jueves, 8 de enero de 2009

Edutopía

Carlos Ornelas
Excélsior/7 de enero de 2009

Al comenzar el año siempre surgen los buenos deseos. Sin embargo, de todas partes nos caen malos presagios. ¡Será un año negro! ¡Habrá depresión! ¡La crisis económica conducirá a crisis políticas! Y otros pronósticos del mismo calibre. ¡Caramba! Y pensar que mi primer artículo de 2008 presenté una visión lánguida sobre la educación nacional. Hoy quiero dar vuelta a la página, me encanta contradecir, parecer herético. La verdad, espero que este año nuevo no sea tan oscuro como lo pintan muchos. Voy a imaginar que en 2009 empieza la construcción de un nuevo edificio educativo de México. Voy a proponer las aristas principales de lo que denominaré mi edutopía.
Esa palabra de inmediato evoca a la voz utopía, con toda la gama de significados que se le quieran dar. Voy a utilizar la versión fiel de Utopía, la novela social escrita por Tomás Moro, que es una isla ficticia, con su religión y costumbres propias. Moro introduce el concepto de una sociedad perfecta, donde todos comparten ideas y creencias en armonía completa. Este libro clásico, escrito en 1516 bajo la influencia de La República de Platón, se convirtió en un manifiesto antiautoritario y la palabra, utopía, sirvió para calificar todo proyecto innovador o de cambio social, pero irrealizable. Alguna vez describí la política educativa de José Vasconcelos como utópica, porque era de avanzada, por pregonar la formación de ciudadanos libres, cultos, y preparados para vivir en la democracia, pero en un país de caudillos.
Tomo prestada la voz edutopía de varios autores que la utilizan para hacer la crítica de las propuestas de la UNESCO, en especial de las metas del milenio, pero la uso de manera distinta, en un sentido afirmativo, como un proyecto de educación para una sociedad democrática y justa, donde las personas disfruten de las libertades básicas y el derecho positivo no sea letra muerta. El desafío intelectual es ligar concepciones provenientes de distintas visiones teóricas en un conjunto coherente. La idea de educación en sociedades democráticas, o la educación democrática, como la definió John Dewey, engloba los principios de justicia, libertad y diversidad, concebidos también, junto con la educación, como derechos fundamentales de todos los seres humanos. Para Dewey, la asociación principal de la democracia es con la libertad y la justicia, no en abstracto sino con la justicia social, y su sustento es una masa de ciudadanos educados para ser hombres —y mujeres— libres. Esas serían las bases conceptuales de esta edutopía.
En las últimas décadas del siglo XX, John Rawls destacó por sus afanes de construir una teoría de la justicia, que fuera homogénea, abarcadora y consecuente con la democracia. A pesar de la densidad y complejidad de sus textos, sus ideas calaron fuerte en los debates académicos y tuvieron consecuencias en ciertas definiciones de política educativa, aunque no tantas como las de Dewey, pero puso el concepto de justicia en el centro de atención.
En Rawls rara vez aparece la noción de clase o segmento sociales; esa puede ser una falla en su teoría. Las sociedades diversas no son homogéneas, hay profundas diferencias en raza, riqueza, prestigio y en casi cualquier atributo social imaginable. Si bien la caída del socialismo real contribuyó a la degradación de las teorías marxistas, al menos en círculos académicos, la doctrina marxista sobrevive y puede proporcionar elementos para juzgar las desigualdades sociales y educativas e incluso, a partir de la crítica, aportar ideas para la edutopía.
La persuasión, junto con otras cualidades, es parte de la simiente de los sistemas democráticos, es un atributo contractualista (del contrato social). La premisa, expuesta en términos sencillos, es que una vez que los ciudadanos acuerdan ceder parte de sus derechos y libertades a cambio de vivir en sociedad, el Estado adquiere precedencia sobre los individuos: el uso legítimo de la coerción, por ejemplo. Mas también el establecimiento de leyes y normas de comportamiento que los individuos deben obedecer (el Estado de derecho). Este es un concepto distinto de obediencia, los ciudadanos no se someten a otros individuos, sino a reglas e instituciones abstractas.
Una de las deficiencias de la democracia reside en que el Estado no puede constreñir a todos a que cumplan las reglas de la misma democracia. Es aquí donde interviene la educación o, con mayor precisión, el sistema escolar. La función ciudadana de la educación, según John Dewey, es que la escuela debe “convencer” a los educandos que para vivir en sociedad hay que seguir las reglas de la democracia. Los individuos deben guardar fidelidad a la humanidad y a las leyes, no a un Estado en particular. Es una visión cosmopolita, una perspectiva edutópica.
Para comenzar a forjar esta edutopía, el sistema educativo requiere una masa de maestros educada, democrática y libre. Mas pienso en este gobierno y en el SNTE y en seguida me invade el desánimo, se agota la herejía.
Carlos.Ornelas10@gmail.com

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