Recientemente, en una reunión sobre educación oí decir a un ponente que en la actualidad el analfabetismo en el mundo y en México ya es un problema menor, pues las personas que no saben escribir ni leer son viejas. Puntualizó tal persona, además, que los pocos jóvenes analfabetas que todavía hay son individuos que, por alguna u otra razón, no tienen capacidad o no quieren aprender. Tal afirmación provocó poca confrontación, por lo que me percaté que esta idea se está generalizando. Esto resulta muy preocupante, porque muestra que la indiferencia y hasta el cinismo se han instalado en la sociedad mexicana que adolece de ceguera e irresponsabilidad frente a las condiciones de profunda desigualdad, injusticia y marginación que hay en el mundo y específicamente en nuestro país. ¿Será que los mexicanos ya nos habituamos a la violencia y no damos importancia a la violación de los derechos elementales que tenemos todos los seres humanos?
Según datos de la ONU, en 2005, en el ámbito mundial, el analfabetismo juvenil alcanzaba, cuando menos, a 57 millones de hombres y a 96 millones de mujeres jóvenes. Enfatizo el “cuando menos”, porque las estadísticas que entrega esta fuente están referidas a los países “en vías de desarrollo” y, como se sabe, hay países desarrollados, como España, en los que el analfabetismo juvenil es relativamente cuantioso. En México, según datos del INEGI, a la fecha hay cerca de 700 mil jóvenes (entre 15 y 24 años) que no saben leer ni escribir, y todavía es notable la desigualdad entre hombres y mujeres. Para colmo, de los 15.2 millones de niñas y niños de entre ocho y 14 años de edad, 685 mil, es decir, 4.5 por ciento, son analfabetas. Contrariamente a lo que ocurre con los jóvenes, en el caso de los niños la desigualdad entre sexos es favorable a las mujeres.
Con estas cifras, ¿cómo se puede sospechar que las causas del analfabetismo son atribuibles a la incapacidad de aprender de los niños y los jóvenes mexicanos? Tal perspectiva desvincula el problema del analfabetismo de su contexto y de las consecuencias de tantos años de políticas públicas ineficientes que son la verdadera causa de la marginación estructural que ha implicado un acceso desigual a los recursos y oportunidades socioeconómicos.
Históricamente, la escuela ha sido designada por la sociedad para asegurar la capacitación alfabética de niños, jóvenes y adultos, pero, como se ha visto, no se ha alcanzado el objetivo. Suele culparse a esta institución de la persistencia del analfabetismo suponiendo que si hiciera mejor su trabajo y con más determinación se solucionaría el problema. Pero, en realidad, la escuela es sólo una de las múltiples fuerzas sociales, institucionalizadas y no institucionalizadas, que determinan la naturaleza y la dimensión del analfabetismo. El proceso de construcción de la alfabetización se realiza en la articulación de distintos ámbitos: en la escuela, en la familia, en la comunidad y en la sociedad. Por ello es que no puede dejarse de lado el analfabetismo adulto: si de veras se quiere erradicar el analfabetismo, es necesario atender educativamente tanto a los niños y jóvenes como a los adultos. Esto complica las cosas pues en el mundo hay 774 millones de personas, mayores de 15 años, analfabetas, y en México el total es de 5.85 millones. ¡Cifras nada despreciables!
El año pasado, el subsecretario Miguel Székely sugirió que para la población de más de 65 años no es necesario saber leer y escribir y que debe respetarse su derecho a no participar en programas de alfabetización. Sin negar que la voluntad de no participar en este tipo de programas sea un derecho, aceptar que a los adultos mayores de nada les sirve aprender a leer y a escribir, que no tienen la capacidad para hacerlo, o que no quieren, es ignorar que el tema de la alfabetización del adulto mayor también debe ser preocupación pública. Cada vez son más las personas de edad que se hacen cargo de sí mismas, incluso en el medio rural y, precisamente en este medio, muchos son los niños y niñas que quedan a cargo de los abuelos debido al creciente volumen de padres y madres que emigran. El analfabetismo es la expresión más grave de los procesos modernos de exclusión y es obvio que no es fácil ser feliz viviendo excluido.
Con lo aquí dicho quiero llamar la atención sobre la urgencia que hay en México de cambiar la percepción pública sobre los adultos mayores, a quienes se suele considerar ancianos dependientes y resignados a vivir marginados de la sociedad. Sin duda, es cierto lo dicho por el subsecretario Székely en cuanto a que el gasto que se hace en el sistema educativo, “si bien es muy grande en términos de su volumen, es insuficiente para enfrentar el reto que tenemos”. ¡Por supuesto que es insuficiente! Porque la erradicación del analfabetismo en niños, jóvenes y adultos, de todas las edades, es una tarea pendiente que el gobierno mexicano y la sociedad debemos cumplir sin dilación. ¡S.O.S. Urgen las acciones coordinadas!
