Jesús Silva-Herzog Márquez
26 de abril de 2010
Si atendemos el discurso electoral de la temporada parece que hemos regresado al país de hace veinte años. Hay un partido invencible y tramposo al que solamente puede derrotar una alianza de todos sus adversarios. El PRD y el PAN unidos para desbancar al PRI. No deja de ser curioso: uno de ellos ocupa la presidencia desde hace más de una década pero trasmite cotidianamente su nostalgia de la brega opositora. El otro estuvo a un pelo de ganar la presidencia pero hoy parece aterrado por la posibilidad de ser barrido en las elecciones. Y el PRI, sin haber dado un solo paso en su renovación, es hoy el partido más popular y el menos aborrecido.
Desde hace meses, el PAN y el PRD nos retrotraen a los años ochenta para advertirnos que no hay condiciones de competencia, que las instituciones están cargadas; que los medios no dan cuenta de lo que pasa en las campañas. El monstruo inderrotable está de vuelta. Seguramente nunca se fue, apenas se retiró de la escena nacional pero siguió muy vivo y quizás se volvió más astuto en los rincones de la política local. En algunos sitios aprendió a competir y logró recuperar el poder que se le había escapado. En otros estados puso al día sus ardides para no soltarlo. La descentralización política que el país ha vivido en los últimos años no le ha abierto caminos a la democracia local sino que ha fincado regionalmente la política del abuso. Las lealtades al centro han desaparecido sin que se hayan asentado con solidez mecanismos eficaces de vigilancia. El repliegue del presidencialismo abrió el camino de los autoritarismos subregionales que hoy mandan sin contrapesos.
Por eso ha regresado una extraña política de alianzas. Los polos han dejado atrás la ideología para pactar alianzas electorales que parecían impensables hace unos cuantos meses. Después de la polarización extrema que vivió el país en el 2006, los enemigos se abrazan con la esperanza de darle un golpe a su enemigo común. Más que audacia, el impulso aliancista revela desesperación. La retórica transicional ha retornado: hay que pactar con cualquiera con tal de quitarle el poder al PRI que impide una competencia en condiciones democráticas. Pero una anticipación nacional ha sido definitiva para concretar los pactos improbables. En la derecha y en izquierda se presagian resultados desastrosos. Una pesadilla común los atormenta: en el preludio al 2012, el PRI desfila presumiendo orgullosamente triunfos en los estados. La amenaza para sus perspectivas presidenciales no es meramente el impacto psicológico que tales victorias pudieran generar en los electores. El peligro es que, esos triunfos permitan la implantación generalizada de la maquinaria electoral priista que pudiera pavimentar su retorno. Si no hacemos nada ahora, no podremos hacer nada después. Ése es el cálculo exasperado de panistas y perredistas: la elección presidencial empieza hoy, en las elecciones de gobernadores, alcaldes y congresos locales.
Las alianzas han recibido muchas críticas. Las más severas han sido, por supuesto, interesadas. Para los priistas, esta coalición de contrarios es antinatural y perversa; un golpe a la brújula que los electores necesitan para orientar su voto; un pacto oportunista en el que impera sólo la antipatía y que no podrá sobrevivir la jornada electoral. Sea como sea, la primera prueba, la crucial, será en el momento del voto. ¿Pueden convertirse estas alianzas en fórmulas exitosas? Ya lo veremos. Dentro de un par de meses se podrá hacer la primera evaluación del acuerdo. Por lo pronto, lo que es visible es el riesgo que corrieron los partidos nacionales que se ubican en los extremos del arco. Dentro del PAN ya provocó una pequeña crisis en el gobierno y en el PRD ha exhibido con claridad las hondas diferencias entre el movimiento lopezobradorista y la dirigencia del partido. Lo dicho: al impulsar alianzas con su contrario ideológico, los dirigentes corrieron un riesgo altísimo. Su liderazgo pende de esa apuesta. Las encuestas no demuestran aún que el cálculo haya sido juicioso. La alianza de dos no es duplicación de fuerzas. Bien se sabe que las coaliciones políticas no son operaciones aritméticas. En lo concreto, hay que recordar que la dinámica electoral en los estados sigue siendo, en lo fundamental, binaria y que el PRI (salvo en el Distrito Federal) ocupa un lugar estratégico: PRI contra izquierda o PRI contra derecha. De ahí que el agregado de la tercera fuerza sea, en la mayoría de los casos, una suma que apenas añade y que, en algunos aspectos, resta.
El fracaso de las alianzas puede ser devastador para las actuales dirigencias. En ambas organizaciones hay fuerzas que esperan un resultado adverso para destronar a quienes las impulsaron. Los opositores al PRI pueden enfrentar dentro de unos meses, el peor de los mundos: derrotas electorales y pleitos internos.
