lunes, 31 de mayo de 2010

Narcoviolencia y medios de comunicación

José Antonio Crespo
Excélsior/31 de mayo de 2010


Congratulaciones a los ganadores del Premio Nacional de Periodismo 2009.

Tienen buena parte de razón quienes señalan que hay una brecha no pequeña entre la violencia derivada del narcotráfico, y la percepción que sobre ella nos hemos hecho, dentro y fuera de México. De ello se queja también Felipe Calderón. Si se dividen los 23 mil muertos en estos tres años entre la población —argumentan—, las probabilidades de que algo nos ocurra a los ciudadanos de a pie, que no somos sicarios ni policías ni militares, son realmente bajas. Pero la gente cree que son mucho más elevadas. Más en el caso de los extranjeros, que muchos optan por ir de turismo a otros países, a playas más seguras, donde no se topen con un fuego cruzado o con colgados en un puente. Dicha desproporción es habitual. Cuando nos enteramos de un incendio o temblor en algún país, al ver las imágenes (normalmente las más impresionantes) nos preguntamos si alguien quedó vivo (cuando seguramente sólo hubo un pequeño porcentaje de bajas que lamentar). Pero en alguna medida la deformación de los hechos se puede corregir, equilibrar, si hay la disposición para ello.

Dicen quienes así piensan que cada asesinato reportado, al pasar los días, tiene un efecto multiplicador en la imagen que de eso queda, mayor que la mera suma aritmética. Y recuerdan que el nivel de homicidios registrados ha disminuido en México con los años y que el promedio es mucho menor que en varios países y ciudades, incluso del Primer Mundo. Con todo, pueden hacerse algunos matices:

A) Muchos ciudadanos reportan en blogs y redes sociales sucesos de violencia en sus comunidades no recogidos por los medios, por lo cual, según Mitofsky, cerca de 60% de ciudadanos considera que los medios ocultan parte de esa violencia, en lugar de exhibirla debida y puntualmente.

B) Los crímenes vinculados al narcotráfico son causa, parte y consecuencia de una política pública decidida por el gobierno, por lo cual el seguimiento puntual es una forma de evaluar cómo va dicha estrategia, si se traduce en una disminución de la violencia —uno de sus objetivos anunciados— o si, al contrario, provoca más violencia.

C) La atención que reclama la narcoviolencia, en la opinión pública y los medios, obedece también a su alto impacto, frente a lo que conocíamos antes: hubo una primera vez que aparecieron cabezas cercenadas; una primera vez que se lanzaron granadas en una ceremonia del Grito; una primera vez que ejecutaron a la familia de un marino; una primera vez que acribillan a jóvenes inocentes en una fiesta; una primera vez que matan a dos estudiantes del Tec en Monterrey; una primera vez que se ataca a personal consular estadunidense. Es una escalada de narcoviolencia que no habíamos conocido antes así que no pueden pasar desapercibidos esos hechos.

D) Lo que debe preocupar es cuando haya 20 ejecutados en algún punto del país, y ya no sea motivo de alarma ni consternación, pues significará que ya nos habremos acostumbrado a la violencia y la veremos como normal. Lo cual no significará que la imagen en el extranjero haya mejorado. La noticia sería, en otros países: “las ejecuciones masivas y diarias ya no son noticia en México; los ciudadanos se han acostumbrado”.

E) Fue el gobierno de Calderón el que puso bajo los reflectores lo que sería el eje de su administración, apenas llegó al poder. Él habla constantemente del tema, él lo vincula a todo otro asunto colateral (como en las fiestas cívicas y conmemoraciones históricas), él solicita a los medios que divulguen sus logros, lo que implica también que se divulguen los tropiezos (crímenes, levantones, ataques, daños colaterales). Y es que su estrategia le fue políticamente rentable los primeros años, pero cada vez más se le revierte, como era previsible que ocurriría. Ahora teme que el creciente desprestigio de su estrategia llevará a que el próximo gobierno la cambie por otra y pase la suya a la historia como un grave error, si no es que también como una política altamente irresponsable.

F) No debe confundirse la “autocensura” de los medios —que sin duda a veces la hay, por causas de fuerza mayor— con una línea editorial, que es parte de la libertad de expresión, lo contrario a la censura. Cada medio debe hacerse responsable de su política editorial, y asumir las consecuencias.

Ante todo ello, analistas como Héctor Aguilar Camín proponen una reflexión colectiva de los medios para diseñar una estrategia común de cómo abordar el fenómeno, a partir de un criterio socialmente racional y un interés común de los propios medios. No estaría por demás intentarlo.

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