jueves, 21 de enero de 2010

Negro dolor del silencio

Jorge F. Hernández
Milenio/21 de enero de 2010

Recuerdo las calles de la ciudad tomadas por la ahora llamada sociedad civil, las nubes del polvo de cemento y el olor penetrante del gas butano. Recuerdo la inexistencia de los poderes y la inexistencia de la policía, los semáforos sustituidos por jóvenes que demarcaban el flujo de los coches con pañuelos y paliacates. Recuerdo los centros de acopio y las miles de cajas con víveres que venían de lejos con recados manuscritos y buenos deseos; los aviones militares en el aeropuerto donde compartían pista los antiguos aviones soviéticos, mano a mano, con norteamericanas ballenas voladoras, españoles galeones flotantes y todas las banderas del mundo. Recuerdo también la incomunicación y el miedo, el pillaje y los espantos, las réplicas y el recuerdo intacto del terremoto que partió el alma de la Ciudad de México a las siete horas con diecinueve minutos de un diecinueve de septiembre… que es hoy mismo.

Es probable que aquí escriba por primera vez la palabra Haití. Confieso que hasta ahora mantenía una funcional y supuestamente inofensiva ignorancia en torno a ese raro país que ahora despierta un dolor inconcebible. Sabíamos que era cohabitante de la isla Española, con la otra mitad llamada Dominicana y que se fundó gracias a una exitosa revuelta de esclavos negros que lograron —nada más y nada menos— la primera revolución de Independencia de América. La preocupación por el destino de esa población se ventiló entre los firmantes del pliego norteamericano contra la Corona inglesa en el verano intenso de 1776 y, aún ajenos a su dialecto creol y su filiación a la lengua francesa, llevamos más de dos siglos con cíclicas noticias negras, huracanes o dictaduras infernales que azotan a esa población condenada a la diáspora continua, que hoy es nada menos que la morgue más grande del mundo.

Llueven lágrimas con tan sólo imaginar o recordar la sensación inclasificable de la tierra sacudiéndose, los edificios que oscilan como hechos de pan y los gritos, desesperaciones y miradas perdidas para siempre de hombres y mujeres como hormigas indefensas. Llanto de ver a los niños que se quedaron sin padres y a los padres que llevan en brazos a sus niños muertos, las heridas abiertas, el olor a gangrena, la ironía de las toneladas de ayuda y medicamentos que no pueden distribuirse… y luego, la desesperación del pillaje, el horror de los fantasmas negros con machete a pocas calles de las mismas tropas armadas que libran batallas electrónicas al otro lado del mundo. Una niña de trece años ha caído muerta de un balazo por haber tenido la ocurrencia de robarse unos cuadros de entre los escombros de un almacén derruido por la escala de Richter… y un hombre desnudo, aún con vida, va arrastrado —amarrado por los tobillos— al precio de la saña de quienes lo sorprendieron robando agua, medicinas o comida… el pie de foto subraya que se trata de un delincuente, pero la confusión podría traicionarnos con la noticia de que ese hombre intentaba alcanzar un litro de leche para sus hijos desahuciados, habiendo perdido a toda su familia bajo los escombros de una pobreza que se venía acumulando desde mucho antes del terremoto.

El poeta haitiano René Despestre —traducido por Virgilio Piñera y en algún tiempo refugiado en Cuba— tiene un poema titulado “Flores en mi buzón”. Sus versos narran que esta misma mañana una mano anónima ha puesto flores en tu buzón: son cartas que envía el Sol desde una cárcel de otro país y un telegrama de la Luna, amenazada por la llegada del Hombre. Son recados de un árbol en Nueva Zelanda y mensajes cifrados de la lluvia, la desesperada misiva de un ruiseñor que pide dinero, flores del fondo del mar, firmadas por algas marinas y el beso de una sirena que es princesa de altamar, que deletrea su alfabeto de espumas para dejarlo en tu buzón… Canta el poeta que en tu buzón han llegado esas flores como “la morsa gloriosa de su sangre en flor”, de la princesa de la mar océano que desde el fondo de las aguas trae noticias de las hierbas inocentes, los buenos días de los primeros peces y “los primeros besos de adolescentes que reclaman un poco de ternura, de paz y dignidad, con una luz fresquísima, para todos los ojos que acaban de llorar”.

