martes, 23 de marzo de 2010

Silva Herzog, Reyes Heroles

Miguel Ángel Granados Chapa
Proceso.com.mx/22 de marzo de 2010

Hace 25 años, en el mes de marzo de 1985, con apenas una semana de diferencia, murieron dos mexicanos de talla excepcional, don Jesús Silva Herzog, finado el día 13, y don Jesús Reyes Heroles el 19 siguiente. El primero era 30 años mayor que el segundo pero en más de un sentido fueron coetáneos. Los dos dedicaron su vida al servicio público, a la investigación y a la docencia. Exigentes consigo mismos, desempeñaron sus responsabilidades en niveles.

Silva Herzog fundó y dirigió la Escuela Nacional de Economía, fue subsecretario de Educación y de Hacienda, ministro ante la Unión Soviética: gerente de Petróleos Mexicanos, recién establecida la empresa tras la expropiación. Su estudio sobre la situación económica de las empresas petroleras fue base para el laudo emitido por la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje y confirmado por la Suprema Corte de Justicia cuyo desacato dio lugar a la expropiación de sus bienes y la nacionalización de la industria de los hidrocarburos. Miembro de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua, fundó en 1941 la revista bimestral Cuadernos Americanos, donde Jesús Reyes Heroles, joven abogado recién vuelto de Argentina, país en el que hizo estudios de posgrado, publicó algunos de sus primeros ensayos.

Con ese motivo se estableció una relación entre ese muchacho de 25 años y el viejo profesor que rebasaba ya el medio siglo. Reyes Heroles sobresaldría en el medio intelectual, entre otras razones por su formidable investigación sobre El liberalismo mexicano y su no menos magnífica edición de las Obras de Mariano Otero. Pero sería mayor su valimiento político, como empresario de Estado, como funcionario de alto nivel, como renovador de las ideas de su partido, al que encabezó. Subdirector y director del IMSS, director general de Pemex, director del Complejo Industrial Sahagún, presidente del PRI, secretario de Gobernación y de Educación, donde quiera dejó una huella imborrable.

No hago ahora una mera recordación de los dos Chuchos notables –así los llamaban sus allegados–. Los tengo presentes por la perennidad de su pensamiento y de su acción en los días de hoy, en apariencia tan lejanos del ayer en que ellos enriquecieron a México.

Los veo juntos, por ejemplo, en un gastado ejemplar de Cuadernos Americanos, el número tres de su vigésimo noveno año, correspondiente a mayo-junio de 1970. El director de la revista publica allí un ensayo sobre “Lo positivo y lo negativo en el Porfirismo”. En sus palabras finales enumera la alianza del gobierno del general Díaz con los sectores sociales que le permitieron larga vida, tal como hoy aseguran la de la actual administración, que por fortuna no está llamada a perdurar:

“El porfirismo tuvo… apoyo y sustentación en la gran burguesía nacional y extranjera, en los grandes terratenientes, en la mayoría de los profesionistas con éxito y de los intelectuales que de alguna manera vivían del gobierno: novelistas, poetas, historiadores, periodistas, etcétera. Debe mencionarse también al clero, en particular al alto clero, merced a la política de conciliación y al abandono en buena medida de algunas de las leyes de Reforma; y sobre todo a un ejército leal y disciplinado al mando de generales viejos y de jefes y oficiales jóvenes adiestrados en el Colegio Militar y aun en el extranjero.”

Ese número de Cuadernos Americanos se abre con un texto de Reyes Heroles, “México y su petróleo”. Hubiera podido ser un ensayo de ese economista improvisado (sólo en el sentido de que no hizo estudios formales en ese campo) que fue el abogado tuxpeño. En realidad es un discurso, el último que pronunció Reyes Heroles como director de Pemex. En la apostilla que explica el carácter de esas palabras, el editor se ufana de que “hoy Petróleos Mexicanos es la mayor empresa editorial de la América Latina y se encuentra en pleno desarrollo”.

El discurso de Reyes Heroles tuvo en esa oportunidad una singular relevancia política porque anunció “la rescisión de todos los contratos-riesgo que se firmaron con compañías extranjeras y que abarcaron una superficie de 3,858 kilómetros cuadrados”.

El historiador que era (durante su estancia en la dirección de Pemex había sido elegido miembro de la Academia Mexicana de la Historia) dio cuenta de los orígenes de tales contratos; y el político que fue expuso los términos del cálculo en que se basó la decisión que, también como político, atribuyó al presidente de la República:

“Entre 1949 y 1961, Petróleos Mexicanos suscribió cinco contratos riesgo con empresas petroleras privadas, que establecían un periodo para la exploración y perforación de pozos y señalaban como remuneración, por parte de Petróleos Mexicanos, el reembolso total, sin plazo de vencimiento, de los gastos e inversiones por trabajos ejecutados, con el valor del 50% de los hidrocarburos producidos por los pozos perforados, y una compensación que iba del 15 al 18.25% del valor de la producción, por un periodo de 25 años.

“El presidente Díaz Ordaz ordenó la no renovación o prórroga de estos contratos, y que se acatara la reforma constitucional que prohíbe su celebración y preceptúa su insubsistencia. Tres posibilidades se planteaban para cumplir con esas instrucciones: 1) Que incurriera Petróleos Mexicanos en incumplimiento para que fueran las empresas extranjeras las que demandaran; 2) Promover judicialmente la nulidad de estos contratos, sosteniendo que la existencia de un interés público, consignado en el artículo 27 constitucional, estaba por encima del principio de no retroactividad establecido en el artículo 14 constitucional; 3) Buscar y negociar la rescisión voluntaria de los contratos. Se escogió este último camino en virtud de que el primero está vedado por la seriedad de México y Petróleos Mexicanos y a la larga en sí, en la cuestión, las posibilidades de una resolución favorable eran sumamente escasas. En cuanto al segundo, ni en casos extremos México se ha negado a reconocer derechos: ha discutido los montos de éstos y los términos para cubrirlos y, concretamente, Petróleos Mexicanos tiene la experiencia de que en situaciones similares o análogas, cuando se ha escogido el camino judicial no sólo se han originado enojosos conflictos, sino que se ha retrasado alcanzar los objetivos que se buscaban y, a la postre, se han pagado cantidades mayores a las adecuadas y razonables. Se optó por negociar la terminación voluntaria de los contratos. Las negociaciones se iniciaron el 12 de diciembre de 1964.”

O sea que apenas llegado a la dirección del organismo petrolero nacional Reyes se planteó esa operación. Entre junio de 1969 y febrero de 1970 los contratos fueron rescindidos: “En todos los casos se cubrieron cantidades menores de lo que a valor actual correspondería a esas empresas, de acuerdo con los porcentajes que deberían entregárseles y el plazo de vencimiento de los contratos que iba de marzo de 1974 a marzo de 1976… Sin necesidad de ofrecer participaciones o derechos sobre el valor de la producción del subsuelo mexicano, con recursos propios y financiamientos normales, proseguirá de hoy en adelante el desarrollo y progreso de la industria petrolera”.

Reyes Heroles se equivocó en su pronóstico. Hoy, a un cuarto de siglo de su muerte, a 40 años de sus palabras, a 72 de la expropiación, se recorre puntualmente el camino inverso. Y, por consecuencia, se llegará a una meta distinta de la establecida entonces.

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