miércoles, 29 de septiembre de 2010

Ética hacia los animales

Arnoldo Kraus
La Jornada/29 de septiembre de 2010

Evitar en la medida de lo posible el sufrimiento de otros seres, humanos o animales, debería ser parte del código ético de cualquier persona. Lamentablemente, la cotidianidad presenta otras realidades: la condición humana se ha alejado de normas éticas y ha ahondado en conductas que incrementan el sufrimiento, tanto de sus pares como de muchos animales. Asimismo, múltiples actividades de nuestra especie tienden a deteriorar cada vez más el orden biológico del planeta; sus secuelas, desertificación, inundaciones, contaminación, deforestación e incendios producen enormes sufrimientos a incontables personas y a muchos animales. Del calvario de otras personas como consecuencia de los agravios a nuestra casa, la Tierra, son responsables los políticos cuyas torpezas y sandeces determinan el destino de la Tierra.

Alarma pensar en el mundo, repasar el deterioro de la sociedad o cavilar en el maltrato del ser humano hacia los animales. Cuando algunos códigos éticos se rompen, fracturar otras normas morales es más sencillo. Los eslabones del mal embonan con facilidad. El largo e incompleto párrafo siguiente ilustra ese deterioro.

Lastimar innecesariamente a algunos animales con el propósito “de divertirse” o para satisfacer inquietudes personales; utilizarlos para experimentar nuevas medicinas sin ceñirse en algunos casos a las normas que exigen evitar sufrimientos innecesarios; matarlos sin razones justificadas –la única válida, cuestionada por muchos, sería que sirven para alimentar al ser humano–; asesinar a golpes a miles de focas en Canadá porque supuestamente su proliferación incide negativamente en las condiciones de vida del mar; matar con inusitada brutalidad a los delfines conocidos como calderones –“su error” es que son muy “sociables”– en las Islas Faroe, región autónoma de Dinamarca, hasta teñir el mar de rojo; cazar sin piedad ballenas, como lo hacen mercantes japoneses; perforar a los peces vivos con anzuelos para usarlos como carnada; ejercer la cacería de animales indefensos como deporte o como acto de gallardía; confrontarlos para que se maten entre sí –peleas de gallos o de perros–; perseguirlos hasta masacrarlos, poco a poco, como sucede en Tordesillas, España, donde se alancea al toro hasta acabar con él; encerrar en pequeñas jaulas a los animales en los zoológicos; utilizarlos y maltratarlos en los circos, o, inter alia, enterarse, y, asombrarse del caso de la ballena Tilly, quien mató este año a su entrenadora en el Sea World de Florida, probablemente harta por tener que cumplir con las exigencias de entretener a la muchedumbre realizando piruetas tras ser encerrada durante muchos años en un pequeño tanque de asfalto. Este largo párrafo expone trece casos del maltrato y asesinato de animales; en todos ellos la ética se socava.
El denominador común del listado previo es evidente: no se repara, ni en los significados de la vida de los animales, ni en su sufrimiento. Aunque recientemente se abolieron las corridas de toros en Cataluña, es poco probable que los movimientos en defensa de los animales consigan cambiar las conductas de las personas que no cavilan en el dolor que les producen a los animales. Denunciar esas atrocidades y vivir permanentemente indignado es obligatorio. Exponer el maltrato quizás atenúe un poco, como sucedió con las corridas de toros en Barcelona, la voracidad de la condición humana.

Esa voracidad podría disminuirse si, siguiendo a algunos filósofos, se aceptase la idea de que algunos animales no-humanos (reproduzco el término que usan Peter Singer y otros bioeticistas) son personas. Quienes consideran que los animales no-humanos son personas aseguran que en algunas especies existe la “autoconciencia”, la noción de que pertenecen a especies distintas y a que cuentan con memoria acerca del tiempo pasado y expectativas en cuanto al futuro. Esas características son suficientes para considerar, siguiendo a Singer, que algunos animales son personas. Ciertas conductas favorecen esa idea. Cuento la historia de Erich Mühsam.

Mühsam fue un poeta judío víctima del nazismo. En 1933 fue detenido y encarcelado. A guisa de ejercicio –recién empezaba a manifestarse el nacionalsocialismo– los torturadores metieron en su celda a un chimpancé que habían robado del laboratorio de un científico quien también había sido detenido. Los soldados nazis estaban convencidos que el simio atacaría a Mühsam, cuyo aspecto, según narran los historiadores, era lamentable. Para sorpresa de los torturadores, el chimpancé abrazó al prisionero, lo protegió y le lamió sus heridas. Los soldados, enfurecidos por la piedad del animal, lo mataron. Son también ejemplos de lealtad y de amistad animal los perros que fallecen tras la muerte de sus patrones, los delfines que conducen a buen puerto a los náufragos o los perros que defienden a sus dueños.

La piedad, la compasión y la amistad son grandes cualidades. Buen número de animales no-humanos las ejercen. Así como los códigos éticos de los seres humanos invitan a respetar la vida de sus símiles, nuestra especie tiene la obligación de modificar su conducta hacia los animales.

Peña Nieto-La Gaviota: La otra cara del romance pactado


Jenaro Villamil
Proceso/28 de septiembre de 2010


Algo tienen los publicistas de Enrique Peña Nieto que no contrastan las versiones que pretenden difundir en revistas del corazón como Caras, de Televisa, o la española Hola! o Quién, del Grupo Expansión, sobre el “romance genuino” entre el gobernador mexiquense y la actriz de Televisa, Angélica Rivera.

Ahora ambos aparecen en la portada de la revista de socialités de la empresa de Emilio Acárraga Jean. El despliegue es delirante: 25 páginas para informarnos que se casarán el 27 de noviembre y que su amor no es un spot ni un infomercial a cuenta del erario del gobierno del estado de México. Por supuesto, con la difusión de esta entrevista pretenden desviar el interés sobre las reformas electorales en el estado de México que representan un retroceso democrático de dos décadas.

La entrevista busca “aclarar” lo que tanto se ha señalado sobre el reality. En el segundo párrafo del publirreportaje se pretende desmentir lo que ha ganado en la percepción pública: que esta relación forma parte del montaje publicitario para “vender” una imagen adecuada para un precandidato presidencial sin luces propias ni mucha trayectoria.

“Como figuras públicas que son, mucho se ha dicho acerca de su romance de dos años. Comentarios desde que es estrategia de mercadotecnia para hacer una precampaña presidencial para 2012, que la relación es un montaje, que obligan a sus hijos a aparentar que se quieren y que todo es idea de Televisa, son algunos de los argumentos sin fundamentos que han circulado en los medios de comunicación en relación con su romance”, advierte la nota firmada por Lucía Alarcón Zamacona.

Sin embargo, las incongruencias son claras en la “versión rosa” de una relación que debería estar en el ámbito privado, pero que tanto Peña Nieto como Televisa y Angélica Rivera han insistido en ventilar como si fuera un asunto digno de paparazzis.

En la revista Caras, Angélica Rivera y Peña Nieto dan una versión distinta a la que promovieron en la revista Hola!, en su edición del 30 de diciembre de 2009. En ambas aparecen como pareja de portada promoviendo el único tema que se les viene en mente: su futura boda.

El texto del publirreportaje de Hola! (donde pagaron 12 páginas para difundir la visita de Peña Nieto y Rivera a El Vaticano y su “boda inminente”) relata esta versión de su romance:

“Superados los momentos difíciles y con los papeles que la declaraban soltera de nuevo en la mano, Angélica encontró un año más tarde nuevamente el amor en el atractivo político Enrique Peña Nieto, cuando él la buscó para que fuera la imagen de la campaña del estado de México (subrayado propio) ‘Los 300 Compromisos Cumplidos’. Así se conocieron y, poco después, se enamoraron”.

El guionista de este reality amoroso no leyó esta versión. En la última edición de la revista Caras, Rivera relata que así fue su incorporación al proyecto publicitario de Peña Nieto:

“Pasaron como dos años, me puse a trabajar, terminé la telenovela Destilando Amor y, de repente, me hablaron para que fuera la comunicadora del estado de México. Todo fue muy rápido, me llamaron de Televisa porque querían que estuviera en el proyecto; ‘hola, con mucho gusto’, se va a hacer esto y hasta ahí quedó. Hice los comerciales y la comunicación; y nos fue muy bien. El me habló por teléfono para darme las gracias y para invitarme a cenar. Yo no salía con nadie, estaba dedicada a mi casa, no tuve ese tiempo de una mujer soltera que iba a conocer a alguien”.

¿Quién la mandó a llamar: Peña Nieto o Televisa? ¿Son lo mismo? Las contradicciones se relacionan con una historia poco conocida: en realidad, el artífice de que Angélica Rivera llegara a la campaña promocional del gobierno del estado de México fue el publicista Juan Carlos Limón García, de la empresa ByPower, que no pertenece a Televisa.

A recomendación de un amigo de Limón García, Angélica Rivera acudió en abril de 2008 a ByPower para pactar una cita con Enrique Peña Nieto. El quería tomar el control de su campaña publicitaria. Al enterarse, Televisa alegó que Angélica Rivera tenía un “contrato de exclusividad” con la empresa. Por tanto, ellos son dueños de su imagen y, si conviene, de sus relaciones amorosas, especialmente si se trata del gobernador priista, principal cliente de la televisora.

Más allá del montaje, lo que resulta grotesco es que Peña Nieto exhiba su vida privada como si él fuera un personaje de la farándula y que él mismo permita esta intrusión a algo íntimo. Además de Caras y de Hola!, el gobernador priista también apareció el 6 de febrero de 2009 en la portada de la revista Quién!, abrazado de “La Gaviota”. Se autopromovió como “la pareja más atractiva de México”. Ni más ni menos.

http://www.jenarovillamil.wordpress.com/

martes, 28 de septiembre de 2010

El proyecto de Sierra


Jesús Silva-Herzog Márquez

Este año festejamos dos explosiones destructivas y una fundación creativa. Dos guerras civiles y una institución. La Universidad Nacional fue inaugurada hace cien años. El discurso que Justo Sierra pronunció en esa ocasión es un documento extraordinario, una pieza crucial del pensamiento de México que bien nos haría leer en estos días. No provienen de la oratoria burocrática sino de la tradición del magisterio cívico: la cultura como el espacio primordial de formación nacional. México será si, además de carreteras, mercados y leyes, tiene ciencia. México será si forma un patrimonio de inteligencia. México será si descubre una versión propia del arte. Justo Sierra bosqueja en su discurso esa imaginación.

