Ojo, mucho ojo con los académicos. Comienzan a manifestarse síntomas de inconformidad. Con las condiciones laborales y salariales, con su representación en los cuerpos colegiados y en la toma de decisiones sobre su trabajo, con la seguridad social de que disponen, pensiones y jubilaciones. Huelgas en la Universidad de York, Canadá; movilización de académicos y estudiantes en Francia.
En México, el malestar de los académicos no es resultado de la coyuntura recesiva. No. Es resultado de varios lustros de aplicar una política para la educación superior que acota y controla el trabajo por la vía de premios y castigos. Las contradicciones de dicha política comienzan a manifestarse.
Al igual que en otros países, aquí hay insatisfacción con la falta de transparencia en los dictámenes, malestar con los mecanismos de contratación, promoción y permanencia en el trabajo, con la evaluación para el pago por méritos o tortibonos, como se dice en varias universidades públicas.
He aquí que en la UAM se ha creado un sindicato de académicos. He aquí que el sindicato de académicos de El Colegio de México paró por una hora las actividades el 16 de febrero. He aquí que seis de cada diez académicos en el país dijo estar en desacuerdo con la idea de que hay buena comunicación entre ellos y las autoridades administrativas.
Pues no la puede haber. Hay quienes en el gobierno y en las instituciones educativas suponen que los académicos tenemos condiciones de privilegio, que hacemos poco, que no son rentables los resultados del trabajo, sobre todo en el campo de la cultura.
Nos colocaron en un régimen de desconfianza y nuestros argumentos sobre el valor de lo que hacemos han sido ignorados. El académico mexicano no labora suficiente —dicen las burocracias oficiales—, aun cuando la encuesta internacional de académicos indica que hemos aumentado el tiempo de trabajo por semana y que trabajamos en promedio por encima de las cuarenta horas.
Hemos soportado que nos llamen flojos y muchas cosas. Lo hemos tenido que hacer porque la mayor parte de nuestros ingresos provienen de becas que nos pueden quitar en cualquier momento. Hemos estado sujetos a un régimen laboral que introdujo el trabajo a destajo, la maquila científica, que rompió el trabajo colectivo (un texto firmado por dos vale la mitad por ese simple hecho). Un régimen que ha roto la artesanía intelectual (Mills), la maduración, la paciencia.
La introducción de la lógica del mercado dio un vuelco a los valores del trabajo académico. De la solidaridad y la colaboración se pasó a la eficiencia, la pertinencia y la eficacia. Al incremento de la productividad del trabajo, a la competencia individual, que es ficticia. La competencia de un académico se asocia a las condiciones que ofrece la institución a la cual está adscrito. De ello depende lograr buenos resultados en el trabajo, publicar o perecer, sobrevivir, como se ha ilustrado empíricamente.
El sistema basado en el desempeño cambió la representación que los académicos tienen de sí mismos. Nos fragmentó y colocó como trabajadores necesitados, subordinados, obedientes a lo que nos exigen los instrumentos de evaluación. Nos convirtió en personas que andan pidiendo constancias que justifiquen su quehacer, negociando dictámenes para conseguir que alguien patrocine la publicación de su obra. El régimen laboral nos ha hecho perder honorabilidad y autoestima. Sí, también hay investigaciones que demuestran el alto nivel de estrés que tienen los académicos y las enfermedades que sufren.
Hemos perdido identidad y sentido de pertenencia al grupo de académicos y a instituciones, que se han debilitado por la operación de reglas externas para calificarnos. Dejaremos como herencia a las nuevas generaciones que el fin de una carrera académica no son las contribuciones intelectuales a la sociedad, sino llegar a los más altos puestos de las jerarquías que hoy nos dividen.
Para ello, decía una joven investigadora, hay que cuidar y dividir el tiempo de trabajo según los puntos que dé una determinada actividad académica, orientar el intelecto a trabajar en aquello que permita subir más aprisa, a producir aquello que sea publicable. Los jóvenes han aceptado, sin remedio, las reglas que ha impuesto la competencia, pero a medida que se consolidan como académicos llegan, igualmente, a la conclusión de que en el camino signado por la evaluación al desempeño es más difícil avanzar. Hay estudios que demuestran la poca movilidad entre los niveles académicos en el SNI.
La fragmentación en clases y subclases de académicos, la inconsistencia de estatus, el individualismo, vivir de las becas al desempeño, nos hizo políticamente conformistas y nos dejó sin condiciones para hablar y actuar, para defendernos y defender nuestras instituciones. Pero esta situación, toda, nos está permitiendo cuestionar el régimen de trabajo que se nos ha impuesto y buscar caminos que pongan al académico en una figura más acorde a las circunstancias de la universidad en este momento histórico de México.
