El Universal/23 de marzo de 2009
Demasiado fuertes son las ráfagas de la crisis económica, el desempleo y la violencia que golpean a la sociedad mexicana como para sumarle a tal circunstancia la voz agria y crispada del gobierno de la República.
El tono en el discurso de los portavoces del Presidente registra cada día menos serenidad. Es agresivo, afectado, confrontador, y muchas de las veces desproporcionado.
La lista de los destinatarios crece conforme avanzan las semanas: Carlos Slim, Ernesto Zedillo, las autoridades de Estados Unidos, la revista Forbes o los dirigentes del PRI.
Aunque sus respectivas reacciones han variado, los aludidos han resentido el látigo verbal del calderonismo. El empresario más rico del país y el ex presidente optaron por guardar un bajo perfil frente a los señalamientos. El habitante de la Casa Blanca tomó la pronta decisión de visitar nuestro país para aclarar las cosas.
Los priístas, en cambio, empataron el tono altisonante acusando al presidente Felipe Calderón de no traer bien fajados los pantalones, y a los gobiernos de Acción Nacional de ser los verdaderos responsables del desbordamiento violento y de la inseguridad.
Ahora que tanto se necesitaría una coalición gobernante plural y con visión de Estado, el tono impuesto desde el gobierno está abonando innecesariamente a la descomposición de los acuerdos del presente y del futuro. No propicia un contexto para el entendimiento, ni tampoco mejora los referentes de cooperación entre quienes habrían de participar en las soluciones.
Por la composición política prevaleciente en México, de todas las confrontaciones arrojadas desde la tribuna calderonista, la más inquietante es la pugna reciente con el PRI. Porque se trata del partido que gobierna localmente a la mitad de la población, y porque previsiblemente incrementará su presencia parlamentaria después de las elecciones federales de julio, el Ejecutivo mexicano necesita estar en buenos términos con esa fuerza partidaria.
No se trata de una decisión sujeta a la valoración política o moral del jefe del Ejecutivo. Surge de una realidad impuesta por el voto de los mexicanos. Han sido ellos quienes eligieron un presidente panista y al mismo tiempo dividieron el poder, tanto en los recintos legislativos como en las gubernaturas y los cabildos municipales.
El mandato de las urnas es muy claro: gobierno parcelado y forzado, al mismo tiempo, a la cooperación con el adversario.
Fue con esta premisa que Felipe Calderón ejerció su cargo durante los primeros dos años. Y ha obtenido —según las encuestas— un margen más que aceptable de aprobación popular. El Calderón que sabe cocinar consensos ha merecido el aplauso mayoritario de los ciudadanos.
Con todo, frente al proceso electoral que se avecina, el otro Calderón —el político que gusta abrirse paso a codazos y empellones— pareciera haber tomado ahora el relevo. De la noche a la mañana, el partido de la oposición con el que había establecido su alianza más relevante es presentado como traidor.
Teniendo como testigos a los banqueros, el líder del panismo nacional, Germán Martínez, preguntó abiertamente si el PRI estaba con el Presidente o del lado del crimen organizado. Cabe sospechar, con Beatriz Paredes, que la bofetada propinada por este hombre, muy cercano a Calderón, encuentra su origen en el contexto electoral.
Sin embargo, por la seriedad del tema y también por el lugar donde fue proferida la declaración, se trata de una aseveración que pone en duda la colaboración que hasta hace muy poco se había sostenido entre priístas y panistas.
¿Tiene pruebas el gobierno sobre los vínculos entre el PRI y las organizaciones criminales? Si es así, ¿por qué entonces la Procuraduría General de la República —institución dependiente del Ejecutivo federal— no ha procesado a los responsables por la vía penal?
Con respecto a la lucha contra la inseguridad, de poco sirven los latigazos verbales si éstos no están acompañados de acciones reales. Abusando del refrán: no se vale ladrar si no se cuenta con los dientes para morder.
El espectáculo que esta semana nos ofrecieron desde la encumbrada clase política es de lo más lamentable. Si en el PAN no pueden divorciarse de sus socios políticos persiguiendo judicialmente a quienes están corrompiendo la vida institucional desde sus cargos públicos, que mejor guarden en ese partido un pudoroso silencio; porque pasada la elección les vamos a ver de vuelta arrojados a su inevitable idilio con el PRI.