Hoy abro el buzón de la más negra conciencia y duele Haití con el recuerdo del terremoto que ya vivimos y sobrevivimos en México, en la Ciudad Monstruo que ha vuelto a poblar barrancas y sobrepoblarse con hacinamientos que tiemblan a la espera de una nueva sacudida subterránea. Como un hombre que va arrastrado por las calles de la desolación, la más negra conciencia se revuelve en silencio y como flores en un buzón parece llamar la atención de nuestra amnesia y sacudir el recuerdo de la fácil desidia y el necio desprecio que le guardamos a todos los países, islas, bosques y prados que olvidamos en los mapas. En inglés se quiebra ya la costumbre de pronunciar el nombre de Haití, fonéticamente idéntico a cómo se pronuncia la palabra Odio… pero hoy esa isla y todos necesitan no más que amor… y la esperanza iluminada de un bebé que resucita en brazos de un bombero español anónimo, de la anciana que logra volver a la intemperie entre los eslabones heroicos de los brazos enlazados de hombres-topos mexicanos… el primer sorbo de agua que le llega a los labios a un hombre recién amputado sin anestesia por las delicadas manos moradas de un médico belga… los llantos del orfanato que se desmoronó en el tiempo justo para que los huérfanos alcanzaran a salir corriendo y en brazos de sus familias postizas, temporales, bajo las nubes del polvo de cemento, las noches de miedo negro y callado, el incesante ronroneo de las plegarias entre los palacios blancos del poder derrumbado, sobre la cuadrícula infernal de las calles adoquinadas con cadáveres en descomposición, campamentos de miles de desamparados sobre los lujosos prados de un campo de golf en esas zonas donde siempre han de quedar inmunes a la tragedia los que más tienen…. Llegan las imágenes que devastarán el alma de todo aquel que se sabe doler, incluso del dolor ajeno, y se contagia el agua salada en los ojos, miradas profundas, que hoy sólo podemos unir bajo los párpados como abono a las futuras flores de todos aquellos que reclaman un poco de paz y dignidad, esa ternura como luz fresquísima de los primeros besos adolescentes entre todos los ojos del mundo que acaban de llorar.

