El Universal/19 de marzo de 2009
La ilusión gubernamental de que la economía mexicana estaría “blindada” contra la recesión estadounidense se desvaneció definitivamente con los desplomes del PIB y del empleo observados en el cuarto trimestre de 2008.
Pero hay un nuevo ciclo de ilusión-desilusión en puerta, porque la visión según la cual México será una de las cinco economías más grandes del planeta se verá también desmentida si no introducimos cambios fundamentales en nuestra estrategia económica.
La razón es sencilla: la economía mexicana carece de motores internos para impulsar su propio crecimiento.
Para empezar, recordemos que nuestro país carece de una política monetaria orientada al crecimiento sostenido del producto nacional y del empleo (véase nuestra entrega del 5/III/09). Se trata de una excentricidad en el área del TLCAN, porque los bancos centrales de nuestros socios (Estados Unidos y Canadá) tienen como mandato no sólo cuidar la estabilidad de precios, sino también el crecimiento económico y el empleo, mientras que nuestra autoridad monetaria sólo tiene como mandato el control de la inflación.
En segundo lugar, recordemos también que México carece de una política fiscal orientada al crecimiento económico y el empleo, porque la única responsabilidad que la Ley Federal de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria asigna a la SHCP consiste en cumplir las metas de balance fiscal (véase nuestra entrega del 12/III/09). Se trata de otra excentricidad, porque nuestros socios en el área del TLCAN, así como las economías más exitosas de planeta, aplican agresivas políticas fiscales contracíclicas en casos de recesión.
En tercer lugar, México carece de políticas industriales sectorizadas para incentivar el desarrollo de largo plazo, debido a su perseverante fidelidad al fundamentalismo de mercado. Por el contrario, la historia económica muestra que tanto en Europa como en Estados Unidos y más aún en Japón, Taiwán o Corea del Sur la industrialización exitosa derivó de especialidades adquiridas a propósito, e impulsadas con instrumentos sectoriales de política industrial. Las ganancias agregadas de las redes o complejos productivos, así como su incidencia sobre el desarrollo de capacidades tecnológicas, han sido criterios nodales para la selección de las industrias promovidas con políticas específicas. Por eso, con harta frecuencia —y de manera muy señalada entre las economías emergentes de Asia— los instrumentos de política industrial aparecen integrados en “trajes a la medida”: el crédito preferencial, la construcción de infraestructura, los subsidios directos, las compras de gobierno, etcétera, se integran en paquetes de apoyo contra compromisos de desempeño por las industrias seleccionadas.
En cuarto lugar, en la economía globalizada en la que la diferencia tecnológica aporta a la base de la competencia para destruir al rezagado, la innovación, la educación y el desarrollo de la ciencia y la tecnología desempeñan un papel crucial en el desarrollo económico. Pero México carece también de este motor no sólo por los exiguos recursos canalizados a la ciencia y tecnología, sino también porque el sistema de educación pública básica y media se encuentra capturado por un poder fáctico corporativo que obstruye el desarrollo.
En quinto lugar, las economías más exitosas del planeta disponen de marcos jurídicos e institucionales para poner límites a los abusos de los poderes económicos dominantes (monopolios u oligopolios), a través de una espesa red de instrumentos que protegen y promueven el interés público y el desarrollo económico general. Pero México carece también de este motor del desarrollo: las instituciones reguladoras se encuentran capturadas o son anuladas por el enorme poder de los monopolios u oligopolios.
En sexto lugar, para el desempeño eficaz de las funciones del Estado las economías más exitosas han incrementado considerablemente sus ingresos tributarios. México está empantanado.
Por eso, no hay que hacerse ilusiones: mientras México no disponga de sus propios motores de crecimiento económico, será imposible que escape de la mediocridad.
Investigador del Instituto deInvestigaciones Económicas de la UNAM
Pero hay un nuevo ciclo de ilusión-desilusión en puerta, porque la visión según la cual México será una de las cinco economías más grandes del planeta se verá también desmentida si no introducimos cambios fundamentales en nuestra estrategia económica.
La razón es sencilla: la economía mexicana carece de motores internos para impulsar su propio crecimiento.
Para empezar, recordemos que nuestro país carece de una política monetaria orientada al crecimiento sostenido del producto nacional y del empleo (véase nuestra entrega del 5/III/09). Se trata de una excentricidad en el área del TLCAN, porque los bancos centrales de nuestros socios (Estados Unidos y Canadá) tienen como mandato no sólo cuidar la estabilidad de precios, sino también el crecimiento económico y el empleo, mientras que nuestra autoridad monetaria sólo tiene como mandato el control de la inflación.
En segundo lugar, recordemos también que México carece de una política fiscal orientada al crecimiento económico y el empleo, porque la única responsabilidad que la Ley Federal de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria asigna a la SHCP consiste en cumplir las metas de balance fiscal (véase nuestra entrega del 12/III/09). Se trata de otra excentricidad, porque nuestros socios en el área del TLCAN, así como las economías más exitosas de planeta, aplican agresivas políticas fiscales contracíclicas en casos de recesión.
En tercer lugar, México carece de políticas industriales sectorizadas para incentivar el desarrollo de largo plazo, debido a su perseverante fidelidad al fundamentalismo de mercado. Por el contrario, la historia económica muestra que tanto en Europa como en Estados Unidos y más aún en Japón, Taiwán o Corea del Sur la industrialización exitosa derivó de especialidades adquiridas a propósito, e impulsadas con instrumentos sectoriales de política industrial. Las ganancias agregadas de las redes o complejos productivos, así como su incidencia sobre el desarrollo de capacidades tecnológicas, han sido criterios nodales para la selección de las industrias promovidas con políticas específicas. Por eso, con harta frecuencia —y de manera muy señalada entre las economías emergentes de Asia— los instrumentos de política industrial aparecen integrados en “trajes a la medida”: el crédito preferencial, la construcción de infraestructura, los subsidios directos, las compras de gobierno, etcétera, se integran en paquetes de apoyo contra compromisos de desempeño por las industrias seleccionadas.
En cuarto lugar, en la economía globalizada en la que la diferencia tecnológica aporta a la base de la competencia para destruir al rezagado, la innovación, la educación y el desarrollo de la ciencia y la tecnología desempeñan un papel crucial en el desarrollo económico. Pero México carece también de este motor no sólo por los exiguos recursos canalizados a la ciencia y tecnología, sino también porque el sistema de educación pública básica y media se encuentra capturado por un poder fáctico corporativo que obstruye el desarrollo.
En quinto lugar, las economías más exitosas del planeta disponen de marcos jurídicos e institucionales para poner límites a los abusos de los poderes económicos dominantes (monopolios u oligopolios), a través de una espesa red de instrumentos que protegen y promueven el interés público y el desarrollo económico general. Pero México carece también de este motor del desarrollo: las instituciones reguladoras se encuentran capturadas o son anuladas por el enorme poder de los monopolios u oligopolios.
En sexto lugar, para el desempeño eficaz de las funciones del Estado las economías más exitosas han incrementado considerablemente sus ingresos tributarios. México está empantanado.
Por eso, no hay que hacerse ilusiones: mientras México no disponga de sus propios motores de crecimiento económico, será imposible que escape de la mediocridad.
Investigador del Instituto deInvestigaciones Económicas de la UNAM
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