La Jornada/28 de marzo de 2009
En un documento magistral publicado en La Jornada en días pasados, Jorge Carrillo Olea hizo un diagnóstico objetivo y medular del estado de la nación, señalando los graves problemas que padecemos y la incapacidad absoluta del gobierno para convocar a la sociedad para hacerles frente y superarlos. Su diagnóstico de ingobernabilidad es contundente y nos hace ver la necesidad de tomar acciones enérgicas para cambiar el rumbo y la dirección del país.
Ante esta visión preocupante, compartida por un número creciente de ciudadanos que estamos conscientes de la tragedia que toca a nuestras puertas, resalta el hecho de que el gobierno de caricatura que hoy padecemos no es otra cosa, desafortunadamente, que el producto de la descomposición misma, que el artículo de Flores Olea describe y que un factor central del fenómeno, es sin la menor duda la lamentable educación (por llamarle de algún modo) que hoy poseen los hombres y mujeres que en su conjunto conforman la sociedad mexicana, desde luego no me refiero a la sola educación que los niños y jóvenes reciben en las escuelas, esto es sólo una parte; me refiero a lo que esos niños y jóvenes ven en su entorno, en las noticias, en lo que escuchan en sus hogares y en los sitios públicos, en televisión, en radio y ahora en Internet.
Estos niños y jóvenes que en poco tiempo se hacen hombres y mujeres adultos, son capaces de repetir lo que han visto y oído, convirtiéndose en maestros de la doble moral, del decir de un modo y actuar de otro, de la asociación para el engaño, conscientes ya de los enormes beneficios que ello implica, sabiendo que el crimen organizado, el narcotráfico, la impunidad, la corrupción, el manejo de influencias y apariencias, constituyen las herramientas del éxito, mientras que la búsqueda del conocimiento, el desarrollo de las capacidades intelectuales y el ejercicio honesto de las profesiones y de las actividades productivas a nada conllevan. Ciertamente que en este proceso “educativo” los gobernantes, los congresistas, los jueces y ministros de la Suprema Corte actuales y del pasado reciente, son o han sido maestros ejemplares; sin embargo, existen también otros factores a considerar.
Desde luego el sistema educativo formal, supuestamente coordinado por la Secretaría de Educación Pública a escala nacional, tiene también su parte en el desastre, en su incapacidad estructural, por ejemplo, de evitar que el sindicato de maestros sea el primer ejemplo práctico de los dobles valores, que los estudiantes pueden observar desde una edad temprana, que quienes hablan de mejorar la educación, en realidad se dedican a negociar prebendas.
La falta de visión, capacidad y compromiso de quienes dirigen hoy la educación federal, para alinear los procesos educativos a los requerimientos y desafíos que enfrenta el país, constituyen un lastre insalvable; los problemas educativos del país no van a resolverse dando becas, que sólo alientan la cultura de la dependencia, del clientelismo político y la sujeción desde una edad temprana, sino ofreciendo servicios educativos adecuados, que nos permitan ser competitivos en los mercados mundiales de trabajo, pero también conscientes de nuestras responsabilidades para con la comunidad y la nación.
En años recientes el gobierno no sólo ha permitido, sino que ha propiciado el crecimiento de todo un sistema paralelo de enseñanza de carácter religioso, contrario a nuestras leyes, que hoy le permite a los sectores más oscuros y corruptos de la jerarquía católica, pensar y planear en la recuperación de sus privilegios y prebendas, negándose a aceptar el retroceso que la imposición de tales ideas trajo al país. El renacimiento de una sociedad de castas, dirigida por grupos de poder surgidos de escuelas confesionales no es una posibilidad futura, es la realidad que hemos venido viviendo y que pasivamente hemos aceptado, a diferencia de lo hecho por mexicanos de otras épocas, quienes fueron capaces de entender la necesidad de frenar el asalto a la nación que se estaba consumando.
Resulta así lamentable que la izquierda del país, supuestamente comprometida con el bienestar de la nación y los intereses de las mayorías, no cuente con un proyecto educativo que permita pensar en la formación de un modelo distinto de nación, a partir de la preparación de niños y niñas de todos los grupos sociales, para hacerlos capaces, sí, de aceptar los desafíos de la globalización y del desarrollo tecnológico, pero también convencidos y dispuestos a rescatar a la República del estado actual de sojuzgamiento y caos. La batalla por México no se va a ganar en las calles repitiendo consignas, ni cerrando avenidas, sino en las aulas de escuelas y universidades.
Y no se va a ganar entre otras cosas, porque cuando esos que promueven y proponen el cambio llegan a puestos de representación popular, no hacen otra cosa que reproducir lo único que conocen: más corrupción, más de lo mismo. En ello, poco se distingue el Niño Verde –“chamaqueado” en su tráfico de influencias– de los diputados perredistas dispuestos a aprobar las reformas a las leyes de radio y televisión que favorecían a los monopolios que controlan esa industria.
Sé que mi propuesta puede parecer ilusoria, porque implica tiempo, mientras el país se sigue deteriorando, pero ¿acaso tenemos otras posibilidades? Ojalá las tuviéramos. Hoy recuerdo una anécdota que se cuenta del general Cárdenas, cuando al visitar en una ocasión el Bosque de Chapultepec, se quedó maravillado de los ahuehuetes y la sensación de grandeza que infundían y preguntó cuánto tiempo tardaban esos hermosos árboles en crecer. Dos mil años, fue la respuesta que recibió, “entonces no tenemos tiempo que perder, hay que empezar a sembrarlos desde ahora”, respondió con energía.