Haití: un desafío internacional

Carlos Fuentes
El País/21 de enero de 2010

Miro una foto de una tristeza, dolor, crueldad y violencia inmensas: un hombre toma del pie el cadáver de un niño y lo arroja al aire. El cuerpo va a dar a la montaña de cadáveres -decenas de millares en una población de 10 millones-. Saldo terrible del terremoto en Haití. Cuesta admitir que una catástrofe más se añada a la suma catastrófica de esta desdichada nación caribeña. El 80% de sus habitantes sobrevive con menos de dos dólares diarios. El país debe importar las cuatro quintas partes de lo que come. La mortalidad infantil es la más alta del continente. El promedio de vida es de 52 años. Más de la mitad de la población tiene menos de 25 años. La tierra ha sido erosionada. Sólo un 1,7% de los bosques sobreviven. Tres cuartas partes de la población carece de agua potable. El desempleo asciende al 70% de la fuerza de trabajo. El 80% de los haitianos vive en la pobreza absoluta.
Los huracanes son frecuentes. Pero si la naturaleza es impía, más lo es la política humana. Primer país latinoamericano en obtener la independencia, en 1804, se sucedieron en Haití gobernantes pintorescos que han alimentado el imaginario literario. Toussaint L'Ouverture, fundador de la República, depuesto por una expedición armada de Napoleón I. El emperador Jean-Jacques Dessalines extermina a la población blanca y discrimina a los mulatos, pero es derrotado por éstos. Alexandre-Pétion, junto con el dirigente negro Henry Christophe, convertido en brujo y pájaro por Alejo Carpentier en su gran novela El reino de este mundo, espléndido resumen novelesco del mundo animista de brujos y maldiciones haitianas. Fueron los "jacobinos negros".
El verdadero maleficio de Haití, sin embargo, no está en la imaginación literaria, ni en el folclore, sino en la política. Sólo después de la ocupación norteamericana (1915-1934), Haití ha sufrido una sucesión de presidentes de escasa duración y una manifiesta ausencia de leyes e instituciones, vacío llenado, entre 1957 y 1986, por Papá Doc Duvalier y su hijo Baby Doc, cuyas fortunas personales ascendieron en proporción directa al descenso del ingreso de la población, el desempleo y la pobreza. Patrimonialismo salvaje que intentó corregir, en 1990, el presidente Jean-Baptiste Aristide, exiliado en 1991, de regreso en 1994, y desplazado al cabo por el actual presidente René Préval.
Este carrusel político no da cuenta de las persistentes dificultades provocadas por la guerra de pandillas criminales, herederas de los terribles tonton-macoutes de Duvalier, incontenibles para una policía de apenas 4.000 hombres y avasallada por las realidades de la tortura, la brutalidad, el abuso y la corrupción como normas de la existencia.¿Qué puede hacer la comunidad internacional sin que los préstamos del Banco Mundial o del Banco Interamericano desaparezcan en el vértigo de la corrupción? La presencia de una fuerza multinacional de la ONU, la MINUSTAH o Misión Estabilizadora (con gran presencia brasileña) ha contribuido sin duda a disminuir el pandillismo, los secuestros y la violencia. La inflación disminuyó de 2008 acá de un 40% a un 10% y el PIB aumentó en un 4%. Prueba de que hay soluciones, por parciales que sean, a la problemática señalada. Pero hoy, el terremoto borra lo ganado y abre un nuevo capítulo de retraso, desolación y muerte.
La comunidad internacional está respondiendo, a pesar de que Puerto Príncipe ha perdido su capacidad portuaria, el aeropuerto tiene una sola pista y el hambre, la desesperación y el ánimo de motín aumentan. El presidente Barack Obama ha dispuesto (con una velocidad que contrasta con la desidia de su predecesor en el caso del Katrina en Nueva Orleans) medidas extraordinarias de auxilio.
Obama ha tenido cuidado en que el apoyo norteamericano sea visto como parte de la solidaridad global provocada por la tragedia haitiana, y ha hecho bien. Las intervenciones norteamericanas en Haití están presentes en la memoria. Entre 1915 y 1934, la infantería de marina de Estados Unidos ocupó la isla y sólo la llegada de Franklin Roosevelt a la Casa Blanca le dio fin a la intervención. No hay que ser pro-yanqui para notar que la ocupación trajo orden, el fin de la violencia y un programa de obras públicas, aunque no trajo la libertad, ni acabó con la brutalidad subyacente de la vida haitiana.
La presencia actual de muchas naciones y muchas fuerzas, militares y humanitarias, en suelo haitiano, propone una interrogante. Terminada la crisis, pagado su altísimo costo, ¿regresará Haití a su vida de violencia, corrupción y miseria?
Acaso el momento sea oportuno para que la comunidad internacional se proponga, en serio, pensar en el futuro de Haití y en las medidas que encarrilen al país a un futuro mejor que su terrible pasado. Que dejado a sí mismo, Haití revertirá a la fatalidad que lo ha acompañado siempre, es probable. Que la comunidad internacional debe encontrar manera de asegurar, a un tiempo, que Haití no pierda su integridad pero cuente con apoyo, presencia y garantías internacionales que asistan a la creación de instituciones, al imperio de la ley, a la erradicación de la pobreza, el crimen, la tradición patrimonialista y la tentación autoritaria, es un imperativo de la globalidad.
Ésta, la globalización, encuentra en Haití un desafío que compromete la confianza que el mundo pueda otorgarle a la desconfianza que todavía la acecha. La organización internacional prevé (o puede imaginar) maneras en que Haití y el mundo unan esfuerzos para que la situación revelada y subrayada por el terremoto no se repita.
Haití no debe ser noticia hoy y olvido pasado mañana. Haití no cuenta con un Estado nacional ni un sector público organizados. Los Estados Unidos de América no pueden suplir esas ausencias. La inteligencia de Barack Obama consiste en asociar a Norteamérica con el esfuerzo de muchos otros países. Porque Haití pone a prueba la globalidad devolviéndole el nombre propio: internacionalización, es decir, globalidad con leyes.
P.S. Una manera de entender a Haití más allá de la noticia diaria consiste en leer a algunos autores de un país de cultura rica, economía pobre y política frágil. Me refiero a Los gobernadores del Rocío de Jacques Roumain, un autor que partió de una convicción: el orgullo de los haitianos en su cultura. Tanto en Los gobernadores como en La presa y la sombra y La montaña encantada, Roumain resume en una frase el mal de Haití: "Todo mi cuerpo me duele". Junto con él, los hermanos Pierre Marcelin y Philippe Thoby-Marcelin escribieron la gran novela del Haití del vudú, las peleas de gallos y la superstición, Canapé-Vert, así como El lápiz de Dios y Todos los hombres están locos. Esta última prologada en inglés por Edmund Wilson, quien ve en ella, más allá del drama de Haití, "la perspectiva de las miserias y fracasos de la raza humana, nuestros amargos conflictos ideológicos y nuestras ambiciones aparentemente inútiles".

Carlos Fuentes es escritor mexicano.

miércoles, 20 de enero de 2010

UNAM: el funcionario suntuario

Guillermo Sheridan
El Universal/19 de enero de 2010

Celebré aquí hace dos semanas que el rector de la UNAM, Dr. José Narro Robles, criticase a la institución que preside y que ordenase a los funcionarios ahorrar recursos limitando el uso de teléfonos celulares, automóviles, gasolina, gastos de representación y otros lujos.
El asunto se relaciona con la paradoja que aceptó el rector José Sarukhán hace 20 años cuando habló de la necesidad de “academizar” a la UNAM. Se reconocía que en la UNAM conviven el conocimiento y sus reglas con diversas formas de poder político (y sus propias reglas). Se entendía que en la UNAM hay una pugna con un poder no académico, pero capaz de “desacademizar a la academia”. Los usos políticos y partidarios de la universidad la “desacademizan”, pero también lo hace la preeminencia del interés de los funcionarios sobre el desinterés de los académicos.

El dispendio aludido es un ingrediente más entre los que propician que en la mayoría de las instituciones públicas de educación superior del país la carrera de funcionario sea más redituable que la de académico. Así como hay quienes prefieren ingresar al Sindicato de la UNAM que a la UNAM, hay quienes prefieren administrar el conocimiento en oficinas que generarlo o enseñarlo en bibliotecas, laboratorios y aulas obviamente carentes de lujo.

Desde luego, hay funcionarios universitarios íntegros, creativos y con un intachable sentido del servicio; pero el simple hecho de que el rector haya tenido que detener los gastos suntuarios ya delata privilegios que nunca debieron existir. Pero junto al problema de su costo está el otro, que es aún peor: el problema del poder que va de la mano con los privilegios.

Se trata de privilegios que suelen ser adictivos: quien ha probado sus mieles, difícilmente aprenderá a prescindir de ellos. El resultado es que, para conservarlos y aumentarlos, hay quienes politizan su desempeño administrativo; quienes explotan políticamente y en beneficio propio el desinterés de los académicos; quienes no tardan en adquirir compromisos, en crearse alianzas políticas o prestarse a ellas.

Esto se puede observar en todo tipo de prácticas. Habrá quienes distribuyen a su conveniencia los puestos disponibles, manipulan comisiones, hacen negocios, practican el nepotismo. Puede haber un director que se ordena a sí mismo prologar los libros de sus subordinados o hasta compartir su autoría, a lo que éstos se resignarán a la espera de un eventual provecho. Ha habido quienes despojan a sus subordinados de sus iniciativas para decorar su ansioso curriculum, y quienes optan por el silencio crítico propio y de los demás.

Las prácticas más ofensivas son las que los funcionarios han diseñado para autopremiarse. Ser funcionario académico, por ejemplo, supone cumplir de entrada con uno de los requisitos para aspirar al máximo nivel de los estímulos económicos que se dan por méritos. Durante años, ser director suponía recibir de manera vitalicia el salario íntegro al dejar el cargo (ahora son sólo tres años). De todos modos, en tanto que el salario de un director es superior al de un mero académico, y en tanto que un director puede serlo hasta ocho años, la promesa de once años con un salario de primera se carga de atractivo. Y un director ambicioso que no puede serlo más, siempre podrá apelar a ardides para salir del brete, como cambiarle de nombre a su instituto y empezar de cero.

Y no son malos salarios, como veremos la semana que viene…

Haití no está solo

Ban Ki-moon
El Universal/20 de enero de 2009

El desastre de Haití demuestra una vez más algo que nosotros, como seres humanos, hemos sabido siempre: que incluso entre la peor devastación siempre hay esperanza.

Lo he visto yo mismo esta semana en Puerto Príncipe. La ONU sufrió su peor pérdida de la historia. Nuestra sede en la capital haitiana quedó reducida a un amasijo de cemento y acero retorcido. Cómo podría sobrevivir alguien, pensé. Pero instantes después de partir de allí, con el corazón encogido, los equipos de rescate sacaron un sobreviviente tras cinco días enterrado entre los escombros, sin agua ni comida. Creo que fue un pequeño milagro, una señal de esperanza.

Desastres como el de Haití nos recuerdan la fragilidad de la vida, pero también reafirman nuestra fortaleza. Hemos contemplado imágenes aterradoras por televisión: edificios derrumbados, cadáveres en las calles, personas hambrientas, sedientas y sin hogar. Lo he visto todo, y más cosas, mientras caminaba por la devastada ciudad. Pero también he visto algo más, una expresión destacable del alma humana, gente sufriendo los golpes más severos que seguían demostrando una extraordinaria resistencia.

