jueves, 29 de abril de 2010

Incriminación visual

Jorge F. Hernández
Milenio/29 de abril de 2010

Estuve a punto de titular estos párrafos Arizonazis, título obvio y arriesgado que terminaría por banalizar mi intención. Comparar cualquier asomo autoritario y racista con el ominoso nacional-socialismo que azotó al mundo en un pasado que, por obligación, no debemos sepultar en la amnesia de una memoria remota es arriesgado y no del todo justo. Sin embargo, para mal de los tiempos y sus circunstancias, no faltan instancias para asociar casi instintivamente con tácticas de la Gestapo nazi los abusos y atropellos que algunos necios del mundo, en infinita estulticia, signan y promueven —ésos sí— sin el menor rubor o consideración, al verificar que sus proclamas hieden a racismo viejo y trasnochado.

Dicho lo anterior, aclaro que la intención de estos párrafos es reprobar el descaro xenófobo y el confianzudo racismo irracional de la gobernadora del estado norteamericano de Arizona, y los legisladores que han aprobado la llamada Ley Arizona. Pendiente de entrar en vigor, esa ley SB 1070 ha logrado insuflar instantáneas reacciones en su contra: el presidente Obama expresó su preocupación e interés por definirla como denigrante y abusadora de los derechos humanos, nutridos grupos de migrantes a lo largo y ancho de los Estados Unidos se han manifestado dispuestos a boicotear la economía del estado e incluso Phil Gordon, alcalde de Phoenix, la demandará a título personal, y en tribunales, por su inconstitucionalidad.

Se me ocurre pensar que ni la señora gobernadora ni los sesudos legisladores ario-caucásicos-wasp’s ponderaron de veras una ley que tendría facultades de incriminar visualmente a cualquier latino, mexicano o moreno en general, con el pretexto convencido de que podría tratarse de un migrante sin pasaporte ni salvoconducto. Una inmensa porción de la flota policiaca con la que cuenta el estado de Arizona para imponer el peso de sus leyes está compuesto por hombres y mujeres con innegables rasgos (por no decir nombres y apellidos) netamente hispanos; se vivirán entonces ridículas situaciones en las que policías en activo —ávidos de cumplir debidamente sus rondinas o razzias por cuotas— estarían interrogando o incluso esposando a compañeros de la ley y el orden, con sólo verlos de licencia, vestidos de civil, bebiendo cervezas Corona cuando no están de servicio. La otra ramificación sería tener que recurrir a la imposición de alguna insignia que denote claramente quiénes son los hispanos “legales”, algo así como pedir o imponer por televisión y en periódicos que todo ciudadano que parezca mexicano lleve una banda amarilla o azul, amarrada en el antebrazo, con una insignia que podría ser una estrella (formada por nopales cruzados o frijoles negros entrecruzados) que sea visible a una distancia prudente. Con esto, los legisladores arios y la gobernadora inconsciente tendrían que publicar un decreto detallado que defina exactamente cuáles son los rasgos (pelo negro, bigotes ralos, tamaños de caderas femeninas, tipo de pómulos o quién sabe cuánta imbecilidad anatómica) para definir con precisión la filiación visual de los posibles incriminados.

En una de las muchas escenas memorables de la serie de películas Lethal Weapon (en español: Arma letal), el genial actor Joe Pesci aparece con cierta preocupación en el consulado de Sudáfrica en Los Ángeles. Afuera del edificio hay una fila interminable de protestas contra el nefando régimen del apartheid racista que dominaba a Sudáfrica en aquel entonces. Pesci plantea ante un funcionario consular su preocupación: le dice que tiene un amigo que tiene toda la intención de mudarse a Sudáfrica, pero que a su parecer y por la situación álgida, es de la opinión que hay que disuadirlo. El funcionario consular le da palabras de consuelo, advirtiéndole que toda la alharaca pasará en no más de una semana, que su país es una tierra de promesas, con economía boyante y no pocas posibilidades de progreso y felicidad. Sin embargo, Pesci le insiste en la necesidad de disuadir a su amigo y le dice que está allí mismo, en el edificio. Para azoro del funcionario, aparece detrás de un pilar Danny Glover, el héroe negro de la pareja policiaca que formó con Mel Gibson en esas películas… El burócrata, boquiabierto, termina por decirle que definitivamente no puede irse a vivir a Sudáfrica, “porque es usted negro”, y para sellar la broma, como debe de ser, Glover —apoyado por Pesci— lanza una digna perorata de que precisamente porque es negro quiere emigrar a Sudáfrica, para unirse a la causa de sus hermanos oprimidos y luchar contra el gobierno racista y fascista del apartheid.

Al inaugurarse la ya próxima celebración de la Copa del Mundo de Futbol en Johannesburgo, no pocos espectadores —sobre todo la generación más joven— quizá no consideren que ese hombre llamado Nelson Mandela pasó la mayor parte de su vida adulta encarcelado, en ese mismo país que fue paraíso de la xenofobia y el racismo. Menos aún, pues es obvio que los zares de la publicidad han exagerado los comerciales futboleros con escenas de nuestros locutores de Televisa en felices safaris, bailando en fila india, en medio de la sabana de animales salvajes, Hakuna-Matata y demás lugares comunes, sin subrayar el verdadero milagro sudafricano: tanto Mandela como Frederick Willem de Klerk (último jefe de Estado de la Sudáfrica racista), el mismo que liberó de la cárcel al propio Mandela y promovió la abolición del apartheid, recibieron a cuatro manos el Premio Príncipe de Asturias en 1992 y, al año siguiente, el Premio Nobel de la Paz, juntos y sin tambores caníbales, brujos emplumados o el león que duerme esta noche y demás clichés con los que ahora se publicita el futbol y todas sus mercadotecnias… ¿será de veras que la rubia (aparentemente pintada) gobernadora Jan Brewer, lleve a su Arizona hacia una aséptica utopía donde quedará prohibido el mariachi y el chile verde; un paraíso blanco, protestante y anglosajón, donde las meseras y lavaplatos sean sólo rubios y los jardineros, irlandeses pelirrojos? ¿De verás será capaz de prohibir las Coronas la gobernadora Brewer (cervecera de apellido), desaparecer los nachos y el Taco Bell (que tanto le gusta a Barack Obama)? Prometo viajar pronto a Arizona; no necesito vestirme de china poblana ni clonarme en Jorge Negrete para volverme sospechoso… dejaré el pasaporte en el hotel y a ver qué pasa.

jfhdz@yahoo.com

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