El Universal/10 de marzo de 2009
Hace unos días cumplió 80 años de vida política y hoy varias encuestas ubican al PRI como el puntero rumbo a las elecciones del próximo 5 de julio. Después de haber perdido de forma sistemática votos y escaños, cientos de municipios, 13 estados y el Distrito Federal, así como dos veces la Presidencia de la República, en los últimos dos años ha empezado a recuperar votos. ¿Por qué?
La transformación de un partido de Estado, que pasó por una fase de partido hegemónico, luego se convirtió en un partido dominante y, finalmente, llegó a ser un partido más dentro de un sistema competitivo, necesariamente implica pérdida de votos. El tránsito mexicano fue de un sistema de partido hegemónico a un sistema hegemónico de partidos.
El PRI fue el partido gobernante durante la mayor parte del siglo XX mexicano. Tuvo diversos momentos, desde su nacimiento en 1929 como Partido Nacional Revolucionario (PNR) que unificó a las élites militares, su refundación corporativa en 1938 como Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y su institucionalización estatal desde 1946 como PRI. En las tres fue un partido autoritario.
El presidencialismo priísta y el partido de Estado fueron las principales piezas que durante décadas encabezaron el rompecabezas del sistema político en México. Así fue entre 1929 y 1994; en el 2000 llegó la hora de cambiar de partido en el gobierno. La expectativa, hoy incumplida, fue dejar atrás el autoritarismo mexicano en sus diversas expresiones: el particularismo como forma de dominio de los intereses particulares sobre los bienes públicos; el patrimonialismo como enriquecimiento ilícito; la corrupción como el lubricante del sistema político; el caciquismo como la intermediación mafiosa de intereses; el clientelismo como la forma de intercambio de votos por favores.
Este sistema nos llevó a vivir una crisis tras otra (1954, 1982, 1987, 1995); una represión tras otra, primero en mundo laboral, luego con los estudiantes, más tarde con los movimientos sociales. Las elecciones eran rituales confirmatorios de decisiones políticas, y cuando llegaban a ser competidas, resultaban fraudulentas. Había una imposibilidad de construir ciudadanos y tener un estado de derecho eficiente y eficaz. Con estas piezas —que siguen vigentes en muchos sentidos— gobernó el PRI.
No se puede entender el probable regreso del PRI sin el deficiente desempeño de los gobiernos panistas y los graves errores de la izquierda. Desde el 2000 hemos tenido un panismo con dos estilos diferentes, Fox y Calderón, pero que han coincidido en tres cuestiones estratégicas: a) ambos hicieron un gobierno para administrar el estado de cosas que heredaron, pero transformaron el sistema político; b) se acomodaron a las viejas estructuras y se aliaron con los intereses más caducos del viejo corporativismo, de los monopolios empresariales y mediáticos, con los caciques estatales y locales; c) ambos gobernaron con el PRI, con sectores, franjas, grupos.
Por ello, quizá el repunte electoral que hoy beneficia al PRI tenga una racionalidad que tal vez diga: “Si así es el país, para qué queremos malas copias como los gobiernos panistas; mejor vamos con el original, que al menos no engaña con bandearas de democracia y honestidad y puede ser un operador más eficaz”.
Del lado de la izquierda tenemos que el desastre de la crisis postelectoral en 2006 barrió con una buena parte de los apoyos externos, ésos que la llevaron a la puerta de Los Pinos. En el proceso de 2006 la opción de la izquierda captó a un electorado que pudo haberla llevado al triunfo, si no se hubieran cometido errores críticos en la estrategia del candidato. ¿Cuándo tendremos una izquierda menos estridente y fragmentada, más moderna y más democrática?
La ola democratizadora ha terminado, nos quedamos con un sistema electoral que funciona en términos de competencia, está institucionalizado, pero convive con amplios territorios de autoritarismo caciquil, con graves desigualdades sociales, y con una falta de control del Estado en diversos territorios que están en manos del crimen organizado. Según Latinobarómetro, el apoyo a gobiernos que sean eficaces, a pesar de no ser democráticos, está en América Latina en 53%, pero en México llegamos a 61%.