* Investigadora del CRIM, profesora de la FCPS, miembro del Seminario de Educación Superior y del Seminario de Juventud de la UNAM.
Según datos de la ONU, en 2005, en el ámbito mundial, el analfabetismo juvenil alcanzaba, cuando menos, a 57 millones de hombres y a 96 millones de mujeres jóvenes. Enfatizo el “cuando menos”, porque las estadísticas que entrega esta fuente están referidas a los países “en vías de desarrollo” y, como se sabe, hay países desarrollados, como España, en los que el analfabetismo juvenil es relativamente cuantioso. En México, según datos del INEGI, a la fecha hay cerca de 700 mil jóvenes (entre 15 y 24 años) que no saben leer ni escribir, y todavía es notable la desigualdad entre hombres y mujeres. Para colmo, de los 15.2 millones de niñas y niños de entre ocho y 14 años de edad, 685 mil, es decir, 4.5 por ciento, son analfabetas. Contrariamente a lo que ocurre con los jóvenes, en el caso de los niños la desigualdad entre sexos es favorable a las mujeres.
Con estas cifras, ¿cómo se puede sospechar que las causas del analfabetismo son atribuibles a la incapacidad de aprender de los niños y los jóvenes mexicanos? Tal perspectiva desvincula el problema del analfabetismo de su contexto y de las consecuencias de tantos años de políticas públicas ineficientes que son la verdadera causa de la marginación estructural que ha implicado un acceso desigual a los recursos y oportunidades socioeconómicos.
Históricamente, la escuela ha sido designada por la sociedad para asegurar la capacitación alfabética de niños, jóvenes y adultos, pero, como se ha visto, no se ha alcanzado el objetivo. Suele culparse a esta institución de la persistencia del analfabetismo suponiendo que si hiciera mejor su trabajo y con más determinación se solucionaría el problema. Pero, en realidad, la escuela es sólo una de las múltiples fuerzas sociales, institucionalizadas y no institucionalizadas, que determinan la naturaleza y la dimensión del analfabetismo. El proceso de construcción de la alfabetización se realiza en la articulación de distintos ámbitos: en la escuela, en la familia, en la comunidad y en la sociedad. Por ello es que no puede dejarse de lado el analfabetismo adulto: si de veras se quiere erradicar el analfabetismo, es necesario atender educativamente tanto a los niños y jóvenes como a los adultos. Esto complica las cosas pues en el mundo hay 774 millones de personas, mayores de 15 años, analfabetas, y en México el total es de 5.85 millones. ¡Cifras nada despreciables!
El año pasado, el subsecretario Miguel Székely sugirió que para la población de más de 65 años no es necesario saber leer y escribir y que debe respetarse su derecho a no participar en programas de alfabetización. Sin negar que la voluntad de no participar en este tipo de programas sea un derecho, aceptar que a los adultos mayores de nada les sirve aprender a leer y a escribir, que no tienen la capacidad para hacerlo, o que no quieren, es ignorar que el tema de la alfabetización del adulto mayor también debe ser preocupación pública. Cada vez son más las personas de edad que se hacen cargo de sí mismas, incluso en el medio rural y, precisamente en este medio, muchos son los niños y niñas que quedan a cargo de los abuelos debido al creciente volumen de padres y madres que emigran. El analfabetismo es la expresión más grave de los procesos modernos de exclusión y es obvio que no es fácil ser feliz viviendo excluido.
Con lo aquí dicho quiero llamar la atención sobre la urgencia que hay en México de cambiar la percepción pública sobre los adultos mayores, a quienes se suele considerar ancianos dependientes y resignados a vivir marginados de la sociedad. Sin duda, es cierto lo dicho por el subsecretario Székely en cuanto a que el gasto que se hace en el sistema educativo, “si bien es muy grande en términos de su volumen, es insuficiente para enfrentar el reto que tenemos”. ¡Por supuesto que es insuficiente! Porque la erradicación del analfabetismo en niños, jóvenes y adultos, de todas las edades, es una tarea pendiente que el gobierno mexicano y la sociedad debemos cumplir sin dilación. ¡S.O.S. Urgen las acciones coordinadas!
* Investigadora del CRIM, profesora de la FCPS, miembro del Seminario de Educación Superior y del Seminario de Juventud de la UNAM.
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