El Imparcial/30 de marzo de 2009
En el transcurso de este lunes la Junta Universitaria de la Unison escuchará a los aspirantes a dirigir la Máxima Casa de Estudios de Sonora; después, sólo quedará designar al nuevo rector dando cerrojazo final a un proceso que de múltiples formas puso en tensión a la comunidad universitaria y en alguna medida a la sociedad sonorense. No es para menos considerando la importancia política, social, presupuestal y sobre todo cultural de nuestra Alma Máter. El asunto merece algunas reflexiones de cara al futuro de la institución, esto es considerando en los perfiles de quienes aspiran a dirigirla.
De quince que se inscribieron nueve siguen vivos. No todos son universitarios “químicamente puros”. Algunos provienen de instituciones de educación privadas; otros se han desempeñado en los juzgados o en cómodas oficinas del sector público. Los más son académicos de tiempo completo. Muchos de ellos son, puede decirse, herederos de antiguas querellas internas: Unos al lado de quienes temen al cambio y otros, por el contrario, impulsando incasablemente la renovación de las estructuras universitarias.
Cualquiera que sea el elegido no podrá desentenderse de esa historia. Es una historia que lo limitará en algún sentido pero que también dará coherencia al desarrollo institucional. Será un rector o rectora que tendrá que enfrentar desafíos que no tuvieron los anteriores. Me refiero especialmente a la crisis económica que como sabemos está afectando todas las esferas de la sociedad.
En el caso de México los descalabros financieros se expresarán pronto en una severa crisis fiscal que reducirá la disponibilidad de recursos para la educación. De la misma forma, las finanzas del Gobierno de Sonora no se vislumbran mejor. Las dificultades fiscales de la Federación implicarán menores aportaciones a la hacienda local. Aunado a los fuertes compromisos derivados de la descomunal deuda pública entonces no es improbable que el subsidio estatal a la Unison merme sensiblemente.
Muchos de los viejos y nuevos conflictos que aquejan a la institución han sido sorteados con relativo éxito en virtud de que hubo con qué responder económicamente. Tal como se apuntó, en el futuro no se advierte un escenario, en términos de presupuesto, tan favorable como el registrado en las recientes administraciones. Un alto funcionario ha comentado que con frecuencia se empalmaban los recursos de un año con el otro porque no tenían tiempo de ejercerlos.
Desde luego éste no es, ni de lejos, el reto más importante; uno de los aspirantes más reconocidos planteó que la Ley Orgánica ha sido desvirtuada en su aplicación práctica. Toma de ejemplo lo que pasa en las células primigenias de la actividad científica desarrollada en el campus: Las academias. Desde su perspectiva, éstas se han burocratizado y están lejos de ser el espacio de debate y generación de conocimiento. La retorcida aplicación de la Ley también ha provocado graves distorsiones en la selección de las autoridades académicas. Las ternas para dirigir departamentos y divisiones se integran más con base en lealtades y compromisos (voto por ti ahora para que luego lo hagas por mí) y menos en función de la trayectoria y/o los méritos. De hecho, muchos de los mejores académicos no manifiestan interés por buscar esas responsabilidades prevenidos de que no serán elegidos al no ser cercanos al grupo que controla la operación político administrativa.
Situaciones como éstas han terminado por fastidiar a sectores importantes de universitarios. A las actitudes de indiferencia señaladas se agrega el frecuente distanciamiento con los sindicatos. Los paros, toma de instalaciones e incluso la paralización de las actividades se han repetido con tal frecuencia que llevan a pensar que hay un mensaje implícito: Las autoridades caminan en una pista y el universitario promedio en otra. La brecha tiende a abrirse a juzgar por las huelgas y discursos rupturistas que se escuchan desde hace un par de años. Podría ampliarse si no se modifican las maneras en que se desahoga la agenda universitaria: No se trata de avasallar ni de vencer sino de convencer y consensuar. Este espíritu no supone quemar todo e inventar cosas sobre las cenizas de lo viejo.
Se trata de invocar a la sensibilidad e inteligencia de los universitarios para que renueven sus esperanzas y potencien sus capacidades intelectuales y productivas. Entiendo a la inmensa mayoría de los funcionarios universitarios cuando dicen que su candidato favorito es el que está más capacitado para consolidar el Modelo Anuies. Pero la actual coyuntura exige pensar más en aquellas personalidades que promuevan una redefinición de la vida universitaria, prioricen la autocrítica y sobre todo que sean portadoras de una auténtica transformación institucional. Muchos están convencidos que esas cualidades no son precisamente lo que distingue a los candidatos promovidos desde el Gobierno o desde Rectoría.
Álvaro Bracamonte Sierra. Doctor en Economía. Profesor-Investigador de El Colegio de Sonora.
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