La Crónica de Hoy/18 de marzo de 2009
Señalé en la primera parte de este artículo, que el Sistema Nacional de Investigadores conlleva riesgos y peligros que con frecuencia han sido advertidos y denunciados. Entre ellos destacaría el posible carácter compulsivo del trabajo, debido sobre todo a la exigencia de una productividad constante y creciente sometida al apremio de los tiempos. Productivismo, apremio, simulación, precipitación, competitividad extrema, vuelco desmedido hacia el interés propio, son algunos de los aspectos vulnerables del Sistema, que lo hacen susceptible ciertamente de cuestionamientos. La perentoriedad de los tiempos en especial ha sido objeto de crítica en la medida en que pueda contrariar el proceso mismo de la investigación, oponerse a la necesidad metodológica de prueba y error, de problematización y reflexión, y de todas aquellas limitaciones y dilaciones que son impuestas por el propio objeto de conocimiento.
Pero considero que en justicia, y por más que el Sistema pueda dar cabida a distorsiones, éstas son, en gran medida, propensiones que derivan de las condiciones generales en que se realiza la ciencia en un mundo globalizado, caracterizado por la aceleración extraordinaria de los conocimientos y de las innovaciones tecnológicas, por el propio ritmo en que se mueve la sociedad contemporánea, por sus urgencias, y todo aquello que afecta particularmente a las sociedades en desarrollo.
Los sesgos, por lo demás, y el quebranto al ethos de la ciencia, tienen que ser y de hecho es la excepción. Lo dominante y determinante es la autenticidad vocacional. Es ésta la que permite sobrepasar riesgos y amenazas; pues es la autenticidad y sólo ella, el móvil fundamental de la creación científica y humanística. Autenticidad que, en última instancia, es lo evaluado en el proceso del SNI, desde la candidatura y el nivel 1, hasta el emeritazgo. Pues en realidad son inseparables la autenticidad y la creatividad. La simulación cae por su propio peso y sin la actitud y dedicación auténticas no hay obra científica o humanística en sentido estricto.
Refiero ahora otro de los riesgos del SNI que lo es, sin embargo, de signo diferente, y es el riesgo de que el reconocimiento y estímulo sean otorgados a la investigación y a la generación de nuevos conocimientos y nuevas tecnologías, y no sea así en las actividades más específicas de enseñanza superior. Este riesgo puede propiciar un cierto desequilibrio entre las dos vertientes de la vida académica, cuando se desdeñen y desatiendan las tareas educativas, particularmente las de los estudios de licenciatura, centrales en la Educación Superior, y básicos a su vez, para la generación de futuros investigadores.
Pues, en efecto, la medida de la excelencia de la labor educativa lo es de su compromiso con tareas concretas como son, tanto la preparación de cursos continuamente actualizados y renovados, lo mismo en sus contenidos que en sus métodos disciplinarios, con los arduos quehaceres de corrección de exámenes, dirección de tesis, asesoría a alumnos, etc. Y son precisamente éstas, actividades prácticamente intangibles que se desarrollan en el diálogo con los estudiantes, que no se plasman en “productos”, que no redundan en artículos y libros, y que son por tanto difícilmente “objetivables” y difíciles de evaluar —aunque no imposible.
Su producción es formación. Se rigen por el paradigma socrático, siempre vigente, literalmente altruista, de ayudar al alumno a “dar a luz” su propio conocimiento, de promover el despertar de su conciencia crítica, científica, ética, social, estética, valorativa en general. Son actividades que producen, ciertamente, “desarrollo humano”. Significativamente, en dos artículos referidos al Sistema Nacional de Investigadores, Pablo Rudomín, destaca el hecho de que: “...La propuesta inicial consideró un sistema de investigación-educación superior integrados... concebía la investigación científica y la preparación de recursos humanos como actividades íntimamente relacionadas entre sí...” Y en otro pasaje escribe: “... Con el objeto de optimizar recursos, la preparación de (...) profesores investigadores debería hacerse... (dentro de) un ‘Sistema de educación superior e investigación científica’ —en este orden.