El ministro ubica a la ciencia como el abono de la nacionalidad. No es una ciencia concentrada en sí misma, ni desprendida de la idea moral. El científico de la nueva universidad, anticipa Sierra, no perderá la vista en el microscopio aunque afuera se desintegre el mundo. Sabrá entender la conexión entre sus microbios y la sociedad donde vive. La ciencia de la que habla Justo Sierra es, ante todo, un camino, una búsqueda de la verdad. La luz de la ciencia está en su método, dice. En el ministro de Porfirio Díaz coexisten la admiración por la ciencia y sus descubrimientos y un respeto casi espiritual de los misterios. Las ciencias nos entregan mil sorpresas de la naturaleza, fenómenos impensados, hallazgos prodigiosos. Pero también advierte los límites del razonamiento científico: armada de método, la ciencia pronuncia la penúltima palabra. “Perseguimos el misterio de todas las cosas, hasta en los círculos más retirados de la noche del ser; pedimos a la ciencia al última palabra de lo real, y nos contesta y nos contestará siempre con la penúltima palabra, dejando entre ella y la verdad absoluta que pensamos vislumbrar, toda la inmensidad de lo relativo.” La inmensidad de lo relativo. Y se pregunta: “¿Será que la ciencia del hombre es un mundo que viaja en busca de Dios?”

Justo Sierra insistirá en que la universidad es una institución nueva, que no se trata de la reapertura de la antigua universidad colonial. La nueva universidad tiene raíces pero no tiene árbol genealógico. Una universidad que nace sin historia. Lo subraya porque quiere enfatizar la novedad de su idea pedagógica. La vieja institución era una institución parlante. Hablaba, recitaba, memorizaba hasta convertir en “flores de trapo” las doctrinas de los grandes pensadores católicos. Sus profesores, insiste Sierra, podían pasar toda la vida discutiendo con el único propósito de evitar el nacimiento de una idea. Un camino negado a la creación: “una telaraña verbal hecha de la misma sustancia del verbo.” La nueva universidad no padecería esa asfixia: la oxigenaría el experimento, el debate, la comprobación.

Un párrafo de ese discurso se ha citado mil veces pero sigue mereciendo las comillas. Es la estampa que describe el sentido de esa comunidad de cultura que debe ser una universidad: “Me la imagino así: un grupo de estudiantes de todas las edades sumadas en una sola, la edad de la plena aptitud intelectual, formando una personalidad real a fuerza de solidaridad y de conciencia de su misión, y que, recurriendo a toda fuente de cultura, brote de donde brotare, con tal que la linfa sea pura y diáfana, se propusiera adquirir los medios de nacionalizar la ciencia, de mexicanizar el saber.” No era, desde luego, una invitación a la cerrazón nacionalista: era el convencimiento de que la universidad debía vincular su razón con la acción. La universidad no podía establecer aduanas para el pensamiento. Pero era, sobre todo, la convicción que la institución debía guiar intelectual y moralmente al país. Lo dice Sierra con su elocuencia suntuosa: “La Universidad está encargada de la educación nacional en sus medios superiores e ideales; es la cima en que brota la fuente, clara como el cristal de la fuente horaciana, que baja a regar las plantas germinadas en el terruño nacional y sube en el ánima del pueblo por alta que éste la tenga puesta.”

En el bosquejo de la institución había obvias intenciones hegemónicas. Sierra usaba el singular para referirse a la nueva institución. El singular se sigue usando para denominar a la universidad, como si no existieran otras. Es la arrogancia de la hegemonía: un instituto que ve su historia como resumen de la historia patria, que se asume como conciencia moral de la nación y que da trato de villano a cualquiera de sus críticos. Esa megalomanía que tan certeramente describió Gabriel Zaid. Qué bien le hubiera sentado a la UNAM, en su centenario, un asomo de autocrítica y menos cachunes.

No puede decirse que la misión de Justo Sierra esté cumplida, como ha presumido José Narro. A decir verdad, la universidad como comunidad académica sigue siendo un proyecto. Academizar la universidad pedía José Sarukhán. Después de la porra, es indispensable retomar esa tarea.

Tomado de: http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/

Día de Zócalo


Sergio Aguayo Quezada
saguayo@colmex.mx


A la memoria de José de Jesús Gudiño Pelayo.

Estuve en el Zócalo el 15 de septiembre y testifiqué los desencuentros entre el México que somos y el que el gobierno quisiera que fuéramos. El miedo a un atentado marcó la jornada e hizo realidad el lema panista de "Por una patria ordenada...". El gobierno de Felipe Calderón logró un México diferente; al corazón de la patria le arrancaron las vendimias, las fritangas y el relajo. En otras épocas, el Grito en el Zócalo se sazonaba con huevos rellenos de harina o confeti volando por los aires, con empujones y sobadas entre fraternales y bravuconas y con el abrumador ruido de matracas, silbatos y chiflidos de arriero.
En esta ocasión el control fue implacable. En los puntos de revisión vaciaban las anforitas con la agüita que ataranta y arrebataban encendedores y paraguas. Cuando el respetable accedía al recinto lo metían en cuatro gigantescos compartimentos separados entre sí y estrechamente vigilados. Para evitar inoportunas mentadas al Presidente, lo protegieron con dos barreras de panistas bien portados y reforzados por una avenida de cuatro carriles. El operativo apaciguó pero no doblegó a la raza que esporádicamente rescataba el ambiente de carpa: hubo rechiflas a los artistas mediocres; gritos de "fraude, fraude", al retraso de los carros alegóricos, y hasta de "el pueblo unido jamás será vencido".
Las telarañas conceptuales aparecieron en buena parte del contenido del desfile y del espectáculo presentado en el Zócalo. Los carros alegóricos fueron estéticamente vistosos pero algunos excesivamente abstractos. Era difícil asociar al dragón chino con la serpiente emplumada (parecía una alegoría sacada de Quetzalcóatl o Don Q, crípticos libros de José López Portillo). En cuanto al espectáculo, sigo sin entender el mensaje tras las chinas poblanas que bailaban
La raspa veracruzana subidas en zancos o los tres mariachis que se contoneaban teñidos, ropa y pellejo, de verde, blanco y rojo escandaloso (instrumentos incluidos).
En el Zócalo también se hizo evidente el peso de las más de cuatro horas que en promedio ven de televisión cada día los mexicanos. La cultura popular está impregnada de la cultura televisiva, una parte del público se transformaba cuando aparecía alguna cámara de televisión: saludaba, brincaba y reía porque era la posibilidad de "salir en la tele".
La "tele" se comportó como siempre. Analistas como Diego Petersen y Roberto Zamarripa informaron para El Universal y Reforma, respectivamente, sobre el tipo de comentarios hechos durante la transmisión. Coincidieron en la ignorancia de algunos conductores que reescribieron sin misericordia la historia nacional. Entre otras perlas estaría la afirmación de que los mexicas construyeron Teotihuacan y el cambio de apellido del futbolista Cuauhtémoc Blanco, al cual rebautizaron como Cárdenas.
Se desaprovechó el inmenso rating para difundir nuestra riquísima historia. Había mucho que decir sobre el ritual del Grito. Miguel Ángel Granados Chapa, en permanente alerta cuando se trata de reivindicar a su patria chica, señalaba que la tradición se inició en Huichapan, Hidalgo, en 1817. José Antonio Crespo había escrito poco antes que el primer gobernante del México independiente que dio el Grito fue el austriaco Maximiliano, en septiembre de 1864. En esa ocasión, el efímero emperador mencionó primero a nuestros héroes, pero luego dio rienda
suelta a la nostalgia y lanzó ¡vivas! a Napoleón III, a Leopoldo de Bélgica, a la emperatriz Carlota y a otros nobles europeos.
Lo más positivo de ese día fue la ratificación de nuestra identidad. La "mexicanidad" sí existe. Gustaron los sones bailados como se debe, conmovió profundamente el gigantesco coro encabezado por cinco cantantes de ópera que entonaron de manera extraordinaria México lindo del michoacano Chucho Monge, y Felipe Calderón logró la unidad cuando lanzó, con voz clara y firme, los tradicionales "vivas".
Después del Grito vinieron los fuegos artificiales y la proyección de imágenes sobre la Catedral. El escritor mexicano Ignacio Solares se anticipó a las encuestas al señalar, esa noche, que había sido la mejor parte de la celebración. También fue tan efímera como esa jornada. Y sí, mientras el Zócalo se vaciaba regresaba la normalidad con su carga de malas noticias. A las pocas horas asesinaron a nuestro colega de El Diario de Juárez.
Vivimos en un equilibrio inestable y la inconformidad crece a la misma velocidad que la ineptitud gubernamental, que todavía no encuentra canales de expresión pero los anda buscando. Ése sería el significado de un momento vivido en uno de los escenarios del Paseo de la Reforma, cuando el grupo Maldita Vecindad tenía "prendida" a la multitud, su vocalista, Roco, lanzó una proclama: "la calle es nuestra". En realidad, ese día la calle se la jalonearon sociedad y gobierno mientras allá afuera crece la ley de la selva en espacios públicos. Es la patria desordenada.

http://www.sergioaguayo.org/

La polémica Sierra-Limantour en torno a la Universidad Nacional

Roberto Rodríguez Gómez

Abril de 1910. Los preparativos para establecer la Universidad de México avanzan a paso firme. Justo Sierra se ha comprometido a que el próximo septiembre, en el marco de las celebraciones del centenario, se inaugure la nueva institución. Han pasado casi treinta años desde que el impulsor del proyecto, entonces diputado federal, entregara a la cámara baja una iniciativa de ley constitutiva. Aquella, la del 7 de abril de 1881, aunque iba respaldada por varias legislaturas estatales (Aguascalientes, Jalisco, Puebla y Veracruz), ni siquiera fue dictaminada por las comisiones del Congreso.

Pero este Justo Sierra es otro. Ha transitado en cargos del poder legislativo y el judicial, ejercido tareas docentes, forjado obra de historiador, y consolidado una trayectoria a la par intelectual y política. Lleva diez años instalado en el gabinete porfiriano, primero como subsecretario de Instrucción (1901-1905), luego como primer titular de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes (1905-1911) creada a sus instancias. Ideológicamente se mantiene en la línea liberal, aunque en la vertiente que él y sus correligionarios, los de la Unión Liberal, llamaban “liberalismo conservador”. Los nuevos liberales, los “científicos”, defienden el reforzamiento del orden como condición de la libertad. Sostienen la necesidad de un Estado moderno, con fuerza y control suficientes para impulsar el progreso.

En el ministerio educativo, Sierra ha impulsado innovaciones de relieve: la reforma pedagógica de la primaria y las normales, la autonomía de las escuelas de párvulos, la reforma de la Nacional Preparatoria y la revisión de los planes y programas de las escuelas superiores, entre otras. En el tintero quedarán varias más, entre las que destaca el plan para “federalizar” -que entonces quería decir coordinar centralmente, dirigir o unificar- los servicios educativos del país, así como la idea de articular una suerte de red de universidades regionales.

Don Justo ha preparado con esmero el proyecto universitario y la correspondiente iniciativa de ley. En 1903 encargó a su mano derecha, Ezequiel A. Chávez, auxiliado por algunos becarios, que visitara universidades estadounidenses y europeas para acopiar información sobre modelos educativos y estructuras de organización. En tanto, el ministro se encargaría de la operación política interna: sumar al proyecto a los directivos y comunidadaes de las escuelas nacionales de Medicina, Jurisprudencia, Ingeniería, Bellas Artes y la Nacional Preparatoria. Al seno del Consejo Superior de Educación Pública, órgano consultivo de la Secretaría, establecido en 1902 en reemplazo de la anterior Junta Directiva de Instrucción Pública, varias veces se ventiló la idea de reestablecer la universidad mexicana, así como la propuesta de fundar la Escuela Nacional de Altos Estudios dedicada a coordinar la investigación científica del país e iniciar la formación del posgrado.

En enero de 1910, entrega Sierra al Consejo un proyecto de ley constitutiva para que una comisión especial, integrada por los directores de las escuelas profesionales involucradas, lo dictamine y luego el pleno emita comentarios. Pocas de las recomendaciones del Consejo harían mella en el proyecto, ninguna de fondo. Pero su deliberación en la instancia cumplió el propósito de legitimar la propuesta con los directivos y autoridades del ramo. La iniciativa había pasado también el tamiz de la presidencia y de la Secretaría de Gobernación, cuyo titular, el controvertido vicepresidente Ramón Corral, emitió algunas observaciones.

El proyecto contaba con la simpatía presidencial. Sobre todo porque Sierra argumentaba ante el dictador su importancia como medio para prestigiar internacionalmente la obra educativa del régimen. ¿Estaría el gobierno mexicano a la altura de sus interlocutores internacionales si no contara con, al menos, una universidad de peso?

Pero faltaba un punto de vista, uno muy importante, casi de visto bueno: el del señor de los dineros en el staff de don Porfirio, José Yves Limatour. Este personaje se incorporó al gabinete de Díaz en 1893 al frente de la secretaría de Hacienda, cargo en el que permanecería hasta el final del porfiriato. Gracias a su eficaz manejo de la hacienda pública Limantur contaba con la plena confianza del presidente. El poder de José Yves era considerable, se había dado el lujo de rechazar la vicepresidencia cuando se la ofreció Díaz. Naturalmente, cualquier proyecto que implicara una erogación importante debía pasar ante la vista del ministro.

Por cierto Limantour y Sierra eran amigos. Habían participado juntos en la campaña reeleccionista de 1892 y se apoyaban mutuamente en sus trabajos ministeriales. Es razonable pensar que al someter Sierra el proyecto universitario a la lectura de Limantur le interesarían dos cosas: la apreciación del secretario de Hacienda de los aspectos administrativos de la norma, pero también la opinión de un colega que respetaba personal e intelectualmente.

Aspectos de la polémica

Luego de un telegráfico intercambio de notas (del 15 al 21 de abril), en el que Sierra insiste en la urgencia de contar con las observaciones de Limantour, el titular de Hacienda finalmente remite al de Instrucción sus notas el viernes 22 de abril de 1910. Algunas observaciones son de forma, pero la mayoría aborda apectos de fondo y trascendencia. Sierra responde puntualmente a cada comentario en carta réplica del 25 de abril. Al día siguiente el ministro entrega y presenta al Congreso la iniciativa de ley, ya con las observaciones de Limantour resueltas. No obstante, el intercambio epistolar se cierra con una breve misiva de Limantour (28 de abril) en que comenta las soluciones adoptadas.

La correspondencia muestra como Sierra acepta algunas observaciones de Limantour, otras las rechaza ofreciedo razones. Algunos puntos más ni los acepta ni rechaza, sino que encuentra una solución intermedia y conciliadora. Veamos en seguida los temas tratados, los argumentos de la polémica y sus resultados.

¿Preparatoria en la Universidad?

Sobre este punto Limantour piensa que no, que no conviene. Por dos razones. La primera es que “ninguna de las materias que en ella se enseñan, con la extensión y método que deben ser peculiares de dicha Escuela, pueden formar parte de los estudios propiamente universitarios.” La segunda razón apunta a un problema de gobernabilidad. Con el tiempo -hacer ver Limantour-, la “enseñanza preparatoria tendrá que darse no en uno sino en dos o más planteles, y entonces ¿formarán parte del Consejo Universitario los directores y profesores de las diversas Escuelas Preparatorias?

Replica Sierra, claro y directo, también elocuente y retórico: “no aceptaré, naturalmente, la observación que se refiere a la Preparatoria; en la comisión del Consejo de educación y en el Consejo mismo se discutió el asunto hasta la saciedad (…). Nuestra Universidad, mi querido amigo, no está obligada a seguir palmo a palmo las otras: nuestra tarea ha sido ecléctica y en ciertos puntos (…) eneramente original (…). Nuestra Preparatoria debe formar parte de nuestra Universidad porque es un instituto sui generis; nadie lo sabe mejor que usted. Las disciplinas en que allí se se educa el espíritu están coordinadas en una disciplina general que constituye el método científico, que es precisamente indispensable para fijar las ciencias concretas y especiales, que a su vez constituyen lo que nosotros llamamos escuelas profesionales, y porque ese método es indispensable instrumento para la investigación científica a la que está expresamente destinada la Escuela de Altos Estudios. Si pues, forma parte necesaria de nuestras escuelas universitarias; si aunque en ella no se hagan estudios superiores, estos estudios no podrían hacerse sin ellos; si la noción clara del método científico que en ella se adquiere es como el que más un estudio universitario, ¿por qué no iba a formar parte de la Universidad que es la principal interesada en vigilar y regir a lo que constituye su base? (…) porque una de dos o la Universidad gobierna a la Preparatoria directamente o el Ministerio; si lo segundo ya se figura usted la cantidad de enredos, líos y conflictos que se armaría.”

A la segunda objeción de Limantour, su preocupación porque el crecimiento de la preparatoria implique un problema para el gobierno universitario, Sierra simplemente resplica: “si hubiese algún día (dentro de veinte años) necesidad de duplicar o triplicar la Preparatoria, no veo por qué perdería ésta la unidad de dirección, al contrario, sería necesario conservársela. Veinte medios habría para obviar estos inconvenientes ajenos, que se resuelvan en su día.”

Dos anotaciones pueden servir para contextualizar las preocupaciones de Limantour sobre la Nacional Preparatoria. Primera, que, desde la reestructura practicada por Gabino Barrera en 1867, ésta comprendía el ciclo completo de los estudios secundarios, no sólo el bachillerato propedéutico. Segunda, consecuencia de lo anterior, que a esas alturas la ENP era la escuela individual más grande del país. Para 1910 la matrícula preparatoriana –más de un millar de alumnos- representaba el doble de la población escolar del conjunto de las escuelas profesionales. Todo llevaba a pensar, como lo habría entendido Limantour, que la mayor presión de crecimiento para la estructura universitaria ocurriría justamente en esa zona. El proyecto de Sierra preveía que el Consejo Universitario incluyera a los directores de las escuelas reunidas en la Universidad y a representantes de profesores y estudiantes. Por ello, la solución estaba a la vista: si se multiplicase el número de escuelas preparatorias adscritas a la Universidad, bastaría con mantener la unidad orgánica de esa institución: una sola Escuela Nacional Preparatoria con tantos planteles como fuera necesario.

Finalmente, en la tercera carta en esta correspondencia, la del 28 de abril, el secretario de Hacienda se limita a deslindarse: “en el (punto) de la inclusión de la Preparatoria, me rindo, no por convencimiento de que es bueno lo que Uds. proponen, sino porque no veo inconveniente mayor en que se lleve a efecto.”

¿Uno o dos rectores?

La iniciativa desarrollada en la Secretaría, avalada ya por el Consejo Superior de Educación Pública, establecía dos figuras de mando superior. El secretario del ramo en calidad de “rector nato”, y un “rector efectivo” como principal autoridad unipersonal de la Universidad. Para Limantour la existencia formal de dos rectores era poco clara: “la distinción entre Rector nato y Rector efectivo, tiene graves inconvenientes en la práctica por las confusiones a que puede dar lugar, siendo muy difícil que en todas circunstancias y por todo el mundo se precise a cuál de los rectores se hace referencia. Preferiría yo que el secretario de Instrucción Pública no llevase el nombre de Rector de la Universidad, sino el de Jefe de la Universidad, Gran maestro o cualquier otro.”

Además, Limantour objeta que en el proyecto la designación del rector efectivo proceda, como lo anticipa el proyecto, a través de nombramiento directo del presidente de la República. El secretario de Hacienda propone, como alternativa, un procedimiento en dos pasos: “¿No sería mejor que el nombramiento de Rector se hiciese por el presidente de la República, escogiendo al titular entre los propuestos en terna por el Consejo Universitario?.”

Sierra concede razón a su interlocutor en el primer aspecto, pero no en la segunda observación. Replica preguntando: “¿le parecería a usted que dejásemos al ministro el nombre de Jefe de la Universidad sin marcar sus atribuciones y dejemos al otro el nombre de Rector?” Sobre la designación de rector por la fórmula de nombramiento presidencial directo, Sierra contrargumenta: “No me parece lo de la terna para el nombramiento de rector efectivo; sería esto mucho más expuesto a colisiones (…)”

Calculaba Sierra, con razón, que la composición que la iniciativa contemplaba para integrar el Consejo Universitario daba mayoría al conjunto de profesores y estudiantes (dos profesores y un alumno por cada escuela) ante el grupo de autoridades (el director de cada escuela, el rector, y el director de Educación Primaria). Por ello, ante el delicado proceso de nombramiento de rector, no era impensable que “coaliciones” de maestros y estudiantes acabaran imponiendo los candidatos de la terna que proponía Limantour.



¿Representación estudiantil en el gobierno universitario?

El proyecto, ya se indicó, consideraba una representación estudiantil en el órgano de colegiado de autoridad. La idea ya había sido cuestionada por los miembros de la Comisión, por el presidente y por el vicepresidente Ramón Corral; pero Justo Sierra se aferraba a ella. Limantour opinaría igual que los demás funcionarios al señalar: “mi opinión es enteramente contraria a que formen parte del Consejo Universitario los alumnos de las escuelas. No creo que exista cosa semejante en ninguna Universidad del mundo (…) En cambio, deberían formar parte del Consejo Universitario algunos miembros de la Universidad que el ministerio creyere conveniente designar al efecto. El número de estos consejeros tendría naturalmente que ser limitado para que no llegue el caso de que tengan mayor voto que el de los consejeros ex-oficio.”

Sierra acepta la segunda sugerencia que, por lo demás, le parece muy correcta. Pero sobre la representación estudiantil aún se resiste. Muy a su estilo, formulando preguntas retóricas para expresar opiniones, replica a Limantour: “¿por qué ha de ser subversivo dar a un elemento esencial de la vida universitaria una voz en el Consejo, como cuando nacieron las universidades, formando verdaderas repúblicas democráticas dentro del Estado, en la época en que eran gremios de maestros y profesores?” Buena pregunta, pero Sierra acaba concediendo, al menos en parte: “¿admitiría usted la intervención parcial de los alumnos, si éstos no tuvieran más que voz y no voto?”

En la réplica final, todavía insistirá Limantur: “Carece de objeto detenerme a combatir su pensamiento de que los alumnos formen parte del Consejo Universitario (…), pero contestando a su pregunta, que si admitiría la intervención parcial de los alumnos, dejándoles voz, pero quitándoles el voto, no vacilo en decir a Ud. que ni voz creo yo que deba dáreseles, al menos como miembros del Consejo Universitario.”

Al cabo, la regla de participación estudiantil en el Consejo subsistió, aunque muy acotada: “Los consejeros alumnos sólo podrán asistir á las sesiones del Consejo, cuando se vaya a tratar en ellas de los puntos comprendidos en la primera división del artículo siguiente, y en ningún caso tendrán más que voz informativa.” (Art. 7). La fracción indicada se refiere a la atribución del órgano colegiado de proponer a la Secretaría reformas de orden académico (modificación de planes y programas, métodos de estudio y pruebas). Para el resto de las funciones del Consejo se omitiría incluso la voz de los estudiantes.

Subsidio y rendición de cuentas

Uno de los aspectos menos desarrollados en la polémica, porque los corresponsales se pusieron de acuerdo en él, se refiere al mecanismo de rendición de cuentas que debía asumir la Universidad con respecto al subsidio gubernamental. La propuesta original se limitaba a indicar que la institución informaría, a través de la Secretaría, el uso y destino de los fondos públicos asignados. Al respecto, Limantur precisa que “debe fijarse la manera de revisar y glosar las cuentas. La Contaduría Mayor de Hacienda o una oficina que designe la Sría de Hacienda podrán servir al objeto.” Es decir, supervisión directa de Hacienda sobre el gasto.

Para entender la recomendación de Limantour debe tenerse presente que en 1904 el Congreso había aprobado una nueva ley orgánica de la Contaduría Mayor de Hacienda. En ésta, además de fijar al organismo la tarea de auxiliar a la Cámara de Diputados en el control del presupuesto federal, establece obligaciones precisas de registro y comprobación de gastos de parte de las dependencias del Ejecutivo Federal. Así las cosas, Sierra no tenía otra que acceder a la recomendación de Limantour. No deja, sin embargo, de proponer una vía original: “Propondremos una comisión de glosa, formada por empleados de hacienda, nombrada y remunerada por el Consejo.”

Todavía replica Limantour sobre el punto: “La glosa de cuentas es, en mi concepto, absolutamente indispensable: primero porque es un principio de buena administración, y segundo, porque tratándose de los fondos del Gobierno (…) no veo cómo pudiera eludirse la glosa oficial.”

Pues no, aunque Sierra hizo todavía un último intento de relativizar la obligación, al enmendar la iniciativa de ley con el texto “El Consejo podrá nombrar una comisión revisora y de glosa de las cuentas de la comisión administradora, formada por empleados de Hacienda o de la Contaduría Mayor (…).” De los pocos, muy pocos textos que fueron modificados por los legisladores en el dictamen de la iniciativa estuvo precisamente éste. Los diputados cambiaron el “podrá nombrar” por un imperativo “nombrará”.

Balance

Parte de la historiografía contemporánea sobre la Universidad Nacional regatea al proyecto universitario de Sierra el carácter de instancia fundacional de la moderna universidad mexicana. Atenidos sólo a los hechos lleva algo de razón esa tesis. Como tal la institución concebida por el ministro de Instrucción duró apenas la víspera. El movimiento revolucionario trastocó, naturalmente, la opción de institucionalizar las formas operativas previstas. En 1914, al triunfo de los constitucionalistas, el presidente Carranza decretó la derogación de los artículos 3, 5, 7, 8, 11 y 12 de la ley constitutiva, es decir todos los referidos al funcionamiento del Consejo Universitario y a las atribuciones del rector. La Universidad no contaría con una ley orgánica renovada sino hasta 1929, en el marco de la autonomía autorizada por el presidente Emilio Portes Gil.

Sin embargo, una historia de las ideas no dudaría en atribuir al diseño tramado por Sierra y colaboradores un papel de primera magnitud. La universidad pública mexicana, desde luego la UNAM pero también las autónomas de los estados, han seguido, con sus matices, ideas presentes en el programa sierrista, que entonces eran francas innovaciones en el panorama nacional. Por ejemplo la idea de articular institucionalmente las funciones de educación superior, investigación científica y extensión universitaria. Por ejemplo la idea de gobernar la institución universitaria a partir de la articulación de un órgano de gobierno colegiado (el Consejo Universitario) y otro unipersonal (el Rector). También la iniciativa de integrar al gobierno universitario una representación de estudiantes, la de establecer un patronato para el manejo de los ingresos propios de la institución, así como una instancia de relación administrativa con el Ejecutivo para efectos de rendición pública de cuentas. No menos trascendente la iniciativa de fijar términos para el ingreso, promoción y permanencia del plantel académico, y las distintas figuras previstas para el profesorado universitario. Antes del proyecto de Sierra nada de eso existía en nuestro medio y, a decir verdad, pasarían décadas antes que tales propuestas se afirmaran en la realidad de las instituciones universitarias del país. Por ello, por su diseño institucional y su visión de largo plazo, el proyecto de 1910 representa el cimiento de la universidad mexicana del siglo XX.

Sierra pensó la Universidad como una institución clave para la modernización y el desarrollo del país a través de la formación de cuadro profesionales y mediante el impulso a la investigación científica pura y aplicada. Pensó también que la Universidad irradiaría una especie de energía espiritual para fortalecer el proceso civilizatorio de la Nación. Estas ideas fuerza siguen, sin duda alguna, estando presentes entre nosotros.

Nota documental

La correspondencia Sierra-Limantour citada en el presente ensayo proviene del grupo documental incluido en el volumen XIV (Epistolario y papeles privados) de las Obras Completas de Justo Sierra, México, UNAM, segunda edición (1977).

Otros documentos de referencia:

1. El proyecto universitario de 1881

1.1 “La Universidad Nacional (Proyecto de creación).” El Centinela Español, México, 10 de febrero de 1881. Se reproduce en: Obras completas, vol. VIII (La educación nacional), págs. 65-69.

1.2 “Proyecto de Ley Constitutiva de la Universidad Nacional.” Diario de los Debates de la Cámara de Diputados, Décima Legislatura Constitucional de la Unión, vol. II, México, 1881, pág. 289. Se reproduce en: Obras completas, vol. VIII (La educación nacional), págs. 333-337.

2. El proyecto universitario de 1910

2.1 “Proyecto de ley constitutiva de la Universidad Nacional de México redactado por la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes después de haber recibido las opiniones del ministro de Gobernación y del ministro de Hacienda.” Inédito, se reproduce en: Obras completas, vol. XIV (Epistolario y papeles privados), págs. 431-437.

2.2 “Iniciativa para crear la Universidad. Discurso del señor Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes al presentar a la Cámara de Diputados la iniciativa para la fundación de la Universidad Nacional, el 26 de abril de 1910.” Boletín de Instrucción Pública, vol. XIV, núms. 3 y 4, mayo y junio de 1910, pág. 505. Se reproduce en: Obras completas, vol. V (Discursos), págs. 417-428.

2.3 “Iniciativa de Ley de la Universidad Nacional de México, presentada por la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes a la Cámara de Diputados.” (sólo la exposición de motivos). Boletín de Instrucción Pública, vol. XIV, núms. 3 y 4, mayo y junio de 1910, pág. 574. Se reproduce en: Obras completas, vol. VIII (La educación nacional), págs. 413-416.

2.4 “Ley Constitutiva de la Universidad Nacional de México.” Diario Oficial, 31 de mayo de 1910, vol. CVIII, núm. 26, págs. 417-420. Se reproduce en Obras completas, vol. VIII (La educación nacional), págs.417-422.

Publicado en Campus Milenio 386, 23 de septiembre 2010

100 años de la UNAM

Alejandro Encinas Rodríguez
El Universal/28 de septiembre de 2010

Cuando el 22 de septiembre de 1910 se fundó la Universidad Nacional, se dio un paso definitivo para dejar atrás la educación confesional promovida desde la Real y Pontificia Universidad de México fundada en 1553 y se consolidaba el proyecto liberal iniciado en 1867con la Escuela Nacional Preparatoria. En palabras de Justo Sierra: se superaba un modelo educativo engendrado por la conquista, basado en los fallos de la autoridad de la Iglesia, para dar lugar a una Universidad para que su acción educadora resultará de la ciencia, cultivando el amor a la verdad y el interés de la patria.

Espíritu que fue refrendado en 1929 cuando, tras una intensa movilización de la comunidad universitaria, logró su autonomía, que otorgaba la independencia de gobierno de los universitarios y la garantía del libre examen de las ideas: la libertad de cátedra.

A la par del desarrollo y fortalecimiento de sus tareas de investigación y docencia, la Universidad ha tenido que resistir y sobreponerse ante fuerzas y visiones que han pretendido subordinarla a los designios del poder e impedir que continúe siendo instrumento fundamental para la movilidad social en el país.


Situación que prevaleció hasta los años sesenta y setenta, cuando la matanza de estudiantes en octubre de 1968 y la represión del jueves de Corpus en 1971, pusieron al descubierto el verdadero rostro represivo del sistema político mexicano. La comunidad universitaria afrentó a un régimen que no entendía que el movimiento estudiantil encauzaba la asfixia impuesta desde el poder, que al cobijo de un crecimiento económico sostenido y una falsa estabilidad política, cancelaba cualquier espacio de participación al margen del aparato de control corporativo y toda forma de disidencia. Movimientos que marcaron un hito y abrieron cauce a la transformación democrática del México contemporáneo.


A partir del neoliberalismo, se alentó la creación de universidades privadas y se castigaron los recursos destinados a la educación superior, satanizando a la universidad pública y promoviendo la creación de las escuelas privadas. Eludiendo la responsabilidad del Estado para garantizar el derecho a la educación, buscando eliminar su gratuidad. Pese de todo, la UNAM es hoy el principal centro académico de Iberoamérica, mantiene su calidad académica y acrecienta su prestigio internacional, creando la red científica más importante del país y la consolidación de una corriente de pensamiento humanístico, sin alterar su carácter público, laico y gratuito.

Conmemorar los 100 años de la UNAM no puede reducirse a un acto de apología y demagogia. La universidad no es algo abstracto. Es un ente dialéctico en permanente transformación. Son sus aulas y laboratorios, sus maestros e investigadores, sus estudiantes y trabajadores. Es el teatro universitario, su orquesta sinfónica, el ballet de danza contemporánea, sus cines clubes, bibliotecas y museos. Es un clásico Pumas-Poli y un concierto de rock en la explanada. Es la libertad de cátedra y la salvaguarda de la pluralidad ideológica y del derecho de asilo a intelectuales y estudiantes perseguidos.

Pero también es un centro de contrastes y contradicciones, del que han egresado desde científicos e intelectuales del más alto nivel, hasta el hombre más rico del mundo, el subcomandante de una rebelión indígena, cientos de servidores públicos y representantes populares, y miles de profesionistas que no encuentran empleo.


En la UNAM, aprendí que la riqueza la produce el trabajo y no el capital. Que el principal obstáculo al desarrollo, es la desigualdad. Que la competencia debe buscar el progreso y no la acumulación. Que el principio de autoridad socava la democracia y que en la democracia son exigibles los derechos de una sociedad plural y diversa, que reconoce sus diferencias en la tolerancia y la no discriminación. Lo que no aprendieron los tecnócratas que han hundido en la pobreza y la violencia al país.


Esos son los principios que la Universidad Nacional Autónoma de México ha inculcado a las generaciones de un siglo. Principios, sin dogmas ni fundamentalismos, que en su primer siglo bien merece un ¡Goya Universidad!

alejandro.encinas@congreso.gob.mx


Coordinador de los Diputados Federales del PRD

Una UNAM libre

Guillermo Sheridan
El Universal/28 de septiembre de 2010

Cuando acompaña a comer a funcionarios a “La Cava”, la UNAM es una dama pomadosa. Cuando milita junto a los activistas justicieros se convierte en una Madre Coraje con boina. Es la Amante Curvilinea del acadestrativo mediocre y perpetuo que mete a la nómina a toda su familia. Es una Compañera Rojinegra que apoya las “luchas sociales” de su sindicato. Es la Musa de la Diamantina que los cursis convierten en “la conciencia y el corazón de México”. Es la Edecán mañosa que conoce las puertas para ingresar al Poder. Es la Tarta de Limón que tararea desafinadamente Carmina Burana…

La UNAM es una multitud de personajes cuyos usuarios le ponen el traje que más les conviene. Pero entre ese baile de disfraces está la verdadera: una sabia cubierta de tiza y tinta, aromada de laboratorio, modesta y callada, que practica su vocación sin utilitarismos interesados.

La UNAM necesitaría liberarse de sus usuarios no académicos, “despolitizarse” y “academizarse”, como propuso famosamente el rector José Sarukhán en 1988. No, dicen los usuarios, al contrario: hay que politizarla más. (Apenas ayer, Víctor Flores Olea, ideólogo obradorista, festejó el centenario de la UNAM diciendo que “el rechazo del orden existente… es hoy la función más respetable de la Universidad, la única posible”.) La UNAM debería lograr que incumplir sus objetivos generales suponga el éxito de proyectos privados. Estos usos y proyectos políticos parece superior a la voluntad de la UNAM por ser ella misma sujeto de su propia inteligencia. Cautiva de sus usuarios políticos, la UNAM es a tal grado autónoma que le está vedado reformar temas externamente urgentes y postergados.

La autonomía no es sólo la autoridad que posee la UNAM para darse sus propios reglamentos, sino la obligación que tiene de evaluar su realidad, optimizar sus recursos y sus responsabilidades. Pero a la vez carece de reglamentos contra el voluntarismo de sus usuarios. Es decir: tiene la autonomía para modificarse, mas no la suficiencia política para instrumentar sus modificaciones. Su libertad está comprometida. Y si a pesar de esta servidumbre puede producir inteligencia, investigación, graduados, ya se puede pensar en lo que podría hacer con el usufructo cabal de su libertad.

La eficiencia de la UNAM debería considerarse prioridad nacional. Los trabajadores, alumnos y funcionarios no pueden contravenir las obligaciones que le patrocina el pueblo. Los académicos tenemos que hacer valer nuestra superioridad moral y nuestra dignidad sobre cualquier otra instancia universitaria y sobre cualquier poder que no sea el del saber meritorio.

Pero no hay manera de optimizar el desinterés individual -y, por tanto, la función social de la UNAM- si no es colocando a la academia sobre cualquier otro poder, en especial el poder que sustituye la responsabilidad y la racionalidad académicas por los usos políticos. Esto es, desde luego, impensable. En aquel mismo discurso de 1988 dijo el rector Sarukhán que era esencial “una universidad donde el académico sea el personaje central”. Es triste que en la universidad que hoy festejamos, esto, tan obvio, no sea del todo así.

La Universidad en su centenario

Víctor Flores Olea
La Jornada/27 de septiembre de 2010

Como en otros momentos, también hoy la Universidad y la formación de su gente, en ella y por ella, resultan factor decisivo en la calidad y prosperidad de la nación, en su posibilidad de futuro, en la afirmación de los mexicanos para alcanzar una mejor vida social, lo mismo se llame bienestar que vida plenamente realizada.

Pero siempre hay que distinguir: en sus distintas funciones la universidad es un medio de salvación individual o de realización colectiva, cuando la Universidad otorga los medios para cumplir las vocaciones o en tanto es factor decisivo para la transformación social. Al contrario, resulta aspecto deprimente de la Universidad hoy cuando simplemente se somete al orden establecido, permite su regimentación por los intereses dominantes y acepta sin protesta la función multiplicadora del actual sistema de producción económico y social. Cuando se le exige rendición de cuentas por los dineros gastados la referencia es la de su “alineación”, el papel cumplido como engranaje del conjunto, sin desviaciones. Tal es la universidad ideal para el “orden de las cosas”, para el “contribuyente”, no para el ciudadano, en su versión más interesada y brutal.

Por definición, la Universidad es un espejo de la sociedad, con sus frenos y rémoras y sus sectores de avanzada, que viven en su cuerpo con visión de futuro. Es un doble, a veces atenuado otras exacerbado, del conflicto social. Por fortuna, al cumplir la UNAM su primer centenario, el cuerpo directivo más influyente y el propio rector José Narro pertenecen al sector universitario que empuja hacia delante a la institución. Por supuesto, al hacerlo, los directivos se sitúan entre los sectores “progresistas” de la UNAM, queriendo decir con esto que militan por una mejor universidad y, consiguientemente, por una mejor sociedad.

Hasta hace poco en las ciencias sociales se consideraba como más “objetiva” y “científica” la “no militancia”, dejando que “libremente” funcionara el “mercado” de las ideas. Hoy, con el bombardeo a diario y por todos los medios a que es sometida la sociedad entera, exaltando los valores de “la realidad” (aun cuando se llamen corrupción y abuso), resulta absolutamente ilusoria esa pretensión de “objetividad’. La tolerancia del orden actual es su consentimiento y cultivo. En otras palabras: hoy la única “objetividad” posible es el rechazo del orden existente, la militancia para trascenderla y modificarla de raíz. Tal es hoy la función más respetable de la Universidad, la única posible.

En las últimas décadas, en México se han multiplicado las universidades privadas. Además de ser buen negocio, cumplen cabalmente su función reproductora del sistema. En cambio a la UNAM y a otras universidades públicas les compete una función que tiene primordialmente un objetivo social: fortalecer, enriquecer críticamente la res publica, lo concerniente a la comunidad (y después al individuo, sin excluirlo). Reforzar lo colectivo hasta el extremo que se ha dicho: reconstruir la República, tan maltratada en los últimos tiempos, sobre la base de un nuevo pacto social. Es decir, no sobre la base de un ilusorio equilibrio, sino con fundamento en el bien público, no un supuesto balance en que de todos modos lo privado se impone a lo colectivo o comunitario (el afán de lucro sobre la solidaridad).

De tiempo antes (ahora se repite en Letras Libres) se ha dicho que la Universidad tira “el dinero del pueblo” y que eso resulta inadmisible en un país con tamañas carencias. En ocasiones la “reacción” de fuera, del “entorno” social, ha sido terriblemente corrosiva sobre la Universidad, como en tiempos de la revolución cubana o a causa de la apertura de la UNAM hacia profesores e intelectuales sudamericanos que habían escapado a la violencia militar de sus países, siempre aludiendo a las “ideas exóticas” y a la vocación “extranjerizante” y “antinacional” de nuestra casa de estudios. También se exigían a la Universidad “cuentas claras” que, por lo demás, han sido rendidas invariablemente y con transparencia a través de su patronato.

No deben sorprendernos estos ataques a la Universidad para su desprestigio y debilitamiento, en un tiempo de privatizaciones generalizadas, siendo precisamente una institución que ha contribuido excepcionalmente a la movilidad social y a la realización profesional y vital de multitud de mexicanos. El aspecto decisivo de los ataques a la UNAM se debe a su consideración con base en el mercado, en que lo cuantitativo se coloca por encima de lo cualitativo, en el afán de demeritar los valores intelectuales que se practican en la UNAM.

Simplemente haré hincapié en que la Universidad se sitúa objetivamente, en su cuerpo más significativo, en las líneas del avance social solidario y con justicia. Y que tratándose del más importante centro intelectual y de investigación del país su vocación y destino marcan la dirección del conjunto nacional.

En tal orientación los universitarios asumimos la responsabilidad correspondiente en este primer centenario de su vida y lucha, y nos felicitamos de que la gran mayoría de la comunidad pueda coincidir con estas reflexiones que exaltan el espíritu de la militancia democrática. Y nos felicitamos por una dirección universitaria que no guarda silencios ni tolerancias ante lo que debe ser corregido, también respecto a las carencias presupuestarias de la educación pública mexicana y respecto a la propia universidad pública en el país.

Libertad de investigación

Javier Flores
La Jornada/28 de septiembre de 2010

Al conmemorarse los 100 años de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNSM), el rector José Narro Robles dirigió desde la tribuna del Congreso de la Unión un importante mensaje a la nación. Se refirió a temas centrales para la vida del país que han sido muy comentados en estos días. Pero muy poca atención han recibido las partes de su intervención que se refieren a algunas características de las tareas universitarias en las que hoy se fundamenta su grandeza. Una es la libertad de investigación.