Ante esta visión preocupante, compartida por un número creciente de ciudadanos que estamos conscientes de la tragedia que toca a nuestras puertas, resalta el hecho de que el gobierno de caricatura que hoy padecemos no es otra cosa, desafortunadamente, que el producto de la descomposición misma, que el artículo de Flores Olea describe y que un factor central del fenómeno, es sin la menor duda la lamentable educación (por llamarle de algún modo) que hoy poseen los hombres y mujeres que en su conjunto conforman la sociedad mexicana, desde luego no me refiero a la sola educación que los niños y jóvenes reciben en las escuelas, esto es sólo una parte; me refiero a lo que esos niños y jóvenes ven en su entorno, en las noticias, en lo que escuchan en sus hogares y en los sitios públicos, en televisión, en radio y ahora en Internet.
Estos niños y jóvenes que en poco tiempo se hacen hombres y mujeres adultos, son capaces de repetir lo que han visto y oído, convirtiéndose en maestros de la doble moral, del decir de un modo y actuar de otro, de la asociación para el engaño, conscientes ya de los enormes beneficios que ello implica, sabiendo que el crimen organizado, el narcotráfico, la impunidad, la corrupción, el manejo de influencias y apariencias, constituyen las herramientas del éxito, mientras que la búsqueda del conocimiento, el desarrollo de las capacidades intelectuales y el ejercicio honesto de las profesiones y de las actividades productivas a nada conllevan. Ciertamente que en este proceso “educativo” los gobernantes, los congresistas, los jueces y ministros de la Suprema Corte actuales y del pasado reciente, son o han sido maestros ejemplares; sin embargo, existen también otros factores a considerar.
Desde luego el sistema educativo formal, supuestamente coordinado por la Secretaría de Educación Pública a escala nacional, tiene también su parte en el desastre, en su incapacidad estructural, por ejemplo, de evitar que el sindicato de maestros sea el primer ejemplo práctico de los dobles valores, que los estudiantes pueden observar desde una edad temprana, que quienes hablan de mejorar la educación, en realidad se dedican a negociar prebendas.
La falta de visión, capacidad y compromiso de quienes dirigen hoy la educación federal, para alinear los procesos educativos a los requerimientos y desafíos que enfrenta el país, constituyen un lastre insalvable; los problemas educativos del país no van a resolverse dando becas, que sólo alientan la cultura de la dependencia, del clientelismo político y la sujeción desde una edad temprana, sino ofreciendo servicios educativos adecuados, que nos permitan ser competitivos en los mercados mundiales de trabajo, pero también conscientes de nuestras responsabilidades para con la comunidad y la nación.
En años recientes el gobierno no sólo ha permitido, sino que ha propiciado el crecimiento de todo un sistema paralelo de enseñanza de carácter religioso, contrario a nuestras leyes, que hoy le permite a los sectores más oscuros y corruptos de la jerarquía católica, pensar y planear en la recuperación de sus privilegios y prebendas, negándose a aceptar el retroceso que la imposición de tales ideas trajo al país. El renacimiento de una sociedad de castas, dirigida por grupos de poder surgidos de escuelas confesionales no es una posibilidad futura, es la realidad que hemos venido viviendo y que pasivamente hemos aceptado, a diferencia de lo hecho por mexicanos de otras épocas, quienes fueron capaces de entender la necesidad de frenar el asalto a la nación que se estaba consumando.
Resulta así lamentable que la izquierda del país, supuestamente comprometida con el bienestar de la nación y los intereses de las mayorías, no cuente con un proyecto educativo que permita pensar en la formación de un modelo distinto de nación, a partir de la preparación de niños y niñas de todos los grupos sociales, para hacerlos capaces, sí, de aceptar los desafíos de la globalización y del desarrollo tecnológico, pero también convencidos y dispuestos a rescatar a la República del estado actual de sojuzgamiento y caos. La batalla por México no se va a ganar en las calles repitiendo consignas, ni cerrando avenidas, sino en las aulas de escuelas y universidades.
Y no se va a ganar entre otras cosas, porque cuando esos que promueven y proponen el cambio llegan a puestos de representación popular, no hacen otra cosa que reproducir lo único que conocen: más corrupción, más de lo mismo. En ello, poco se distingue el Niño Verde –“chamaqueado” en su tráfico de influencias– de los diputados perredistas dispuestos a aprobar las reformas a las leyes de radio y televisión que favorecían a los monopolios que controlan esa industria.
Sé que mi propuesta puede parecer ilusoria, porque implica tiempo, mientras el país se sigue deteriorando, pero ¿acaso tenemos otras posibilidades? Ojalá las tuviéramos. Hoy recuerdo una anécdota que se cuenta del general Cárdenas, cuando al visitar en una ocasión el Bosque de Chapultepec, se quedó maravillado de los ahuehuetes y la sensación de grandeza que infundían y preguntó cuánto tiempo tardaban esos hermosos árboles en crecer. Dos mil años, fue la respuesta que recibió, “entonces no tenemos tiempo que perder, hay que empezar a sembrarlos desde ahora”, respondió con energía.
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