viernes, 17 de septiembre de 2010

Los ni-nis y otros habitantes de la precariedad

Luis Muñoz Oliveira
munozoliveira@gmail.com

Mucho se ha dicho de los jóvenes que ni estudian ni trabajan, los ni-nis. Hablaron de ellos José Narro, rector de la UNAM; también Alonso Lujambio, secretario de Educación Publica y, sin duda, la directora del Instituto Mexicano de la Juventud (Imjuve), Priscila Vera. Discutieron cuántos son en realidad, si más de siete millones o menos de 300 mil. Y también las razones de esta inmensa diferencia: según la directora del Imjuve, los datos están inflados por todas las muchachas que hacen trabajos domésticos que en realidad no son ni-nis porque trabajan en casa. Y el rector responde bien: en lugar de intentar la corrección de la manera como se obtiene la cifra estadística, deberíamos corregir la realidad.

El problema no es precisar cuántos jóvenes ni estudian ni trabajan, sino más bien terminar con la falta de oportunidades. ¿A quién no le resulta evidente que si hay jóvenes ni-nis es porque no consiguen ni trabajo ni educación? Claro que habrá ni-nis por voluntad, los que podemos llamar ni-nis bien, que son esos jóvenes que ni estudian ni trabajan porque están viajando, digamos, por Europa, pensando sobre su futuro, qué se yo, gozando del ocio que sus padres les permiten tener, en esas condiciones perfectamente se puede ser un ni-ni feliz. Pero esos jóvenes son los menos, una minoría. Irrelevante.

Es claro que el problema no está en ser ni-ni, más bien está en no poder sino serlo, en la precariedad de la vida, en los ni-nis que también fueron niños sin educación ni empleo, los mini ni-nis y en los jóvenes si-sis que, digamos, son los que sí estudian y sí trabajan, obligados por la falta de recursos. El asunto está en la desigualdad. Bien podemos preguntarnos cuántos jóvenes tienen un padre desempleado, una madre alcohólica, un hermano en Estados Unidos, una hermana que sufre maltratos, un viejo abuelo diabético al que han de cuidar. Y cuántos trabajan y no estudian, por un salario miserable, y cuántos usan drogas o asaltan o sufren profundamente la desesperanza y se suicidan. Todos esos jóvenes, ¿qué son? ¿Ni-nis, si-sis, no-sis? Son personas que no encuentran un camino digno para realizarse y, claro, algunos se convierten en soldados de la guerra del narcotráfico, otros en vulgares asaltantes, otros engrosan el público cautivo de la televisión para ignorantes, otros el capital político de políticos embaucadores. Todos, eso sí, carentes de un futuro claro, a la deriva, injustamente obligados a vivir marginados, partidos, desencajados.

Es de todas las urgencias atender el problema de la juventud —y, por ello, también el de los ni-nis—: abrir espacios para que reciban educación y también fuentes de empleo para que ejerzan su profesión, pues también existen los pro-nos, jóvenes profesionistas que no pueden trabajar en la disciplina que estudiaron. Y también necesitamos recuperar y crear espacios de ocio porque, como están las ciudades de este país y sus calles, también hay jóvenes que no se pueden divertir. Juventud en la precariedad, eso es lo que enfrenta esta generación de muchachos. Y si así es su juventud, no quiero imaginarme su vida adulta ni su vejez, si es que la tienen.

Y si la desigualdad sigue como va, no hay duda de que esos ni-nis por voluntad que hoy se pasean por Trieste llevarán las riendas de este país que a la vez que no le da oportunidad al futuro de las grandes mayorías, le da muchas a unos cuantos. Ese es el problema, señores, no la estadística ni el nombre de sus números.

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