jueves, 13 de mayo de 2010

Futbol, racismo y finanzas de la UNAM

Humberto Musacchio
Excélsior/13 de mayo de 2010

El domingo, en el estadio olímpico de la Ciudad Universitaria, durante el encuentro entre los equipos Pachuca y Pumas, dos jugadores de este conjunto, Marco Palacios y Darío Verón, le dijeron al panameño Felipe Baloy “mono”, “negro” y “esclavo”; los directivos de la escuadra visitante, ante los amagos de linchamiento de los seguidores de los auriazules, salieron de su palco protegidos por un fuerte dispositivo policiaco y, al término del encuentro, por si algo faltara, los integrantes del club hidalguense fueron agredidos por hordas de porros que semidestruyeron el autobús en que abandonaban el estadio.

Se trata de hechos graves que no deben repetirse, especialmente las alusiones racistas, condenables en cualquier parte. Durante sus años de gloria en España, Hugo Sánchez escuchó el grito de “indio” que coreaba con afán denigratorio una porra del Real Madrid integrada por militantes fascistas. En Italia abundan las ofensas a jugadores africanos y en Francia no han sido pocas las veces que público y jugadores han vejado a deportistas de origen magrebí.

En México no estamos al margen de la peste del racismo. Más de una vez este articulista escuchó el grito de “pinche judío” dirigido a un ex portero de los Pumas o expresiones despectivas contra españoles que jugaron acá. No hace mucho tiempo fue sancionado el equipo Dorados de Sinaloa por los gritos y gestos del público que tenían como fin ofender a un jugador de piel oscura al compararlo con un simio.

Ahora, y no por primera vez, la miseria humana asomó en la cancha de la Ciudad Universitaria, donde los señores Verón y Palacios actuaron en una forma canallesca que debe ser sancionada muy severamente, pues el futbol profesional cuenta con legislación para castigar a quienes practican el racismo, aun cuando el árbitro del encuentro, como ocurrió con el señor José Alfredo Peñaloza, se haya mostrado incapaz o cobarde ante un hecho que debió reportar en su cédula.

El señor Mario Trejo, director “deportivo” del equipo del Pedregal, ha pretendido minimizar el trato vejatorio a Baloy y se niega a sancionar a los pelafustanes que forman parte de su equipo. Pero más allá de lo que ocurra a esos jugadores, la UNAM debe revisar todo lo referente al equipo Pumas que, contra lo que se cree, no está formado por estudiantes, sino por profesionales ajenos a la institución.

El equipo Pumas tiene, hasta donde sabemos, personalidad jurídica propia, pero siempre le ha costado a la UNAM dinero que muy bien podría destinarse a docencia, investigación o difusión cultural. Sobre todo, la Rectoría y otros órganos deben investigar —si no lo saben— quiénes se benefician con los traspasos de jugadores, cuánto se paga a los grupos de animación deportiva, más propiamente llamados porros, pandillas de delincuentes protegidos por autoridades de la Universidad —si no todas, por lo menos algunas—, las que financian sus actividades, les regalan boletos, camisetas, chamarras y dinero en efectivo, además de que por lo menos dos veces —deben ser más— las arcas universitarias han pagado boletos de avión, hoteles, alimentación y borracheras de los porros que han sido llevados en una ocasión a Buenos Aires y en otra a Madrid, de lo que hay constancia periodística.

La UNAM está para ofrecer otra clase de ejemplo y de estímulos a la juventud. Racismo, porros, agresiones físicas y otros fenómenos de ese talante dan armas a los enemigos de la universidad pública.

*Periodista y autor de Milenios de México

hum_mus@hotmail.com

No hay comentarios: