martes, 28 de septiembre de 2010

Una UNAM libre

Guillermo Sheridan
El Universal/28 de septiembre de 2010

Cuando acompaña a comer a funcionarios a “La Cava”, la UNAM es una dama pomadosa. Cuando milita junto a los activistas justicieros se convierte en una Madre Coraje con boina. Es la Amante Curvilinea del acadestrativo mediocre y perpetuo que mete a la nómina a toda su familia. Es una Compañera Rojinegra que apoya las “luchas sociales” de su sindicato. Es la Musa de la Diamantina que los cursis convierten en “la conciencia y el corazón de México”. Es la Edecán mañosa que conoce las puertas para ingresar al Poder. Es la Tarta de Limón que tararea desafinadamente Carmina Burana…

La UNAM es una multitud de personajes cuyos usuarios le ponen el traje que más les conviene. Pero entre ese baile de disfraces está la verdadera: una sabia cubierta de tiza y tinta, aromada de laboratorio, modesta y callada, que practica su vocación sin utilitarismos interesados.

La UNAM necesitaría liberarse de sus usuarios no académicos, “despolitizarse” y “academizarse”, como propuso famosamente el rector José Sarukhán en 1988. No, dicen los usuarios, al contrario: hay que politizarla más. (Apenas ayer, Víctor Flores Olea, ideólogo obradorista, festejó el centenario de la UNAM diciendo que “el rechazo del orden existente… es hoy la función más respetable de la Universidad, la única posible”.) La UNAM debería lograr que incumplir sus objetivos generales suponga el éxito de proyectos privados. Estos usos y proyectos políticos parece superior a la voluntad de la UNAM por ser ella misma sujeto de su propia inteligencia. Cautiva de sus usuarios políticos, la UNAM es a tal grado autónoma que le está vedado reformar temas externamente urgentes y postergados.

La autonomía no es sólo la autoridad que posee la UNAM para darse sus propios reglamentos, sino la obligación que tiene de evaluar su realidad, optimizar sus recursos y sus responsabilidades. Pero a la vez carece de reglamentos contra el voluntarismo de sus usuarios. Es decir: tiene la autonomía para modificarse, mas no la suficiencia política para instrumentar sus modificaciones. Su libertad está comprometida. Y si a pesar de esta servidumbre puede producir inteligencia, investigación, graduados, ya se puede pensar en lo que podría hacer con el usufructo cabal de su libertad.

La eficiencia de la UNAM debería considerarse prioridad nacional. Los trabajadores, alumnos y funcionarios no pueden contravenir las obligaciones que le patrocina el pueblo. Los académicos tenemos que hacer valer nuestra superioridad moral y nuestra dignidad sobre cualquier otra instancia universitaria y sobre cualquier poder que no sea el del saber meritorio.

Pero no hay manera de optimizar el desinterés individual -y, por tanto, la función social de la UNAM- si no es colocando a la academia sobre cualquier otro poder, en especial el poder que sustituye la responsabilidad y la racionalidad académicas por los usos políticos. Esto es, desde luego, impensable. En aquel mismo discurso de 1988 dijo el rector Sarukhán que era esencial “una universidad donde el académico sea el personaje central”. Es triste que en la universidad que hoy festejamos, esto, tan obvio, no sea del todo así.

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