Narro Robles dijo: “La universidad es una institución académica. Para cumplir sus fines debe preservar la libertad de cátedra, de investigación, de expresión y de crítica… En la universidad caben todas las ideologías, todas las corrientes del pensamiento, ya como objeto de estudio, ya como forma de análisis de la realidad, o como método para lograr que la pluralidad se exprese con absoluta libertad”. Eso señaló el rector de la UNAM al celebrarse el primer centenario de esta institución.

Ha transcurrido un siglo y son muchos los acontecimientos que han definido el perfil actual de la Universidad Nacional. Pero sin duda uno de los acontecimientos centrales fue la conquista de su autonomía en 1929. La Ley Orgánica de la UNAM, publicada en el Diario Oficial de la Federación el 6 de enero de 1945, establece en su artículo segundo que esta universidad tiene derecho a “impartir sus enseñanzas y desarrollar sus investigaciones de acuerdo con el principio de libertad de cátedra y de investigación”.

Al convertirse la UNAM en modelo para la formación de otros centros educativos, las universidades privadas se han beneficiado indirectamente de la autonomía universitaria, pues en ellas existe una franja o espacio para que los científicos realicen los estudios que determinen. Algo que no es reconocido por algunos de los críticos de la Universidad Nacional, que incluso consideran a la autonomía universitaria como un mito con el que habría que acabar, aun cuando se han beneficiado de ella. Adicionalmente, en las instituciones privadas los programas de investigación pueden estar definidos por intereses económicos, comerciales o de cualquier otra índole, al margen de la decisión de sus investigadores, muchos de los cuales pueden estar contratados para realizar tareas específicas en cuyo diseño original no participan.

La autonomía en la UNAM, por su parte, garantiza que las indagaciones científicas puedan realizarse libremente. Como expresó Narro, en ellas caben la crítica, todas las corrientes de pensamiento y todas las ideologías, lo que hace posible el avance del conocimiento, sin restricciones. Es uno de los mayores logros del país.

Lo anterior implica no sólo que esta institución pueda realizar sus tareas al margen de los intereses políticos, económicos o ideológicos definidos por el gobierno u otros poderes; además brinda la posibilidad de formular nuevas preguntas, crear nuevas metodologías que no busquen situarse dentro de marcos teóricos establecidos o anquilosados, llegar a resultados que pongan en duda ideas predeterminadas, y la posibilidad de arribar a conceptos novedosos o inesperados, cuya validez pueda ser confrontada con lo más avanzado del conocimiento a escala mundial y con la propia realidad.

Hoy los enemigos de la UNAM y de su autonomía guardan silencio, después de haber emprendido una campaña desaforada que “coincidentemente” se produjo antes de que se formulara el proyecto de presupuesto para 2011, y justo antes de la celebración de su centenario. Quienes se sueñan poseedores del monopolio de la crítica esta vez fracasaron.

Y no es que la UNAM sea perfecta. A mí me gustó mucho que en su intervención el doctor José Narro Robles reconociera que tiene fallas. Dijo ante el Congreso: “Reconocemos nuestras insuficiencias y nos esmeramos en superarlas. Sabemos que hay espacio para la mejoría y ahí tenemos un compromiso”.

Pues bien, muchas de las críticas que se le han hecho hasta ahora a esta institución son juego de niños, pues uno de los valores que hay que defender día con día de los enemigos de la autonomía, ubicados dentro y fuera de la UNAM, es la libertad de investigación.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Gudiño Pelayo y el humanismo judicial

Miguel Angel Granados Chapa
Proceso/26 de septiembre de 2010

A mediados de 2007 el ministro José de Jesús Gudiño Pelayo estuvo al borde de la muerte, probablemente por las mismas causas que le arrancaron la vida el domingo pasado. Hace tres años pudo recuperarse mediante el auxilio de la ciencia médica, pero también por su tesón, la fuerza de su voluntad. Cuando volvió al trabajo, no concluida aún su convalecencia, momentos hubo en que debía hacer leer su ponencia o sus argumentos, porque era incapaz de hacerlo, por debilidad. Pero allí estaba, con la mente lúcida, trabajando. Quizá por aquella resistencia esta vez la agresión física lo tomó por sorpresa, para que no pudiera defenderse.

Se hallaba en Londres, de paseo con su familia. No había gozado de sus vacaciones, como lo había hecho casi todo el Poder Judicial de la Federación, en la segunda quincena de julio, porque le correspondió formar parte de la comisión de receso, una especie de guardia que trabaja en la Suprema Corte de Justicia de la Nación mientras descansa el resto del personal, incluyendo a los ministros.

Muerto el 19 de septiembre, el pleno al que perteneció le rindió homenaje el jueves siguiente. Las palabras de sus compañeros sintetizaron el sentimiento generalizado de pesar que fue percibiéndose tan pronto como el propio día de su deceso corrió la noticia de su tránsito. Las páginas de los periódicos se llenaron de esquelas de condolencia, en número sorprendente para un miembro del Poder Judicial, no un acaudalado empresario o un político con poder individual, o sus parientes. Las expresiones de duelo dirigidas a su esposa, doña Yolanda Cícero, y a sus tres hijos, Yolanda, José de Jesús y Juan Carlos, provinieron de todos los miradores: una demostración de que nunca nadie resintió un daño de su parte, algo difícil de predicar en un juez con más de 30 años en el Poder Judicial, la mitad de los cuales transcurrieron en el máximo sitial a que puede aspirar un jurista.

Nacido en Autlán, Jalisco, el 6 de junio de 1943, Gudiño Pelayo se graduó de abogado en la Universidad Iberoamericana, donde también obtuvo la maestría, y donde ejerció la docencia, una de las facetas relevantes de su personalidad, ejercida en los centros de estudios superiores de los lugares donde se desempeñó como juzgador. Cursó estudios de administración pública en España (Madrid y Alcalá de Henares), pero tan pronto volvió a México ingresó al Poder Judicial federal, como secretario de estudio y cuenta del ministro Fernando Castellanos Tena, en la Sala Penal de la Corte. Esa misma sala (con las modalidades surgidas en la reforma de 1994) sería presidida por él en tres ocasiones, la última de las cuales empezó a correr en enero de este año. Pronto fue designado juez e inició el peregrinar de los servidores de la administración de justicia, que continuó cuando fue ascendido a ministro.

Gerardo Laveaga, un jurista que debía formar parte de la terna para sustituir al maestro fallecido (y dirige desde hace años el Instituto Nacional de Ciencias Penales), que lo conoció de cerca mientras fue director de comunicación social del máximo tribunal, recuerda que la firmeza de las convicciones de Gudiño Pelayo le impidió simular o pretender pasar inadvertido con miras a su ascenso a la Corte. En sus libros sobre el amparo expresó ideas contra los convencionalismos en boga en los años ochenta. “Opiniones como estas llegaron a inquietar a quienes vaticinaban para él un futuro halagüeño. Cuando publicó Introducción al amparo mexicano, un magistrado amigo suyo le pronosticó que había perdido su oportunidad para convertirse en ministro. Al referir esta anécdota, Gudiño se regodeaba: ‘Aposté y gané’”.

No sólo era un jurista consumado y un hombre de dilatadas lecturas en materias diferentes al derecho. Poseía un espíritu moderno, que lo condujo a contar con una página propia en la red, donde además de resumir la actividad jurisdiccional en que tomaba parte hablaba de publicaciones recientes e invitaba a la participación de sus visitantes. En la misma línea de comunicación y transparencia, ideó y condujo un programa en el Canal Judicial, donde más que entrevistar estimulaba a jueces y magistrados a que narraran vivencias que resultaran aleccionadoras.

En el homenaje de cuerpo presente que la Corte le rindió, el ministro Luis María Aguilar insistió de modo pertinente en el lugar central que su familia ocupaba en la vida de Chucho, como le llamó con la confianza que propicia el trato cercano. Su vida estaba dedicada “a la alegría del amor”, según dijo, con tino que hizo derramar lágrimas a su señora y sus hijos. Si se toma el ejemplo de su hija Yolanda, queda claro que propició el desarrollo libre de sus descendientes. Ella ejerce la docencia universitaria en Tlaxcala, y allí mismo opera una pequeña empresa editorial, que dio a la imprenta su novela Tierra de mis soledades, el relato de dos jóvenes mujeres que sufren el desdén de la jerarquía católica hacia el género femenino mientras intentan realizar apostolado en la sierra chihuahuense, entre los rarámuri.

Fue un humanista en su ejercicio del derecho. Con frecuencia alzó los ojos por encima de los códigos para ver más allá de su tieso contenido. Atenco no debe quedarse en Atenco, sentenció al ocuparse de la represión a ciudadanos de ese municipio del Estado de México. Creía que el caso debía servir para que la Corte construyera un criterio sobre el uso de la fuerza pública.

Laveaga sintetiza así el desempeño del togado muerto: “Se colocó en el ala liberal de la Corte y lo mismo defendió el derecho que tienen las mujeres para decidir si continúan un embarazo, que el de las parejas del mismo sexo para contraer matrimonio. En el caso de los manifestantes de San Salvador Atenco pretendió fincar responsabilidades al gobernador del Estado de México y al secretario de Seguridad Pública federal por los abusos que habían cometido algunos agentes, pero al ver que este reclamo no iba a prosperar, se concentró en exigir a las autoridades que, en adelante, establecieran protocolos clarísimos para delimitar el uso de la fuerza pública.

“En el asunto de Lydia Cacho se sintió frustrado ante el voto de sus pares: no entendía por qué no se habían pronunciado ante hechos que, según él, resultaban tan evidentes. La ley podría no admitir ciertas pruebas en el proceso penal (…) mas no era un proceso penal. El libro que escribió con José Ramón Cossío, Genaro Góngora Pimentel y Juan Silva Meza no sólo fue una serie de razonamientos para justificar su voto particular, sino un enérgico deslinde. El título elegido para el libro –Las costumbres del poder– implicó un reproche doméstico: no estamos integrando la Corte que México espera de nosotros” (El Universal, 23 de septiembre).

Su apariencia solemne, conservadora, resultaba contradicha por su espíritu inclinado al humor, al trato sencillo. Sin ambages aludía, en tono de broma, a los encaramientos entre ministros. Por ejemplo, un día dijo que la disputa frecuente entre Genaro David Góngora Pimentel y Sergio Salvador Aguirre Anguiano contribuía a elevar el rating del Canal Judicial.

Entre decenas de magistrados, en enero de 1995 fue elegido ministro de la Corte. Lo propuso el presidente Zedillo y lo aprobó el Senado, junto con 10 de sus compañeros, varios de los cuales ya no están en funciones. Como él, murió el ministro Humberto Román Palacios. Cumplieron el término para el que fueron elegidos Vicente Aguinaco, Góngora Pimentel, Mariano Azuela, Juan Díaz Romero, Juventino Castro.