Durante mi breve visita, me reuní con personas en la calle. Varios jóvenes que estaban cerca de las ruinas del palacio presidencial me dijeron que querían ayudar en la reconstrucción de Haití. Más allá de la crisis inmediata, esperan empleos, un futuro digno y un trabajo que ejercer. Por las calles me encontré una madre joven que vivía con sus hijos en una tienda de campaña en un parque, con escasa comida. Había miles como ella, resistiendo con paciencia, ayudándose mutuamente de la mejor manera posible. Tenía fe en que pronto llegaría la ayuda, así como otras personas también la tenían. “He venido a ayudar” les dije. “No desesperen”. La mujer me respondió que le pedía ayuda a la comunidad internacional para reconstruir Haití para los niños, para las generaciones futuras.

Para los que lo han perdido todo, la ayuda no llegará tan pronto como se desearía. Pero la ayuda ya está llegando y cada vez en mayores cantidades a pesar de las dificultades logísticas de la capital, donde han desaparecido toda clase de servicios. El lunes por la mañana ya estaban trabajando más de 40 equipos internacionales de búsqueda y rescate que contaban con 1.700 personas. Han aumentado las reservas de agua y cada vez son más las tiendas de campaña y refugios provisionales disponibles. Los hospitales que han sufrido grandes daños han empezado a funcionar de nuevo con la ayuda de los equipos médicos internacionales. Mientras, el Programa Mundial de Alimentos trabaja con el Ejército de los Estados Unidos para distribuir raciones diarias de comida para 200,000 personas. La agencia espera poder alimentar a cerca de un millón de personas en las próximas semanas y tratarán de llegar a casi dos millones.

Hemos visto cómo fluía la ayuda internacional, de manera proporcional a la magnitud del desastre. Cada nación y cada organización internacional se han movilizado para ayudar a Haití. Nuestra tarea es canalizar esa ayuda. Necesitamos asegurarnos de que la ayuda llegue a quienes lo necesitan tan pronto como sea posible. No podemos dejar las provisiones esenciales en los almacenes. No tenemos tiempo que perder, ni dinero que derrochar. Se requiere una coordinación fuerte y efectiva, la comunidad internacional trabajando conjuntamente, con la ONU al frente.

Este trabajo crítico comenzó desde el primer día, tanto por parte de la ONU, como de las agencias de ayuda internacionales y de otros actores clave, la ONU ha trabajado a fondo con Estados Unidos y los países de Europa, Latinoamérica y muchos otros para identificar las necesidades humanitarias más urgentes y atenderlas. Estas últimas deben agruparse en categorías bien delimitadas para que no se dupliquen esfuerzos y las diversas organizaciones se complementen. Por ejemplo, el grupo de necesidades sanitarias que dirige la OMS ya organiza y coordina la asistencia médica de 21 organizaciones internacionales.

La urgencia del momento predominará, como es lógico, sobre la planificación, pero no es demasiado pronto para pensar en el mañana, un punto que el presidente Rene Préval reiteró cuando nos reunimos. Aunque es tremendamente pobre, Haití ha hecho algunos progresos. Gozaba de una estabilidad desconocida y los inversores habían regresado. No será suficiente para reconstruir el país como era, ni bastará con hacer mejoras cosméticas. Debemos ayudar a Haití a reconstruirse, trabajando unidos con el gobierno para que el dinero y la ayuda invertidos hoy tengan efectos beneficiosos duraderos, creando empleos y liberando al país de su dependencia a la generosidad internacional.

En este sentido, la grave situación haitiana es un recordatorio de nuestras grandes responsabilidades. Hace una década, la comunidad internacional comenzó el nuevo siglo acordando que se actuaría para eliminar la extrema pobreza en el 2015. Se han dado importantes pasos hacia estos “Objetivos del Milenio”, en áreas como salud y educación maternal para evitar enfermedades infecciosas, pero ha habido pocos avances en otras áreas críticas. Estamos muy lejos de alcanzar nuestras promesas de que los pobres del mundo tengan un futuro mejor.

Mientras acudimos al auxilio inmediato de Haití, no perdamos la perspectiva global. Ese fue el mensaje que recibí, alto y claro, de la gente en las calles de Puerto Príncipe. Pedían trabajos, dignidad y un futuro mejor. Esa es la esperanza de todos los pobres del mundo, vivan donde vivan. Al hacer lo que es correcto para Haití, en este momento de necesidad, se lanzará un fuerte mensaje de esperanza para todos ellos.

Material proporcionado por el Centro de Información de las Naciones Unidas en México.
Secretario General de Naciones Unidas