lunes, 10 de mayo de 2010

Irse “de mosca”

Jorge Durand
La Jornada/9 de mayo de 2010

Los migrantes mexicanos que en los años 40 y 50 no lograban contratarse como braceros se iban de mosca”, es decir, de polizones en trenes de carga que se dirigían hacia el norte. Me contaba un migrante que la aventura era muy peligrosa, por lo largo del camino y la posibilidad de quedarse dormidos y caer del tren, por eso muchos iban amarrados. Pero eso también tenía sus peligros; si estabas amarrado no podías moverte con facilidad y te podían golpear o asaltar.

En la actualidad prácticamente ningún migrante mexicano se va de mosca, todos viajan en autobús o en avión hasta la frontera. Son los migrantes centroamericanos, en tránsito por México, los que han retomado esta añeja, barata y peligrosa práctica. Hombres, mujeres y niños se suben al tren en marcha, “al vuelo” y esperan pacientes hasta llegar a algún punto de destino. En el camino pueden ser hostigados, perseguidos y vejados por los guardias del ferrocarril, los funcionarios de migración, el Ejército, la Marina, las policías municipales o federales y las bandas de asaltantes y secuestradores.

En la ruta hacia el norte también encuentran una creciente solidaridad de la población: organizaciones civiles y religiosas que les proporcionan apoyo, cobijo y sustento. Son mexicanos que dan la cara y extienden la mano fraterna, mientras el gobierno se esconde en la ineficiencia, la corrupción, la incapacidad y la impunidad.

En años recientes el marco legal migratorio mexicano ha sido parcialmente reformulado y guarda cierta coherencia con las exigencias de trato y respeto a los derechos humanos que se exigen para los migrantes mexicanos en Estados Unidos: desde 2008 ya no es un delito ser migrante irregular en nuestro país y la Corte Suprema determinó, ese mismo año, que no era delito proporcionar apoyo y cobijo a migrantes irregulares. México ha firmado todos los tratados y convenciones internacionales sobre el respeto y los derechos de los migrantes.

Todo eso es verdad y sucede en el mundo de las grandes declaraciones y reuniones internacionales. Pero en la práctica, en el día a día, entre el polvo del camino, nos encontramos con los abusos, injusticias, crímenes y violaciones cotidianas. El reciente reporte de Amnistía Internacional 2010 Víctimas invisibles. Migrantes en movimiento en México, da cuenta de esta terrible realidad. Es el rostro del abuso, la violencia y la impunidad el que ha sido retratado con todas sus letras en el informe de Amnistía Internacional. Informe que se sustenta en evidencias e investigación de campo realizadas en Chiapas, Oaxaca, Tabasco y Veracruz, lugares donde empieza la travesía migrante y donde actúan los funcionarios mexicanos.

Según el informe, seis de cada 10 mujeres sufren agresiones sexuales en su tránsito por México. Rara vez queda constancia del hecho en los documentos oficiales. Pero las entrevistas con mujeres y niñas migrantes dan cuenta de los hechos. El informe de Amnistía empieza con el siguiente epígrafe: “Uno no se imagina que el sueño se puede acabar en un ratito en este camino… (el militar) me llevaba de la mano por el monte. Me llevó lejos de las vías del tren. Estábamos solos. Me dijo de quitarme la ropa para ver si traía droga. Me dijo que me dejaba ir si hacía lo que él decía”.
Pero también hay otros testimonios a lo largo de la ruta migrante, les llaman “trofeos”. Son calzones, pantaletas y brassieres que los violadores dejan colgados de los árboles y los arbustos del camino, como prueba fehaciente del triunfo. El triunfo del abuso, la violencia, el machismo y la impunidad. En el mejor de los casos se cuelga un condón usado como parte de la instalación, al menos la víctima no quedará preñada o infectada. Los trofeos son al mismo tiempo un anuncio tenebroso de lo que les puede pasar a las mujeres migrantes a la vuelta del camino.

La CNDH ha reportado el año pasado 9 mil 758 casos de secuestros de migrantes por bandas delictivas, muchas de ellas coludidas con autoridades, policías y agentes de migración. Y uno se pregunta qué ganan los secuestradores extorsionando a unos pobres migrantes. El sistema es muy simple. Los migrantes en su viaje reciben ayudas de sus familiares a lo largo del camino, que les envían a las oficinas bancarias o las tiendas Elektra, precisamente para que no los roben en el camino. Los secuestradores utilizan el mismo método para la extorsión, los obligan a llamar a sus familiares y solicitan dinero que cobran los secuestradores. No suele ser mucho, a lo más 500 dólares. Por eso capturan a decenas de migrantes y los custodian en casas de seguridad. Al final se acumula un buen botín

El informe de Amnistía documenta abusos de prácticamente todas las autoridades y funcionarios del gobierno mexicano: policías municipales y federales, jueces y judiciales, Ejército y Marina, agentes de migración e incluso miembros del Grupo Beta encargados de proteger a migrantes. A la lista se añaden los guardias y vigilantes de las empresas ferrocarrileras, delincuentes comunes, bandas organizadas y sicarios que en sus tiempos libres se dedican a complementar sus ingresos extorsionando indocumentados.

La migración en tránsito, que proviene principalmente de Centroamérica, ha disminuido notablemente en años recientes, según datos del Instituto Nacional de Migración. Mientras en 2005 se llegó a deportar a más de 200 mil extranjeros irregulares, en 2009 fueron 94 mil. Varios factores inciden en esta reducción, las dificultades para pasar la frontera de Estados Unidos cada vez más amurallada y vigilada, la crisis económica y el desempleo en el otro lado y las penalidades, sufrimientos, peligros, vejaciones y violaciones que sufren los migrantes al cruzar por el territorio mexicano.

Los migrantes van y vienen y muchos se llevan una triste y amarga experiencia de su paso por México. Pero el problema se queda con nosotros. Los delincuentes, asesinos, corruptos, violadores, golpeadores y acosadores buscarán otras víctimas inocentes. México ha cambiado en la última década, para mal, para peor.

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