Analista político
El tono en el discurso de los portavoces del Presidente registra cada día menos serenidad. Es agresivo, afectado, confrontador, y muchas de las veces desproporcionado.
La lista de los destinatarios crece conforme avanzan las semanas: Carlos Slim, Ernesto Zedillo, las autoridades de Estados Unidos, la revista Forbes o los dirigentes del PRI.
Aunque sus respectivas reacciones han variado, los aludidos han resentido el látigo verbal del calderonismo. El empresario más rico del país y el ex presidente optaron por guardar un bajo perfil frente a los señalamientos. El habitante de la Casa Blanca tomó la pronta decisión de visitar nuestro país para aclarar las cosas.
Los priístas, en cambio, empataron el tono altisonante acusando al presidente Felipe Calderón de no traer bien fajados los pantalones, y a los gobiernos de Acción Nacional de ser los verdaderos responsables del desbordamiento violento y de la inseguridad.
Ahora que tanto se necesitaría una coalición gobernante plural y con visión de Estado, el tono impuesto desde el gobierno está abonando innecesariamente a la descomposición de los acuerdos del presente y del futuro. No propicia un contexto para el entendimiento, ni tampoco mejora los referentes de cooperación entre quienes habrían de participar en las soluciones.
Por la composición política prevaleciente en México, de todas las confrontaciones arrojadas desde la tribuna calderonista, la más inquietante es la pugna reciente con el PRI. Porque se trata del partido que gobierna localmente a la mitad de la población, y porque previsiblemente incrementará su presencia parlamentaria después de las elecciones federales de julio, el Ejecutivo mexicano necesita estar en buenos términos con esa fuerza partidaria.
No se trata de una decisión sujeta a la valoración política o moral del jefe del Ejecutivo. Surge de una realidad impuesta por el voto de los mexicanos. Han sido ellos quienes eligieron un presidente panista y al mismo tiempo dividieron el poder, tanto en los recintos legislativos como en las gubernaturas y los cabildos municipales.
El mandato de las urnas es muy claro: gobierno parcelado y forzado, al mismo tiempo, a la cooperación con el adversario.
Fue con esta premisa que Felipe Calderón ejerció su cargo durante los primeros dos años. Y ha obtenido —según las encuestas— un margen más que aceptable de aprobación popular. El Calderón que sabe cocinar consensos ha merecido el aplauso mayoritario de los ciudadanos.
Con todo, frente al proceso electoral que se avecina, el otro Calderón —el político que gusta abrirse paso a codazos y empellones— pareciera haber tomado ahora el relevo. De la noche a la mañana, el partido de la oposición con el que había establecido su alianza más relevante es presentado como traidor.
Teniendo como testigos a los banqueros, el líder del panismo nacional, Germán Martínez, preguntó abiertamente si el PRI estaba con el Presidente o del lado del crimen organizado. Cabe sospechar, con Beatriz Paredes, que la bofetada propinada por este hombre, muy cercano a Calderón, encuentra su origen en el contexto electoral.
Sin embargo, por la seriedad del tema y también por el lugar donde fue proferida la declaración, se trata de una aseveración que pone en duda la colaboración que hasta hace muy poco se había sostenido entre priístas y panistas.
¿Tiene pruebas el gobierno sobre los vínculos entre el PRI y las organizaciones criminales? Si es así, ¿por qué entonces la Procuraduría General de la República —institución dependiente del Ejecutivo federal— no ha procesado a los responsables por la vía penal?
Con respecto a la lucha contra la inseguridad, de poco sirven los latigazos verbales si éstos no están acompañados de acciones reales. Abusando del refrán: no se vale ladrar si no se cuenta con los dientes para morder.
El espectáculo que esta semana nos ofrecieron desde la encumbrada clase política es de lo más lamentable. Si en el PAN no pueden divorciarse de sus socios políticos persiguiendo judicialmente a quienes están corrompiendo la vida institucional desde sus cargos públicos, que mejor guarden en ese partido un pudoroso silencio; porque pasada la elección les vamos a ver de vuelta arrojados a su inevitable idilio con el PRI.
Analista político
No hay comentarios:
Publicar un comentario