* Seminario de Educación Superior, IIS. Profesor de la FCPS. UNAM.
En México, el malestar de los académicos no es resultado de la coyuntura recesiva. No. Es resultado de varios lustros de aplicar una política para la educación superior que acota y controla el trabajo por la vía de premios y castigos. Las contradicciones de dicha política comienzan a manifestarse.
Al igual que en otros países, aquí hay insatisfacción con la falta de transparencia en los dictámenes, malestar con los mecanismos de contratación, promoción y permanencia en el trabajo, con la evaluación para el pago por méritos o tortibonos, como se dice en varias universidades públicas.
He aquí que en la UAM se ha creado un sindicato de académicos. He aquí que el sindicato de académicos de El Colegio de México paró por una hora las actividades el 16 de febrero. He aquí que seis de cada diez académicos en el país dijo estar en desacuerdo con la idea de que hay buena comunicación entre ellos y las autoridades administrativas.
Pues no la puede haber. Hay quienes en el gobierno y en las instituciones educativas suponen que los académicos tenemos condiciones de privilegio, que hacemos poco, que no son rentables los resultados del trabajo, sobre todo en el campo de la cultura.
Nos colocaron en un régimen de desconfianza y nuestros argumentos sobre el valor de lo que hacemos han sido ignorados. El académico mexicano no labora suficiente —dicen las burocracias oficiales—, aun cuando la encuesta internacional de académicos indica que hemos aumentado el tiempo de trabajo por semana y que trabajamos en promedio por encima de las cuarenta horas.
Hemos soportado que nos llamen flojos y muchas cosas. Lo hemos tenido que hacer porque la mayor parte de nuestros ingresos provienen de becas que nos pueden quitar en cualquier momento. Hemos estado sujetos a un régimen laboral que introdujo el trabajo a destajo, la maquila científica, que rompió el trabajo colectivo (un texto firmado por dos vale la mitad por ese simple hecho). Un régimen que ha roto la artesanía intelectual (Mills), la maduración, la paciencia.
La introducción de la lógica del mercado dio un vuelco a los valores del trabajo académico. De la solidaridad y la colaboración se pasó a la eficiencia, la pertinencia y la eficacia. Al incremento de la productividad del trabajo, a la competencia individual, que es ficticia. La competencia de un académico se asocia a las condiciones que ofrece la institución a la cual está adscrito. De ello depende lograr buenos resultados en el trabajo, publicar o perecer, sobrevivir, como se ha ilustrado empíricamente.
El sistema basado en el desempeño cambió la representación que los académicos tienen de sí mismos. Nos fragmentó y colocó como trabajadores necesitados, subordinados, obedientes a lo que nos exigen los instrumentos de evaluación. Nos convirtió en personas que andan pidiendo constancias que justifiquen su quehacer, negociando dictámenes para conseguir que alguien patrocine la publicación de su obra. El régimen laboral nos ha hecho perder honorabilidad y autoestima. Sí, también hay investigaciones que demuestran el alto nivel de estrés que tienen los académicos y las enfermedades que sufren.
Hemos perdido identidad y sentido de pertenencia al grupo de académicos y a instituciones, que se han debilitado por la operación de reglas externas para calificarnos. Dejaremos como herencia a las nuevas generaciones que el fin de una carrera académica no son las contribuciones intelectuales a la sociedad, sino llegar a los más altos puestos de las jerarquías que hoy nos dividen.
Para ello, decía una joven investigadora, hay que cuidar y dividir el tiempo de trabajo según los puntos que dé una determinada actividad académica, orientar el intelecto a trabajar en aquello que permita subir más aprisa, a producir aquello que sea publicable. Los jóvenes han aceptado, sin remedio, las reglas que ha impuesto la competencia, pero a medida que se consolidan como académicos llegan, igualmente, a la conclusión de que en el camino signado por la evaluación al desempeño es más difícil avanzar. Hay estudios que demuestran la poca movilidad entre los niveles académicos en el SNI.
La fragmentación en clases y subclases de académicos, la inconsistencia de estatus, el individualismo, vivir de las becas al desempeño, nos hizo políticamente conformistas y nos dejó sin condiciones para hablar y actuar, para defendernos y defender nuestras instituciones. Pero esta situación, toda, nos está permitiendo cuestionar el régimen de trabajo que se nos ha impuesto y buscar caminos que pongan al académico en una figura más acorde a las circunstancias de la universidad en este momento histórico de México.
* Seminario de Educación Superior, IIS. Profesor de la FCPS. UNAM.
Tomado de: http://www.campusmilenio.com.mx/
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