Existe ciertamente un vínculo intrínseco, una decisiva interacción, entre investigación y educación. Y es innegable, asimismo, que la mayoría de los miembros del SNI realizan –realizamos— ambas tareas. El investigador se nutre de su enseñanza y adquiere en ella proyección futura; y a la inversa, nutre su docencia en sus investigaciones. Y por su parte, esa preparación actualizada de cursos que realiza el profesor, sólo es tal porque conlleva, de un modo u otro, investigación, búsquedas propias; porque las tareas de una educación superior de verdadera excelencia son necesariamente, activas y creativas, aun cuando su creatividad no equivalga a publicaciones ni siquiera de libros de texto o de materiales didácticos. Podría hablarse así de investigación en sentido lato, general, que incluye el quehacer renovador y creativo de la enseñanza, que no se plasma necesariamente en productos objetivables; en contraste con la forma en que se concibe y realiza investigación en sentido estricto. El profesorado de alto nivel, que se incorpore al Sistema Nacional de Investigadores, está comprometido, con ambas modalidades de investigación, y con las dos formas de enseñanza: la formación de recursos humanos a nivel de posgrado y deseablemente, de licenciatura. Todo profesor-investigador como todo investigador-profesor, contribuye, por lo demás, a la realización de esa modalidad suprema de educación que es la ejemplaridad, misma que se alcanza a través de las obras o producciones originales, así como de la autenticidad de la entrega vocacional.
Lo ideal sería, en todo caso, abrir la cobertura del SNI de modo que incluya una justa valoración de esas tareas específicas de enseñanza; que amplíe y enriquezca el concepto de “investigación” para incluir en ella las actividades de renovación y “productividad” docente; que establezca los parámetros que permitan evaluar con la mayor objetividad posible, las tareas de una educación superior de alto nivel, cuyo producto principal es la impronta formativa, científica y humanística, e incluso moral, que recibe el estudiante.
Ninguna crisis, así puede justificar que se disminuya, ni un ápice, el apoyo a la investigación científica y humanística en México, a través del SNI y del Conacyt, en general, y menos prescindir de una verdadera política de ciencia y tecnología, por la que tanto viene luchando la comunidad científica. Sin ciencias aplicadas, como es obvio, y sin una efectiva investigación tecnológica, competitiva y efectiva, o sea, sin una tecnociencia autónoma y productiva, el país no puede avanzar ni podrá enfrentar los magnos retos que le impone la situación presente y futura, del presente y del porvenir.
Pero tampoco, aunque ya no sea tan obvio, el país tendrá una evolución cabal, sin el cultivo de las vocaciones libres en las que se cifran la astronomía, la física, la matemática, la biología, la filosofía, la historia, la teoría literaria, etc. También en este punto cito a Pablo Rudomín: “...Estamos tan abrumados por nuestra crisis económica inmediata que hemos perdido perspectiva, y nos hemos olvidado, una vez más, de lo necesario que es para el país el mantener un mínimo de inteligencia científica colectiva. La suficiente para no ser un país descerebrado”.
Considero así, que uno de los principales méritos del SNI, si no es que el principal de ellos, es su capacidad de dar respuesta a la complejidad de las áreas teóricas y prácticas del conocimiento. El SNI ha sabido dar respuesta a las áreas científicas, humanísticas y sociales, básicas y aplicadas. Como eméritos de estos últimos tres años, somos representantes de todas y cada una de las siete áreas.
Hagamos votos para que esta riqueza disciplinaria se mantenga y consolide cada vez más dentro de un Sistema Nacional de Investigadores, institución verdadera, auténtica e imprescindible ya en nuestro país, para el despliegue humano integral de las generaciones presentes y futuras, de mexicanos y mexicanas.
*Profesora emérita de la Universidad Nacional Autónoma de México e Investigadora Nacional Emérita del Sistema Nacional de Investigadores. Directora del Seminario de Ética y de Bioética de la UNAM. Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC).
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