó patrulla alguna al lugar de los hechos, pues los comandantes, por complicidad, miedo o ineptitud, prefirieron mantenerse lejos, lo que demuestra, si hiciera falta, que la llamada guerra contra la delincuencia es un asunto de inteligencia y no de la mera aplicación de la fuerza. La guerra –repitámoslo hasta que se lo aprendan en Los Pinos y en Bucareli—es una extensión de la política y no el abandono de ésta.
Gómez Mont reclama que Estados Unidos no impida el tráfico de armas con que se asesina a mexicanos, pero sus palabras caerán en el vacío. Sería más eficaz dejar de cuidar la salud de los estadunidenses –no “americanos”, como dice colonialmente el secretario de Gobernación—y despenalizar en México bajo una cuidadosa reglamentación la mariguana y tal vez la cocaína, y paralelamente analizar la viabilidad de una amnistía e incluso buscarle un destino a las fortunas malhabidas. Eso hicieron los gobernantes del país vecino al levantar la veda contra la producción y el comercio de alcoholes y así surgió el emporio de Las Vegas. ¿Por qué ellos sí lo pueden hacer y nosotros no?
*Periodista y autor de Milenios de México
hum_mus@hotmail.com
Excélsior/29 de abril de 2010
Es inconmovible el optimismo presidencial frente a la inseguridad, al extremo de que se promete continuar su batida contra el crimen hasta lograr “estándares de seguridad aceptables para nuestras familias y para quienes nos visitan”, los que por cierto ahora podrán hacerlo sin visa mexicana, pues el asunto de seleccionar turistas se ha dejado en manos de Estados Unidos.
Comparte el optimismo presidencial el señor Miguel Torruco Márquez, presidente de la Confederación Nacional Turística, quien declaró que “hay más inseguridad en Washington, Nueva York y en muchos otros países”, pues como todo el mundo sabe, cada mañana amanece el regadero de cabezas en Manhattan y en Washington se ha instalado el puesto de un pozolero frente a la Casa Blanca.
Más contundente es el “gobernador” de Guerrero, Zeferino Torreblanca, para quien el estado de guerra en que vive el país ha dado resultados, aunque no dijo si buenos o malos (Excélsior, 26/IV/2010). Pues sí, la matanza ha dado resultados y uno de ellos lo han vivido los asistentes al llamado Tianguis Turístico de Acapulco, donde se cerró el área de exposiciones y guardias con armas largas vigilaban mientras perros especialmente adiestrados buscaban explosivos y efectivos militares ocupaban los jardines del Centro de Convenciones, pues bien se sabe que el miedo no suele viajar a lomo de jumento.
En otras palabras, el optimismo declarativo no se compadece de la sangrienta realidad, pese a que Fernando Gómez Mont, secretario de Gobernación, dijo a los periodistas que él se siente a salvo y que “sólo corren peligro quienes tienen miedo”, aunque más bien debió decir que quienes corren peligro son los que no tienen autos blindados y una nube de guaruras a su alrededor. Las bravuconadas del señor Gómez Mont se ven cruelmente desmentidas por la realidad, pues lo cierto es que ni siquiera los vehículos con coraza de acero y los grupos armados que custodian a los funcionarios son suficientes para evitar atentados.
El domingo, la secretaria de Seguridad Pública de Michoacán fue víctima de una emboscada en la que los agresores dispararon más de dos mil 500 balas de todos los calibres contra la funcionaria y para romper el blindaje de su vehículo emplearon armas capaces de destruir un tanque.
Pese a lo prolongado del ataque y a que la funcionaria dio orden inmediata de que fueran a auxiliarla, lo cierto es que durante el tiroteo no llegó patrulla alguna al lugar de los hechos, pues los comandantes, por complicidad, miedo o ineptitud, prefirieron mantenerse lejos, lo que demuestra, si hiciera falta, que la llamada guerra contra la delincuencia es un asunto de inteligencia y no de la mera aplicación de la fuerza. La guerra –repitámoslo hasta que se lo aprendan en Los Pinos y en Bucareli—es una extensión de la política y no el abandono de ésta.
Gómez Mont reclama que Estados Unidos no impida el tráfico de armas con que se asesina a mexicanos, pero sus palabras caerán en el vacío. Sería más eficaz dejar de cuidar la salud de los estadunidenses –no “americanos”, como dice colonialmente el secretario de Gobernación—y despenalizar en México bajo una cuidadosa reglamentación la mariguana y tal vez la cocaína, y paralelamente analizar la viabilidad de una amnistía e incluso buscarle un destino a las fortunas malhabidas. Eso hicieron los gobernantes del país vecino al levantar la veda contra la producción y el comercio de alcoholes y así surgió el emporio de Las Vegas. ¿Por qué ellos sí lo pueden hacer y nosotros no?
*Periodista y autor de Milenios de México
hum_mus@hotmail.com
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