jueves, 11 de diciembre de 2008

Percepciones: confianza y satisfacción

Alejandro Canales*

La encuesta más reciente sobre el nivel de confianza que tienen los ciudadanos mexicanos en sus instituciones, medición realizada por Consulta Mitofsky y difundida en octubre pasado, mostró que las universidades, junto con la Iglesia, estaban a la cabeza de la lista y en el extremo opuesto estaban los diputados y los partidos políticos.
Desde 2005, año en el que por primera vez la casa encuestadora incorporó a las universidades en su ejercicio de preguntar “¿qué tanto confía en…?”, las instituciones educativas han aparecido sistemáticamente en las primeras posiciones. Igualmente, las instituciones políticas como los partidos, los sindicatos o los legisladores siguen ocupando las últimas posiciones en los niveles de confianza.
Es decir, aunque se trata de datos subjetivos, dado que ese tipo encuestas miden la percepción de la población entrevistada y los resultados son válidos para ese momento (son una fotografía instantánea), los resultados se sostienen y muestran que la población mexicana confía consistentemente en las universidades.
Los datos de las encuestas, principalmente en el terreno político y comercial, han sido una importante fuente de información para el análisis, la toma de decisiones y orientación de la opinión pública. Pero, es posible que cada vez lo sea más en otros ámbitos y particularmente en el educativo. El asunto no se refiere solamente a los controvertidos y multicitados rankings, uno de cuyos componentes es la opinión de empleadores o expertos.
Hace unas semanas, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) dio a conocer un amplio estudio sobre niveles de satisfacción en diferentes áreas en América Latina (“Calidad de vida más allá de los hechos”). El punto es que, contrario a la mayoría de estudios académicos sobre calidad, toma como base de información las percepciones de la población.
El estudio destaca que a pesar de que los indicadores objetivos de calidad de vida son insustituibles, las percepciones que tiene la misma población al respecto son esenciales para el proceso de decisión y la puesta en marcha de las políticas públicas. Ejemplifica: “Si los padres de familia consideran que el sistema escolar funciona bien, ¿qué tanta presión pueden ejercer para que mejoren los métodos de enseñanza?". Por tanto, añade, dado que las percepciones no se pueden inferir por la observación externa, habrá que indagarlas a través de encuestas de opinión, a pesar de las limitaciones y problemas que presenta esa fuente de información.
La base de información del estudio del BID es una encuesta sobre calidad de vida que aplica periódicamente Gallup en el ámbito mundial desde 2006 y en la que están considerados 130 países. En la correspondiente a 2007, el BID solicitó que se incluyeran algunas preguntas más para los 20 países de América Latina, particularmente sobre percepciones y condiciones de acceso a servicios de salud y educación, también sobre calidad de los empleos, las pensiones, la seguridad, etcétera.
En general, el capítulo dedicado al tema educativo, como el resto de temas y el libro en su totalidad, destaca la discordancia que existe entre las mediciones objetivas de la calidad y las percepciones que tiene la población al respecto.
Por ejemplo, señala que de acuerdo con las pruebas internacionales de medición del aprendizaje, como las del Programa Internacional de Evaluación Estudiantil (PISA), las del Estudio Internacional de las Tendencias en Matemáticas y Ciencias (TIMSS) o las del Estudio Internacional de Progreso en Comprensión Lectora (PIRLS), nadie en la región latinoamericana obtiene resultados satisfactorios si se compara con la OCDE; más grave que ni siquiera respecto de los países asiáticos emergentes. Y, sin embargo, la opinión pública considera que la calidad educativa en sus respectivas naciones es positiva.
Según los datos que presenta, la mayoría de países, México entre ellos, están muy por encima del nivel de satisfacción que cabría esperar en función de los resultados que han obtenido en las pruebas internacionales; Brasil y Chile ligeramente por abajo del nivel esperable, y solamente Argentina presenta niveles significativamente más bajos. En general, dice el reporte, los latinoamericanos tienen una percepción más favorable de sus sistemas educativos (10 puntos más satisfechos) que los habitantes de otras regiones del mundo.
El estudio enfatiza la paradoja —“paradoja de las aspiraciones”, la llama— de que países de la región con menores niveles de cobertura e inferior calidad, en comparación con Chile, consideran que cuentan con muy buena educación.
Las razones que pudieran explicar la paradoja son muy variadas, desde la relativa efectividad por la ampliación de los sistemas educativos, la orientación de las políticas gubernamentales por grupos sociales, las asimetrías de información según estatus socioeconómico y nivel de escolaridad, o por las diferencias de expectativas sobre la actuación gubernamental, por ejemplo. Pero, sin duda, habrá que indagarlas.
* UNAM-IISUE/SES.

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