Armando Alcántara Santuario*
Antonio Magalhaes y Antonio Amaral, investigadores de la Universidad de Porto, en Portugal, analizan en un artículo reciente (Mapping Out Discurses on Higher Education Governance) la transformación de la educación superior en el Viejo Continente. Señalan que gran parte de este cambio se halla vinculado al papel variable del conocimiento en las actuales sociedades y la economía. Afirman que lo relevante en dicha transformación no es tanto el conocimiento y la información en sí mismos, sino más bien la aplicación de los dos en la generación de nuevos conocimientos, el procesamiento de la información y los instrumentos de comunicación en un proceso de retroalimentación acumulada entre la innovación y los usos de ésta.
Subrayan los autores que estas apreciaciones sobre el papel del conocimiento en las sociedades avanzadas dieron lugar a nuevos enfoques políticos que han reposicionado la educación superior en el marco de diversas estrategias políticas en los niveles regional, nacional y supranacional. Dichos enfoques han provocado cambios no sólo en las prioridades estratégicas de las universidades, sino también en sus formas de gobierno y su organización institucional.
En lugares como Reino Unido, por ejemplo, la sustitución del gobierno colegiado por conceptos, estructuras y métodos ha permitido a las instituciones de educación superior (IES) actuar en forma más colectiva y estratégica, y la participación en el mercado puede constituir una mejora o una disminución de la capacidad institucional para decidir sobre el perfil del trabajo académico que realizan.
Puede suceder que algunas universidades encuentren más fuentes para diversificar el apoyo a sus proyectos de investigación y sus programas educacionales, reduciendo el control del Estado sobre ellas. O, por el contrario, competir en el mercado puede transformar los criterios en la toma de decisiones de lo académico a lo financiero, y que sus opciones sean voluntarias, pero sólo puedan elegir aquellas que distorsionen su identidad epistémica.
La Agenda 2000 de Lisboa refleja, según Magalhaes y Amaral, la perspectiva antes mencionada, al asumir el propósito de transformar Europa en la región más competitiva y socialmente armoniosa del mundo. Existen numerosos documentos que hacen referencia a la creciente importancia del conocimiento y las ventajas de la mayor competitividad que su manejo, aparentemente, traerá a las naciones. Al asumir que la Unión Europea (UE) precisa incrementar la producción, transmisión y diseminación de nuevos conocimientos, se admite que esto sólo puede apoyarse en la excelencia de las universidades.
El imperativo anterior dirigido a las instituciones universitarias conduce a y es conducida por la creación del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), derivado a su vez del proceso de Bolonia, instrumento que guía la transformación de este nivel educativo en dicha región. Entre los instrumentos de política que promueven el fortalecimiento del EEES está el Marco Europeo de Calificación (MEC), que ofrece diversos niveles de referencia para entender el aprendizaje, desde las competencias básicas hasta el doctorado. Se supone que no sólo facilitará la movilidad y el reconocimiento de estudios, sino que hará más comprensibles los diversos niveles y grados de estudio a los empleadores. Uno de los más recientes documentos del MEC, Towards a European Qualifications Framework for Lifelong Learning (Hacia un marco europeo de calificaciones para el aprendizaje a lo largo de la vida), subraya la expectativa de que los estudiantes adquirirán un conjunto diversificado de competencias, incluyendo las cognitivas, funcionales, personales y éticas.
Un primer cambio evidente, señalado por Magalhaes y Amaral, es el correspondiente a sustituir al conocimiento como el organizador del aprendizaje por las competencias, entendidas como la capacidad para movilizar conocimientos y actuar técnica y socialmente. Aunque el enfoque de competencias no es nuevo, sí lo es su centralidad al reconfigurar el papel del conocimiento, pasando de un proceso formativo a un instrumento de enseñanza-aprendizaje mediado por dichas competencias. El punto principal lo constituye ahora la capacidad movilizadora como el aspecto central de la educación. El proceso educativo a realizarse tiene como objetivo un producto: un “producto de aprendizaje”.
Las implicaciones de esta transformación se relacionan, entre otras, con una importante reconfiguración del papel educativo del conocimiento, en particular su función formativa. Los “estudiantes” son ahora simultáneamente partes interesadas, clientes de los servicios educativos y personas que evolucionan de la educación al mercado laboral. En suma, “aprendices”. Por su parte, el profesor está siendo reinventado como un “diseñador instruccional”. Ya no es más el “centro” del flujo y provisión de conocimientos, sino alguien responsable de crear las oportunidades de aprendizaje a los “aprendices”. Más aun, como académico renuncia a su posición para enjuiciar la calidad de los procesos de enseñanza-aprendizaje en favor de especialistas externos en esa materia. Dado que los “productos del aprendizaje” son lo que el aprendiz espera saber, entender o ser capaz de demostrar después de terminar su periodo de aprendizaje, estos resultados serán capturados en forma de indicadores, mientras la valoración del proceso educacional se mueve de adentro hacia fuera de las IES, a los llamados expertos en evaluación.
Finalmente, la aparición y desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación están relocalizando de modo creciente el aprendizaje en los ambientes virtuales. En este sentido, el llamado e-learning no significa la muerte del profesor, sino su reconfiguración como “monitor del aprendizaje”. Asimismo, los campus virtuales están introduciendo nuevas formas de vida académica cuyo impacto todavía no está muy claro.
* Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE), UNAM. Seminario de Educación Superior.
Tomado de: http://www.campusmilenio.com.mx/
No hay comentarios:
Publicar un comentario