Roberto Rodríguez Gómez*
roberto@servidor.unam.mx
El nacimiento de la Universidad de Bolonia fue fechado, en el siglo XIX, hacia el año 1088, lo que hace de ella la institución universitaria más antigua del mundo. La celebración del novecientos aniversario de la universidad, en 1988, se preparó con esmero y con bastante anticipación. En 1986, las autoridades de la institución italiana lanzaron la propuesta de coronar los festejos con una declaración que se pronunciase acerca de los principales retos universitarios de cara al futuro inmediato y en el largo plazo. La propuesta, sugerida a la Asamblea de Rectores Europeos, en reunión celebrada en junio de 1987 en la sede universitaria de Bolonia, fue acogida con entusiasmo y se designó una comisión para que se hiciera cargo de la tarea.
En el grupo redactor de la que más tarde se conocería como Magna Charta Universitatum Europearum o Carta Magna de las Universidades Europeas, participaron el presidente de la Conferencia Europea de Rectores; los rectores de las universidades de Bolonia, París I, Lovaina, Ultrech y Barcelona; el presidente de la Subcomisión Universitaria de la Asamblea Parlamentaria del Consejo Europeo, y el profesor Giuseppe Caputo, organizador principal de los festejos en la Universidad de Bolonia.
En enero de 1988 la comisión concluyó el documento en una reunión en Barcelona y, en septiembre del mismo año, fue suscrito por la totalidad de los rectores, cerca de trescientos, que asistieron a las ceremonias del aniversario. A partir de entonces, el documento ha sido suscrito por más de seiscientas universidades de todos los rincones del planeta
¿En qué consiste la orientación general y el sentido de la declaración de las universidades europeas? ¿Qué tipo de procesos desencadenó? ¿Qué representa en la actualidad?
Dos temas medulares: autonomía y responsabilidad social
La Carta Magna de las Universidades Europeas es un documento sumamente conciso. En apenas dos páginas concentra lo que, en ese momento, los rectores de la región consideraron medios para la preservación en el tiempo de la empresa universitaria, así como los instrumentos que podrían conducir a un nuevo escenario de desarrollo.
El texto se divide en tres apartados. El primero es introductorio y contiene los “considerandos” o motivos de la carta. El segundo enuncia los principios fundamentales de la institución universitaria, así como los retos centrales para impulsar su continuidad y progreso. El tercero formula un conjunto de medios y condiciones para alcanzar los objetivos de desarrollo previamente descritos.
Dos grandes temas recorren la declaración: la autonomía —como la nota característica de identidad universitaria— y las responsabilidades sociales y culturales de la universidad.
La responsabilidad de la institución universitaria, así como la perspectiva de actualizar su misión a los retos del mundo contemporáneo, es plasmada en los considerandos de la carta. En primer lugar, la importancia de las universidades para el desarrollo económico, social y cultural.
En este sentido, el documento señala “que el porvenir de la humanidad, al finalizar este milenio, depende en gran medida del desarrollo cultural, científico y técnico, el cual se forja en los centros de cultura, de conocimiento y de investigación en que se han convertido las auténticas universidades”. Esto es, la perspectiva de la universidad como impulsora de la sociedad del conocimiento. Puede ahora parecernos obvio; en la Europa de mediados de los años ochenta no lo era tanto.
En segundo lugar, la noción de lo que hoy llamamos formación continua y educación permanente, es decir, la idea de una universidad con capacidad para ofrecer servicios educativos no sólo a la juventud y no únicamente en un tramo de edad específico. Al respecto dice la carta: “La tarea de difusión de los conocimientos que la universidad ha de asumir respecto de las nuevas generaciones implica, hoy, que se dirija también al conjunto de la sociedad, cuyo porvenir cultural, social y económico exige especialmente un considerable esfuerzo de formación permanente”.
