La Jornada/18 de marzo de 2009
Si alguna condena merece Muntazer Zaidi, el periodista iraquí que en diciembre pasado lanzó sus zapatos al ex presidente George W. Bush, es no haber atinado. En su defensa debo resaltar tres hechos. Me apoyo en dos fotografías.
Uno de los retratos muestra cómo uno de los vecinos de Zaidi, durante la ronda de prensa, le desvía el brazo con el que lanzaba el zapato; otro demuestra la habilidad física de Bush para esquivar el zapatazo. Ambos retratos son elocuentes: entre uno y otro deben haber transcurrido no más de dos o tres segundos que corresponden al tiempo del viaje de los zapatos. Son también elocuentes porque, a partir de la muerte de tantos inocentes en Irak y el coraje del reportero que arremete contra Bush, murieron decenas de miles de inocentes. El tercer argumento que podría esgrimirse en defensa del periodista, es que los zapatos no son, a diferencia de los misiles o de las balas, artefactos adecuados para lanzarse por el aire y dar en el blanco.
La suma de las tres razones explica por qué Zaidi no logró su propósito. Quienes también han errado son los miembros del tribunal iraquí al condenarlo a tres años de cárcel. Como en tantas otras cuestiones, en el affaire del zapatazo, las palabras centrales las conforma un binomio inseparable: justicia y ética, entendiendo que las dos grandes metas de la segunda son bregar por la justicia y aspirar a la felicidad. Para Zaidi, y para millones de personas en el mundo, el ex presidente estadunidense pisoteó la justicia y sepultó la felicidad, no sólo en Irak, sino en muchas partes del orbe.
Las evidencias, llamémosles decenas de miles de personas asesinadas lejos del área de combate fueron las razones del zapatazo. Hablaba de victorias y de éxitos en Irak pero lo que veo en materia de éxito es un millón de mártires, sangre derramada, mezquitas allanadas, iraquíes violadas y humilladas, afirmó el corresponsal iraquí cuando fue detenido.
Si bien es casi inútil hablar de justicia en el mundo contemporáneo no sobra decir que George W. Bush no ha sido condenado por el exceso de muertes en Irak, ni por lo que sucedió en la prisión de Abu Grahib, ni por lo que pasa en Guantánamo. También subrayo que ejercer el periodismo en Irak implica muchos riesgos; esa nación no sólo encabeza la lista de periodistas asesinados, sino que es casi nula la identificación de los responsables. Por esas razones Reporteros sin Fronteras denunció el cinismo de la condena, y la Federación Internacional de Periodistas consideró que la sentencia era desproporcionada. El resultado del zapatazo es lamentable pero predecible: Zaidi en la cárcel, Bush en la calle, la justicia en los diccionarios, la injusticia como arma del poder.
Si bien es verdad que para muchos la manera de protestar de Zaidi no fue adecuada también lo es que fueron casi nulas las vías para manifestarle personalmente a Bush el desprecio que se granjeó durante sus mandatos. El acto, para algunos reprobable, para otros no, demuestra la impotencia de la justicia y el sesgo que se aplica para condenar a unos y exonerar a otros.
Albert Camus acertó en el blanco cuando dijo: Entre la justicia y mi madre prefiero a mi madre. A diferencia del premio Nobel, Zaidi falló pero también acertó: no dio en el blanco corporal, pero sí expuso cuán endeble y nauseabunda es lo que ilusoriamente algunos siguen llamando justicia. Zaidi pasará a la historia por el affaire del zapatazo y por recordarnos que la justicia es huérfana. Bush también pasará a la historia por haber esquivado el zapatazo y por ser el responsable del exceso de muertos en Irak y en otros lugares.
Uno de los retratos muestra cómo uno de los vecinos de Zaidi, durante la ronda de prensa, le desvía el brazo con el que lanzaba el zapato; otro demuestra la habilidad física de Bush para esquivar el zapatazo. Ambos retratos son elocuentes: entre uno y otro deben haber transcurrido no más de dos o tres segundos que corresponden al tiempo del viaje de los zapatos. Son también elocuentes porque, a partir de la muerte de tantos inocentes en Irak y el coraje del reportero que arremete contra Bush, murieron decenas de miles de inocentes. El tercer argumento que podría esgrimirse en defensa del periodista, es que los zapatos no son, a diferencia de los misiles o de las balas, artefactos adecuados para lanzarse por el aire y dar en el blanco.
La suma de las tres razones explica por qué Zaidi no logró su propósito. Quienes también han errado son los miembros del tribunal iraquí al condenarlo a tres años de cárcel. Como en tantas otras cuestiones, en el affaire del zapatazo, las palabras centrales las conforma un binomio inseparable: justicia y ética, entendiendo que las dos grandes metas de la segunda son bregar por la justicia y aspirar a la felicidad. Para Zaidi, y para millones de personas en el mundo, el ex presidente estadunidense pisoteó la justicia y sepultó la felicidad, no sólo en Irak, sino en muchas partes del orbe.
Las evidencias, llamémosles decenas de miles de personas asesinadas lejos del área de combate fueron las razones del zapatazo. Hablaba de victorias y de éxitos en Irak pero lo que veo en materia de éxito es un millón de mártires, sangre derramada, mezquitas allanadas, iraquíes violadas y humilladas, afirmó el corresponsal iraquí cuando fue detenido.
Si bien es casi inútil hablar de justicia en el mundo contemporáneo no sobra decir que George W. Bush no ha sido condenado por el exceso de muertes en Irak, ni por lo que sucedió en la prisión de Abu Grahib, ni por lo que pasa en Guantánamo. También subrayo que ejercer el periodismo en Irak implica muchos riesgos; esa nación no sólo encabeza la lista de periodistas asesinados, sino que es casi nula la identificación de los responsables. Por esas razones Reporteros sin Fronteras denunció el cinismo de la condena, y la Federación Internacional de Periodistas consideró que la sentencia era desproporcionada. El resultado del zapatazo es lamentable pero predecible: Zaidi en la cárcel, Bush en la calle, la justicia en los diccionarios, la injusticia como arma del poder.
Si bien es verdad que para muchos la manera de protestar de Zaidi no fue adecuada también lo es que fueron casi nulas las vías para manifestarle personalmente a Bush el desprecio que se granjeó durante sus mandatos. El acto, para algunos reprobable, para otros no, demuestra la impotencia de la justicia y el sesgo que se aplica para condenar a unos y exonerar a otros.
Albert Camus acertó en el blanco cuando dijo: Entre la justicia y mi madre prefiero a mi madre. A diferencia del premio Nobel, Zaidi falló pero también acertó: no dio en el blanco corporal, pero sí expuso cuán endeble y nauseabunda es lo que ilusoriamente algunos siguen llamando justicia. Zaidi pasará a la historia por el affaire del zapatazo y por recordarnos que la justicia es huérfana. Bush también pasará a la historia por haber esquivado el zapatazo y por ser el responsable del exceso de muertos en Irak y en otros lugares.
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