Ahora tocó a Gudiño Pelayo el turno de partir. Conforme a su credo de niño, que quizá de adulto fue sustituido por un agnosticismo no militante, recibirá en la vida perdurable, multiplicado, el bien que sembró a su paso por este valle de lágrimas.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Justo Sierra y la Universidad Nacional


El 22 de septiembre de 1910, y como parte de los festejos del centenario de la Independencia de México, se creó la Universidad Nacional, la cual correspondió a la imagen de progreso y civilización, que del país se quería forjar. El proyecto de creación de la Universidad, aunque sin un resultado inmediato, fue propuesto por Justo Sierra en 1881, siendo diputado y con la intención de contrarrestar el problema educativo. El propósito de Sierra se materializó en 1910 con el acto inaugural de la Universidad Nacional de México, en el anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria. En esta época, siendo secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, Sierra, expresó en su discurso, que el objetivo educador y científico que la Universidad Nacional debía concentrar, sistematizar y difundir entre el pueblo mexicano, era el de preparar para el porvenir.

A cien años de la creación de la Universidad, Justo Sierra a través de su discurso manifiesta: (…) nosotros decimos a los universitarios de hoy, la verdad se va definiendo, buscadla, enfatizando que (…) tenéis encomendada la realización de un ideal político y social que se resume así: democracia y libertad.


Leer el discurso completo de Justo Sierra, dar clik aquí

Referencias

CESU, La Universidad Nacional de México 1910, México, UNAM, Segunda edición facsimilar, 1990, p. 125.

Javier Garcíadiego, “El proyecto universitario de Justo Sierra: circunstancias y limitaciones”, en Cultura y política en el México Posrevolucionario, México, INEHRM, 2006, pp. 23-40.

Cien años

Carlos Ornelas
Excélsior/22 de septiembre de 2010

Hoy celebramos el primer centenario de la Universidad Nacional de México (Autónoma desde 1929), la institución señera de la educación superior mexicana, la máxima casa de estudios. Cien años en que la Universidad Nacional ha sobrevivido a grandes conflictos, comenzando porque nació a escasos dos meses del inicio de la Revolución Mexicana, y que demuestran que la solidez institucional es mucho más grande que sus problemas.
Hoy hace 100 años que don Justo Sierra recitó su discurso sobre la Universidad moderna, de cara al futuro y al servicio de la nación. No sé por qué hay universitarios que tratan de ver el nacimiento de la Universidad Nacional en los tiempos de la Colonia.
Don Justo Sierra fue enfático, esta Universidad no tiene nada que ver con aquélla. "¿Tenemos una historia? No. La Universidad mexicana que nace hoy no tiene árbol genealógico; tiene raíces, sí, las tiene en un imperiosa tendencia á organizarse que revela en todas sus manifestaciones la mentalidad nacional... Si no tiene antecesores, si no tiene abuelos, nuestra Universidad tiene precursores: el gremio y claustro de la Real y Pontificia Universidad de México no es para nosotros el antepasado, es el pasado".
Las raíces de la Universidad moderna son liberales y positivistas. Don Justo resumió su ideal en la democracia y la libertad. Permítaseme hacer una cita extensa de ese discurso:
Los fundadores de la Universidad de antaño decían: "la verdad está definida, enseñadla;" nosotros decimos á los universitarios de hoy: "la verdad se va definiendo, buscadla". Aquellos decían: "sois un grupo selecto, encargado de imponer un ideal religioso y político resumido en estas palabras: Dios y el Rey". Nosotros decimos: "sois un grupo en perpetua selección dentro de la substancia popular, y teneis encomendada la realización de un ideal político y social que se resume así: democracia y libertad".
Don Justo Sierra, tanto por su conocimiento erudito y cultura universal, como por su actividad política, era una persona importante en la élite porfirista. Como ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, había luchado sin desmayo por "humanizar" al positivismo reinante. En su discurso de inauguración rindió pleitesía a la ciencia positiva y la investigación científica; pero también hubo el elogio propio al elevar a la Escuela de Altos Estudios (hoy Facultad de Filosofía y Letras) como el peldaño más alto del edificio universitario "puesto así para descubrir en el saber los horizontes más dilatados, más abiertos..." Remató esa idea con una frase que vista en el tiempo largo de los cien años es una crítica al positivismo y una aspiración a conjugar las ciencias con las humanidades: "Una figura de implorante vaga hace tiempo en derredor de los templa serena de nuestra enseñanza oficial: la filosofía, nada más respetable ni más bello".
El programa de festejos de la UNAM cubre muchos campos de la ciencia, la filosofía, la cultura, la política, además del arte y los deportes. Entre las ceremonias sobresalen la de otorgamiento de doctorados honoris causa y la magna celebración del centenario, que será hoy.
No se ha dado a conocer si el presidente Calderón fue invitado y si asistirá. No soy afecto a su política, lo he criticado por su alianza con Elba Esther Gordillo, pero representa a la República. Si él se descarta me parece mal, pero si la Universidad lo excluyó, me parece peor. Su presencia pondría en evidencia que la Universidad Nacional sigue la ruta que le trazó don Justo Sierra, de apertura a mayores horizontes. También extrañé alguna mención a las universidades de París, de California y de Salamanca, que apadrinaron el nacimiento de la Universidad Nacional.
El balance que arroja la hoy Universidad Nacional Autónoma de México es favorable. Sus logros son incontables, cuenta entre sus filas con científicos, tecnólogos y humanistas a la altura de los mejores del mundo.
Es cierto, como dijo alguna vez el entonces rector José Sarukhán (cito de memoria): "Después de graves conflictos, la Universidad se ha fortalecido y retomado su camino con más brío". Nada más lamento que los dos últimos grandes movimientos estudiantiles hayan tenido como una de sus banderas defender el "pase automático". Un fardo que impide un mayor avance del alma máter de México.
*Académico de la UAM
Carlos.Ornelas10@gmail.com

¡Goya, goya!


Carlos Martínez García
La Jornada/22 de septiembre de 2010

Esta es una confesión de amor a una centenaria: la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En ella innumerables estudiantes tuvimos la oportunidad de ensanchar nuestros horizontes, de ampliar nuestro estrecho marco conceptual y comenzar a nombrar nuevas realidades nunca percibidas.

Como yo, miles y miles, hijos e hijas de obreros, atónitos incursionamos en las aulas unamitas con escaso bagaje educativo y escuálidos recursos culturales. Mi padre concluyó sus estudios primarios, y de ahí se incorporó directamente al mercado laboral. Mi madre solamente completó el tercer grado de escolaridad primaria, y desde muy niña debió emplearse en tareas domésticas para contribuir al sostén de su familia, cuya cabeza masculina había muerto súbitamente de un letal infarto al corazón.

Mi infancia escolar, mi universo vital, se limitó exclusivamente a dos colonias de la ciudad de México: la Doctores y la Obrera. De tal manera que cuando ingresé al bachillerato de la UNAM, desde el primer día caí en cuenta que me estaba aventurando a lo desconocido, a un espacio en el que entonces me sentí incómodo y sin saber bien a bien cómo relacionarme con mis nuevos compañeros.

En los auditorios unamitas escuché por primera vez a una orquesta sinfónica, tuve la oportunidad de disfrutar del jazz, antes ausente en mi ámbito familiar y cultural. Me fui adentrando en el teatro y la literatura, aprendí a disfrutar del cine y a gozar intensamente el intercambio de ideas. De súbito descubrí el arrebatador encanto de la lectura. Comencé a frecuentar obras de autores cuyos nombres nunca había escuchado. Debí acrecentar mi manejo del lenguaje para comprender lo que intentaba descifrar en páginas que me confrontaban por primera vez con vocablos desconocidos. Sin nombrarlo de esta manera, estaba ejercitando la ampliación de mi horizonte cultural. Muchos años después habría de encontrar en una frase de Ludwig Wittgenstein la descripción del proceso iniciado en la UNAM: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Poco a poco los límites iban cayendo.

El proceso de enseñanza-aprendizaje es en la Universidad Nacional Autónoma de México tan intenso en sus aulas como fuera de ellas. En sus corredores, bellos jardines, plazas, instalaciones deportivas, comedores y garnacherías se ve uno confrontado con la diversidad, con la pluralidad en todos los ámbitos de la vida social. Mi grupo de amigos y amigas estaba conformado mayoritariamente por historias familiares parecidas a la mía. Es decir, casi todos carecíamos de antecedentes universitarios en nuestros árboles genealógicos. Quienes sí los tenían, y también mucho mejores condiciones económicas que los demás, desarrollaron entrañables cercanías con nosotros, los que cada día debíamos estirar recursos para completar los gastos de transportación al paraíso universitario. Unos y otros establecimos una negociación cognoscitiva, existencial, valorativa y volitiva.
En el contacto con los otros y otras, en algunos aspectos muy distintos a mí y en otros muy similares, fui tejiendo un ejercicio comunitario llamado tolerancia e inclusión. Me hice consciente de mi reducido mundo al contrastarme con los otros, al intercambiar nuestras concepciones, prejuicios y esperanzas. Lo ha dicho mucho mejor Ryszard Kapuscinski: “Y eso que la cultura –vaya, también el mismo ser humano– se forma en situaciones de contacto con Otros (por eso todo depende en tal medida de este contacto). Para Simmel el individuo no se forma sino en un proceso de relación, de vinculación con los Otros. Lo mismo afirma Sapir: ‘El verdadero lugar donde se desarrolla la cultura está en la interacción entre personas’. Los Otros –repitámoslo una vez más– son el espejo en que nos reflejamos y que nos hace conscientes de quienes somos” (Encuentro con el otro, Editorial Anagrama, 2007).

Tal vez una de las funciones esenciales de la UNAM sea la de fungir como espejo tanto de aquellos y aquellas que han realizado sus estudios allí como de la sociedad mexicana en general. Por ello es muy importante mantener a ese espejo limpio de obstáculos que le impidan reflejar la verdadera imagen de quienes se miran en él. Hay que vencer las intenciones, y no pocos actos, de sus malquerientes que buscan resquebrajar el espejo que capta la pluralidad, y/o inutilizarlo regateándole el presupuesto para que amplíe sus alcances.

No se trata de idealizar a la UNAM ni de cerrar los ojos a los muchos aspectos en que puede mejorar su desempeño. Con todo la centenaria institución, cuyos antecedentes se remontan al siglo XVI, ha sido central en el desarrollo de la nación al ejercer la crítica en su seno. A diferencia de los centros educativos privados, en la UNAM se ejercita con mayor intensidad la construcción del pensamiento crítico, se estimula el aprender a preguntar. Ésta es una herramienta epistemológica fundamental, porque, como dijo Gaston Bachelard, “la fuente de todo conocimiento es la pregunta”.