26 de abril de 2010
Si atendemos el discurso electoral de la temporada parece que hemos regresado al país de hace veinte años. Hay un partido invencible y tramposo al que solamente puede derrotar una alianza de todos sus adversarios. El PRD y el PAN unidos para desbancar al PRI. No deja de ser curioso: uno de ellos ocupa la presidencia desde hace más de una década pero trasmite cotidianamente su nostalgia de la brega opositora. El otro estuvo a un pelo de ganar la presidencia pero hoy parece aterrado por la posibilidad de ser barrido en las elecciones. Y el PRI, sin haber dado un solo paso en su renovación, es hoy el partido más popular y el menos aborrecido.
Desde hace meses, el PAN y el PRD nos retrotraen a los años ochenta para advertirnos que no hay condiciones de competencia, que las instituciones están cargadas; que los medios no dan cuenta de lo que pasa en las campañas. El monstruo inderrotable está de vuelta. Seguramente nunca se fue, apenas se retiró de la escena nacional pero siguió muy vivo y quizás se volvió más astuto en los rincones de la política local. En algunos sitios aprendió a competir y logró recuperar el poder que se le había escapado. En otros estados puso al día sus ardides para no soltarlo. La descentralización política que el país ha vivido en los últimos años no le ha abierto caminos a la democracia local sino que ha fincado regionalmente la política del abuso. Las lealtades al centro han desaparecido sin que se hayan asentado con solidez mecanismos eficaces de vigilancia. El repliegue del presidencialismo abrió el camino de los autoritarismos subregionales que hoy mandan sin contrapesos.
Por eso ha regresado una extraña política de alianzas. Los polos han dejado atrás la ideología para pactar alianzas electorales que parecían impensables hace unos cuantos meses. Después de la polarización extrema que vivió el país en el 2006, los enemigos se abrazan con la esperanza de darle un golpe a su enemigo común. Más que audacia, el impulso aliancista revela desesperación. La retórica transicional ha retornado: hay que pactar con cualquiera con tal de quitarle el poder al PRI que impide una competencia en condiciones democráticas. Pero una anticipación nacional ha sido definitiva para concretar los pactos improbables. En la derecha y en izquierda se presagian resultados desastrosos. Una pesadilla común los atormenta: en el preludio al 2012, el PRI desfila presumiendo orgullosamente triunfos en los estados. La amenaza para sus perspectivas presidenciales no es meramente el impacto psicológico que tales victorias pudieran generar en los electores. El peligro es que, esos triunfos permitan la implantación generalizada de la maquinaria electoral priista que pudiera pavimentar su retorno. Si no hacemos nada ahora, no podremos hacer nada después. Ése es el cálculo exasperado de panistas y perredistas: la elección presidencial empieza hoy, en las elecciones de gobernadores, alcaldes y congresos locales.
Las alianzas han recibido muchas críticas. Las más severas han sido, por supuesto, interesadas. Para los priistas, esta coalición de contrarios es antinatural y perversa; un golpe a la brújula que los electores necesitan para orientar su voto; un pacto oportunista en el que impera sólo la antipatía y que no podrá sobrevivir la jornada electoral. Sea como sea, la primera prueba, la crucial, será en el momento del voto. ¿Pueden convertirse estas alianzas en fórmulas exitosas? Ya lo veremos. Dentro de un par de meses se podrá hacer la primera evaluación del acuerdo. Por lo pronto, lo que es visible es el riesgo que corrieron los partidos nacionales que se ubican en los extremos del arco. Dentro del PAN ya provocó una pequeña crisis en el gobierno y en el PRD ha exhibido con claridad las hondas diferencias entre el movimiento lopezobradorista y la dirigencia del partido. Lo dicho: al impulsar alianzas con su contrario ideológico, los dirigentes corrieron un riesgo altísimo. Su liderazgo pende de esa apuesta. Las encuestas no demuestran aún que el cálculo haya sido juicioso. La alianza de dos no es duplicación de fuerzas. Bien se sabe que las coaliciones políticas no son operaciones aritméticas. En lo concreto, hay que recordar que la dinámica electoral en los estados sigue siendo, en lo fundamental, binaria y que el PRI (salvo en el Distrito Federal) ocupa un lugar estratégico: PRI contra izquierda o PRI contra derecha. De ahí que el agregado de la tercera fuerza sea, en la mayoría de los casos, una suma que apenas añade y que, en algunos aspectos, resta.
El fracaso de las alianzas puede ser devastador para las actuales dirigencias. En ambas organizaciones hay fuerzas que esperan un resultado adverso para destronar a quienes las impulsaron. Los opositores al PRI pueden enfrentar dentro de unos meses, el peor de los mundos: derrotas electorales y pleitos internos.
Tomado de: http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/
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