viernes, 30 de abril de 2010

¿Un favor?

Clara Scherer
Excélsior/30 de abril de 2010

Las relaciones entre mujeres y hombres han estado marcadas por la desigualdad. No es un descubrimiento, es tan sólo una constatación. Sea el lugar que sea, la posición de las mujeres para muchos, no deja de ser la de “una mujer”. Es decir, aun cuando una de ellas logre tener, por méritos propios, el reconocimiento a sus capacidades, algunos hombres, a pesar de no poseer más virtud que ésa, pertenecer al género masculino por atributos biológicos, se piensan “superiores”, y esa superioridad la demuestran con el maltrato convertido en grosería.

Anécdotas de esta situación hay para dar y regalar. Desde las que, por circunstancias de la vida, como la de médico-paciente, hasta la de iguales formalmente, de las que me interesa hablar, porque son una muestra de cómo, a pesar de leyes y esfuerzos, esas formas han variado muy poquitito en la subjetividad de ellos.

Una regidora, en un municipio de alta marginación, encargada de la salud, en reunión del cabildo propone, ante sus distraídos compañeros, una campaña para prevenir el embarazo adolescente. Un “par”, es decir, otro regidor, sonriente, le dice: ¿Ya terminó?, porque aquí tratamos asuntos serios. ¿No ve que esas escuinclas sólo sirven para eso? Por eso, ¡hay cuadras y cuadras de niñas embarazadas!

Una integrante de un partido político, al salir de una asamblea estatal, reclama al dirigente que no haya seleccionado a mujeres para las candidaturas de ese año. Van por la calle, y el presidente, sin mirarla, le dice que no es asunto suyo, que no entiende nada. Ella le responde que la ley obliga las cuotas y que deben cumplir. El tipo, enfurecido, le dice que no va a venir a decirle qué hacer, que para algo él es el presidente. Ella no ceja en su empeño de hacerlo reflexionar y le señala que está obligado a acatar el mandato. ¡Qué mandato ni qué madres! Aquí mando yo. Y, sin más, suena una bofetada. Eso, en media calle, ante la mirada atónita de los transeúntes.

En la Cámara de Diputados, la coordinadora de la fracción decide que Mónica suba a tribuna para defender cierta posición. Al instante, llega corriendo, sofocado, un compañero de bancada: -Oye, ¿por qué va ella? La coordinadora da razones: “Es la experta en el tema, tiene la licenciatura, ha trabajado en el tema desde hace cinco años”.-Pero, ¿estás segura de que sabe hablar?

Y en la de Senadores. Citan a una junta de la Comisión. Sólo hay una mujer integrante de la misma. El presidente de dicha Comisión presenta el asunto, todos escuchan atentamente. Llega tarde un compañero, y la senadora, además de darle los buenos días, le dice: Senador, ¿podría hacerme un favor? El aludido, con sardónica sonrisa, le responde: “Un favor, no; pero si quiere, ¡le hago un chamaco!” La carcajada de los otros resuena en la sala, ante el estupor de la aludida. La violencia contra las mujeres en la política. Y aun hay quienes afirman que a ellas les falta “capacitación”, cuando lo que urge son cursos intensivos de civilidad a muchos hombres que ocupan cargos sin tener la mínima educación. Como muestra, el vergonzoso comportamiento del presidente del Congreso de Baja California o de presidentes municipales o gobernadores de cualquier partido, que no llegan a escándalo porque se cuidan de que todo quede bien silenciado.

El reclamo de las mujeres para que, en la Constitución, se inscriba la paridad, tiene que ser escuchado. Somos la mitad de la población, por lo que tenemos derecho a la mitad del poder público. Somos iguales en derechos y, ellos, los hombres, están obligados a respetarlos. No es un favor.

*Licenciada en pedagogía y especialista en estudios de género

claschca@hotmail.com

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