Y en tercer lugar, la perspectiva de la contribución universitaria a la sostenibilidad del medio ambiente, en el entendido de que “la universidad debe asegurar a las futuras generaciones la educación y la formación necesarias que contribuyan al respeto de los grandes equilibrios del entorno natural y de la vida”. En la era del riesgo concreto frente al fenómeno del calentamiento global, el pronunciamiento de los rectores en 1988 resulta, sin duda, un razonamiento precursor.
Responsabilidades, pues, de tipo económico, social, cultural y ambiental vistas ya en la nomenclatura del nuevo milenio. Estos retos, concretados en unos cuantos trazos discursivos, son elocuentes de una visión renovada de las funciones canónicas de la universidad: formación, investigación y difusión de la cultura.
Los principios a preservar, sostener y defender
En el texto de la Carta Magna de las Universidades Europeas se definen, describen y se explica la actualidad de tres rasgos fundamentales de la acción universitaria: la autonomía, la libertad académica y la promoción de una perspectiva necesariamente multicultural.
El documento es enfático al señalar, en primer lugar y sobre todo, que “la universidad es una institución autónoma que, de manera crítica, produce y transmite la cultura por medio de la investigación y la enseñanza. Abrirse a las necesidades del mundo contemporáneo exige disponer, para su esfuerzo docente e investigador, de una independencia moral y científica frente cualquier poder político, económico e ideológico”.
La autonomía se entiende estrechamente vinculada a la libertad académica. La carta, además, hace énfasis en el vínculo que debe existir entre las tres grandes funciones académicas. Señala al respecto: “En las universidades, la actividad docente es indisociable de la actividad investigadora, con el fin de que la enseñanza sea igualmente capaz de seguir la evolución tanto de las necesidades y de las exigencias de la sociedad como de los conocimientos científicos”.
La perspectiva intercultural es señalada en términos de una nueva misión universitaria, pues si bien se reconoce que las universidades son “depositarias de la tradición del humanismo europeo”, su vocación científica y cultural reconoce que “el saber universal ignora toda frontera geográfica o política para asumir su misión y afirma la imperiosa necesidad del conocimiento recíproco y de la interacción de las culturas”.
Una estrategia de cambio
Los redactores de la Carta Magna encontraron que el solo señalamiento de los desafíos universitarios en el mundo contemporáneo era insuficiente si no se indicaban los medios necesarios para afrontar el doble reto de preservar la esencia de la universidad y llevarla por nuevos caminos de desarrollo. Por ello, plantearon también el conjunto de medios que, desde su punto de vista, resultaban adecuados para avanzar. En resumen:
*Se debe asegurar que el conjunto de los miembros de la comunidad universitaria cuente con los instrumentos adecuados para su realización.
*La selección de los profesores y la reglamentación de su estatuto deben regirse por el principio de la indisociabilidad entre la actividad investigadora y la actividad docente.
*Cada universidad debe garantizar a los estudiantes la salvaguarda de las libertades, así como las condiciones necesarias para alcanzar sus objetivos en materia de cultura y de formación.
*Las universidades —y especialmente las universidades europeas— consideran el intercambio recíproco de información y de documentación y la multiplicación de iniciativas comunes como instrumentos fundamentales para el progreso continuado de conocimientos.
*Las universidades deben alentar la movilidad de los profesores y de los estudiantes, y deben estimar una política general de equivalencia en materia de estatutos, de títulos, de exámenes (aun manteniendo los diplomas nacionales) y de concesión de becas.
Diez años después de firmada la Carta Magna daría inicio el llamado “Proceso de Bolonia”, es decir, la estrategia de convergencia de las universidades europeas, así como el Espacio Europeo de la Educación Superior, el cual ha buscado colocar y gobernar dicho proceso de convergencia en la escena de las políticas de integración regional de la Unión Europea.
El camino recorrido ha sido largo y no exento de dificultades y aun de conflictos, por lo que no puede negarse que el documento firmado en 1988, cuatro años antes de que se iniciara la plataforma que dio lugar a la Unión Europea, fue y continúa siendo una inspiración seminal.
*UNAM. Instituto de Investigaciones Sociales. Seminario de Educación Superior.
Tomado de: http://www.campusmilenio.com.mx
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