Hace un par de semanas, Roberto Rodríguez señaló que la educación superior privada fuera el terreno de una walmartización: empresas grandes, generalmente extranjeras, operan en el mercado mexicano, comprando universidades como la Universidad del Valle de México y después la Unitec (Campus núm. 296).
A primera vista, parece tener razón. La compra de la Unitec por parte de Laureate Education Inc. convirtió, de hecho, a la UVM en la universidad privada más grande de México, con 39 planteles y 120 mil estudiantes, rebasando al Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), que cuenta con sólo 33 planteles. Así, el movimiento parece introducir en el sistema mexicano un actor tipo Walmart (compitiendo con la “Comercial Mexicana”), lo cual despierta muchas interrogantes acerca de la regulación de la educación privada en México.
Pero por llamativa que sea esta adquisición, no hay que perder de vista que el mercado privado es ya el terreno de una intensa competencia entre muchas empresas. Cabe recordar que en 2005, el grupo Carlyle, encabezado entonces por Luis Téllez, compró la Universidad Latinoamericana.
En 2006, Alfonso Romo adquirió la Universidad Metropolitano de Monterrey y la Universidad de la Concordia en Aguascalientes. En 2008, María Concepción Aramburuzabala, dueña del grupo Modelo, incorporó a sus bienes a la Universidad ETAC, con cuatro planteles y 7 mil 500 estudiantes en el Estado de México, por un monto de 20 millones de dólares. Debe haber más compras y ventas que pasaron por debajo del radar.
Estas compras indican que la educación privada se ha convertido en un negocio lucrativo. No cabe duda que lo es: la Universidad ETAC, con sus anteriores dueños, recientemente logró acuerdos con el gobierno de Veracruz y la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), para que sus profesores se inscribieran a la maestría en Educación a Distancia, garantizando una matrícula de por lo menos trescientos estudiantes por un periodo de dos años, a razón de 2 mil pesos al mes. Es decir, un ingreso fijo de 600 mil pesos al mes. Y cabe resaltar que la ETAC no revela datos sobre su planta de profesores, quienes asesorarán, a distancia, a estos 300 estudiantes. Más bien, ETAC promete una titulación automática, sin necesidad de tesis. Obviamente, no está en el Padrón Nacional de Posgrados de Calidad.
Las compras despiertan además otras preguntas:
1. La educación privada se convirtió en un terreno de compra y venta, al estilo del mercado libre. Hay varias cosas que destacan ahí: varios socios de universidades privadas empiezan a actuar como accionistas, que pueden vender su participación al mejor postor. Con ello, la universidad privada se convierte en un negocio con fines de lucro: es posible que la universidad no opera formalmente con estos fines (no reporta ganancias al final del año fiscal), pero sus socios sí: alguien que invirtió 5 millones de pesos en una universidad puede vender su participación en 7 millones después de unos años.
2. La universidad privada empieza a funcionar realmente como empresa, pues se abre la posibilidad de adquisiciones inamistosas. Por lo menos, en el caso de la Universidad ETAC, eso parece ser el caso: algunos socios optaron por vender, aunque el rector, y socio, Jesús Nájera, no estuviera de acuerdo. El resultado fue la salida del rector y parte de su equipo de colaboradores.
3. Las compras y ventas abren el paso para fusionar planteles, cerrar programas, despedir personal o cambiar el monto de las colegiaturas. En el caso de Unitec, ya tres planteles se rebautizaron como UVM. En el caso de ETAC quedó en el aire el convenio con otras instancias, y la colaboración que tenía con la Universidad del Valle de Grijalva (que opera en Tabasco y Chiapas).
Lo anterior pone en entredicho si se trata de una walmartización o de un fenómeno peor. Me parece que se trata de una cuestión más parecida a Merrill Lynch o AIG, empresas de financiamiento que desataron la actual crisis en Estados Unidos. Me explico: en el caso de que Walmart entrase en una crisis, los clientes simplemente se irían a comprar en la tienda de abarrotes de la esquina.
Pero en el caso de las universidades, un estudiante, al inscribirse, apuesta a una inversión a largo plazo (4 o 5 años) para obtener un título, al estilo de una hipoteca. Ante posibles cambios podría dejar la institución, pero se quedaría como “desertor”, con créditos no reconocidos por nadie.
Lo característico de esta situación de compras y ventas es que su colegiatura puede subir libremente; su programa puede desaparecer o perder el RVOE; sus profesores pueden ser despedidos; cambiar el equipo directivo; que su universidad pase a manos de terceros, o cierre. El que pierde es el estudiante, el que gana es el inversionista.
Por lo pronto, para saber acerca de la educación superior, más vale no sólo consultar a CampusMILENIO, sino a la sección de negocios de El Financiero o El Economista.
* Académico de la BUAP.
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