Con emoción y agradecimiento a mi alma máter, que me gestó espiritualmente, me recibió en su generoso regazo, me levanto y entono un sentido ¡Goya, goya!

El papel de la UNAM hacia el futuro

Lorenzo Córdova Vianello
El Universal/22 de septiembre de 2010


El día de hoy la UNAM celebra el centenario de su institución como Universidad Nacional. Si bien los antecedentes de su fundación se remontan a más de cuatro siglos y medio cuando se instituyó la Real y Pontificia Universidad de México, es hace cien años cuando comienza su rol definitivo como uno de los pilares institucionales indiscutibles del Estado mexicano.

A diferencia de la suntuosa y despilfarradora celebración del Bicentenario que se ha enfocado más al oropel y al festejo —en el mejor de los casos, cuando no a proyectos inacabados, pospuestos o, de plano, fallidos—, dejando pasar la oportunidad de ser un contexto de reflexión sobre el estado que guarda el país y las rutas futuras sobre las que debería encauzarse su desarrollo, la UNAM celebra su centenario en medio de un muy intenso y bien planeado y nutrido conjunto de actividades académicas, culturales, artísticas y editoriales.

Si bien es innegable que en estos cien años la historia de la Universidad ha estado íntimamente vinculada con los sucesos políticos, económicos y sociales que han marcado el México del último siglo, hoy como pocas veces antes esa institución se proyecta de manera muy importante como un potencial puntal de transformación del país hacia el futuro.

Y es que, a mi juicio, una de las más importantes virtudes de la UNAM es que constituye un foro privilegiado de discusión y de debate de los grandes problemas nacionales y que, particularmente en tiempos recientes, en su seno se han generado algunos de los diagnósticos más relevantes para pensar las posibles soluciones para las múltiples crisis que aquejan a nuestra nación. Un ejemplo de lo anterior es el documento Hacia un nuevo curso de desarrollo. México ante la crisis que un conjunto de quince estudiosos, convocados por el rector José Narro, presentaron hace un año y que representa uno de los diagnósticos críticos más elaborados del modelo económico imperante en el país y de cuáles deberían ser los ejes que debería inspirar las políticas de desarrollo para hacer de la nuestra una sociedad más justa y menos desigual.

Y no se trata de mera retórica. A pesar de sus problemas —evidentes y ya diagnosticados—, la UNAM es una institución que como pocas cuenta con una masa crítica y con un prestigio capaz de incidir en los destinos nacionales en un contexto en el que las políticas públicas parecen haber perdido sentido de orientación.

Así, por ejemplo, quienes nos ocupamos de las cuestiones jurídicas debemos reivindicar el papel transformador de los derechos sociales en sociedades tan injustas y desiguales como la nuestra y colocar la defensa y efectiva garantía de esos derechos como una de las exigencias más apremiantes del desarrollo inmediato del país. Durante décadas ha prevalecido la idea de que esos derechos tienen un carácter programático e ideológico; que se trata de cartas de buenas intenciones plasmadas en la Constitución y en los tratados internacionales y que, consecuentemente, no tienen algún grado de obligatoriedad para el Estado.

Toca a nosotros desde la Universidad denunciar y desmontar ese discurso y construir uno nuevo que reivindique la obligatoriedad del respeto y satisfacción de los derechos fundamentales y en particular de los sociales, así como de su exigibilidad, como una vía transitable para lograr una sociedad más igual y más justa.

Nos corresponde, desde la academia, encauzar los esfuerzos y construir los contextos de exigencia necesarios para que los encargados de definir las políticas públicas de desarrollo atiendan y cumplan las obligaciones que al Estado le impone el reconocimiento de esos derechos.

Y es que no podemos dejar pasar el buen momento que pasa la Universidad y el innegable peso que tiene en el ámbito público para incidir en el futuro del país. Y eso es algo que nos corresponde hacer a todos los universitarios desde los distintos ámbitos del conocimiento científico, cada quien en su respectiva área.

Me parece que hoy la mejor manera en la que quienes laboramos en la Universidad podemos celebrar nuestro centenario es terminar de cobrar conciencia del potencial que tiene la UNAM como una palanca de transformación de la sociedad y de incidencia en la vida nacional y de actuar en consecuencia. La deuda histórica de construir una sociedad más equilibrada, más justa y más democrática nos lo impone.


Investigador y profesor de la UNAM

Felicidades


viernes, 17 de septiembre de 2010

¿Cómo hacer más con menos?

Se encuentra disponible el texto base para la confrenecia de la OECD/IMHE que se celebró en Paris los días 13 al 15 de septiembre y cuyo foco es la educación superior en la post-crisis económica. El título del trabajo es: HIGHER EDUCATION IN A WORLD CHANGED UTTERLY: DOING MORE WITH LESS, de Mary-Louise Kearney and Richard Yelland (JJ Brunner).

Bajar el documento aquí

Breve resumen

This paper deals with the specific context of the 2010 OECD/IMHE General Conference "Higher Education in a World Changed Utterly: Doing More with Less" and the need to consider both responses for enhanced productivity given the lingering nature of the economic crisis and the longer-term goals of tertiary education (inter alia, sustainable growth, socially responsible citizens, enhanced co-operation amongst the global community).

Economic Realities: Challenges for the Tertiary Education Community
The situation in 2010 is reviewed to assess the socio-economic impact of the global crisis. The IMHE General Conference will seek to compile and analyse a range of effective policies and coping strategies used by governments and by tertiary education institutions to weather the turbulent climate. Immediate challenges such as meeting increased demand, fluctuating research funding and a volatile international higher education market need to be offset by the longer-term vision of the sector where ever stronger alliances with social stakeholders will be essential.

Economic Recovery, Innovation and IT: The Role of Tertiary Education in Building a Sustainable Future
Based on the OECD Education at a Glance indicators, tertiary education trends are tabled with a view to reiterating the importance of investment in this sector to help economic recovery. The challenges involved in building knowledge systems are discussed including the special difficulties faced by emerging and low-income economies to establish sound R&D and innovation capacity. Investing in human capital and the complexity of the labour market are evoked along with the benefits for teaching, learning and research offered by IT which has still to reach its optimal potential.

Social Engagement and Tertiary Education: New Imperatives
Social engagement has moved beyond institutional outreach to address the challenges of the 21st century. Engagement is now a mindset ensuring that tertiary education can meet its multiple responsibilities: equitable globalisation, debate on the purposes and priorities of the sector, creating a culture of learning, directing research and teaching to sustainable development and strengthening links with social partners are now an inescapable obligation for institutions. As the current crisis is global, attention should be paid to the special plight of Africa and to supporting the renewal of its vulnerable tertiary education system.

Perspectives for Tertiary Education in a post-crisis world: issues for the OECD and a wider public
The impact of the recession and a difficult economic climate could continue for another decade. Many OECD countries are being forced to revise public policies in the face of reduced revenue. Likely trends in key areas (governance, funding, the measurement of quality and impact, research and innovation and international provision) will be proposed. The legacy of the 2010 OECD IMHE General Conference will reside in the wealth of effective responses provided by a modernized tertiary education sector to resolving current socio-economic questions.

Los ni-nis y otros habitantes de la precariedad

Luis Muñoz Oliveira
munozoliveira@gmail.com

Mucho se ha dicho de los jóvenes que ni estudian ni trabajan, los ni-nis. Hablaron de ellos José Narro, rector de la UNAM; también Alonso Lujambio, secretario de Educación Publica y, sin duda, la directora del Instituto Mexicano de la Juventud (Imjuve), Priscila Vera. Discutieron cuántos son en realidad, si más de siete millones o menos de 300 mil. Y también las razones de esta inmensa diferencia: según la directora del Imjuve, los datos están inflados por todas las muchachas que hacen trabajos domésticos que en realidad no son ni-nis porque trabajan en casa. Y el rector responde bien: en lugar de intentar la corrección de la manera como se obtiene la cifra estadística, deberíamos corregir la realidad.

El problema no es precisar cuántos jóvenes ni estudian ni trabajan, sino más bien terminar con la falta de oportunidades. ¿A quién no le resulta evidente que si hay jóvenes ni-nis es porque no consiguen ni trabajo ni educación? Claro que habrá ni-nis por voluntad, los que podemos llamar ni-nis bien, que son esos jóvenes que ni estudian ni trabajan porque están viajando, digamos, por Europa, pensando sobre su futuro, qué se yo, gozando del ocio que sus padres les permiten tener, en esas condiciones perfectamente se puede ser un ni-ni feliz. Pero esos jóvenes son los menos, una minoría. Irrelevante.

Es claro que el problema no está en ser ni-ni, más bien está en no poder sino serlo, en la precariedad de la vida, en los ni-nis que también fueron niños sin educación ni empleo, los mini ni-nis y en los jóvenes si-sis que, digamos, son los que sí estudian y sí trabajan, obligados por la falta de recursos. El asunto está en la desigualdad. Bien podemos preguntarnos cuántos jóvenes tienen un padre desempleado, una madre alcohólica, un hermano en Estados Unidos, una hermana que sufre maltratos, un viejo abuelo diabético al que han de cuidar. Y cuántos trabajan y no estudian, por un salario miserable, y cuántos usan drogas o asaltan o sufren profundamente la desesperanza y se suicidan. Todos esos jóvenes, ¿qué son? ¿Ni-nis, si-sis, no-sis? Son personas que no encuentran un camino digno para realizarse y, claro, algunos se convierten en soldados de la guerra del narcotráfico, otros en vulgares asaltantes, otros engrosan el público cautivo de la televisión para ignorantes, otros el capital político de políticos embaucadores. Todos, eso sí, carentes de un futuro claro, a la deriva, injustamente obligados a vivir marginados, partidos, desencajados.

Es de todas las urgencias atender el problema de la juventud —y, por ello, también el de los ni-nis—: abrir espacios para que reciban educación y también fuentes de empleo para que ejerzan su profesión, pues también existen los pro-nos, jóvenes profesionistas que no pueden trabajar en la disciplina que estudiaron. Y también necesitamos recuperar y crear espacios de ocio porque, como están las ciudades de este país y sus calles, también hay jóvenes que no se pueden divertir. Juventud en la precariedad, eso es lo que enfrenta esta generación de muchachos. Y si así es su juventud, no quiero imaginarme su vida adulta ni su vejez, si es que la tienen.

Y si la desigualdad sigue como va, no hay duda de que esos ni-nis por voluntad que hoy se pasean por Trieste llevarán las riendas de este país que a la vez que no le da oportunidad al futuro de las grandes mayorías, le da muchas a unos cuantos. Ese es el problema, señores, no la estadística ni el nombre de sus números.