Este es el clima en el que posiblemente regresará el PRI; un partido que no hizo cambios internos, simplemente recuperó la disciplina interna y esperó el fracaso de la oposición. Pero quizá la pregunta sea: ¿alguna vez se fue el PRI?…
Investigador del CIESAS
La transformación de un partido de Estado, que pasó por una fase de partido hegemónico, luego se convirtió en un partido dominante y, finalmente, llegó a ser un partido más dentro de un sistema competitivo, necesariamente implica pérdida de votos. El tránsito mexicano fue de un sistema de partido hegemónico a un sistema hegemónico de partidos.
El PRI fue el partido gobernante durante la mayor parte del siglo XX mexicano. Tuvo diversos momentos, desde su nacimiento en 1929 como Partido Nacional Revolucionario (PNR) que unificó a las élites militares, su refundación corporativa en 1938 como Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y su institucionalización estatal desde 1946 como PRI. En las tres fue un partido autoritario.
El presidencialismo priísta y el partido de Estado fueron las principales piezas que durante décadas encabezaron el rompecabezas del sistema político en México. Así fue entre 1929 y 1994; en el 2000 llegó la hora de cambiar de partido en el gobierno. La expectativa, hoy incumplida, fue dejar atrás el autoritarismo mexicano en sus diversas expresiones: el particularismo como forma de dominio de los intereses particulares sobre los bienes públicos; el patrimonialismo como enriquecimiento ilícito; la corrupción como el lubricante del sistema político; el caciquismo como la intermediación mafiosa de intereses; el clientelismo como la forma de intercambio de votos por favores.
Este sistema nos llevó a vivir una crisis tras otra (1954, 1982, 1987, 1995); una represión tras otra, primero en mundo laboral, luego con los estudiantes, más tarde con los movimientos sociales. Las elecciones eran rituales confirmatorios de decisiones políticas, y cuando llegaban a ser competidas, resultaban fraudulentas. Había una imposibilidad de construir ciudadanos y tener un estado de derecho eficiente y eficaz. Con estas piezas —que siguen vigentes en muchos sentidos— gobernó el PRI.
No se puede entender el probable regreso del PRI sin el deficiente desempeño de los gobiernos panistas y los graves errores de la izquierda. Desde el 2000 hemos tenido un panismo con dos estilos diferentes, Fox y Calderón, pero que han coincidido en tres cuestiones estratégicas: a) ambos hicieron un gobierno para administrar el estado de cosas que heredaron, pero transformaron el sistema político; b) se acomodaron a las viejas estructuras y se aliaron con los intereses más caducos del viejo corporativismo, de los monopolios empresariales y mediáticos, con los caciques estatales y locales; c) ambos gobernaron con el PRI, con sectores, franjas, grupos.
Por ello, quizá el repunte electoral que hoy beneficia al PRI tenga una racionalidad que tal vez diga: “Si así es el país, para qué queremos malas copias como los gobiernos panistas; mejor vamos con el original, que al menos no engaña con bandearas de democracia y honestidad y puede ser un operador más eficaz”.
Del lado de la izquierda tenemos que el desastre de la crisis postelectoral en 2006 barrió con una buena parte de los apoyos externos, ésos que la llevaron a la puerta de Los Pinos. En el proceso de 2006 la opción de la izquierda captó a un electorado que pudo haberla llevado al triunfo, si no se hubieran cometido errores críticos en la estrategia del candidato. ¿Cuándo tendremos una izquierda menos estridente y fragmentada, más moderna y más democrática?
La ola democratizadora ha terminado, nos quedamos con un sistema electoral que funciona en términos de competencia, está institucionalizado, pero convive con amplios territorios de autoritarismo caciquil, con graves desigualdades sociales, y con una falta de control del Estado en diversos territorios que están en manos del crimen organizado. Según Latinobarómetro, el apoyo a gobiernos que sean eficaces, a pesar de no ser democráticos, está en América Latina en 53%, pero en México llegamos a 61%.
Este es el clima en el que posiblemente regresará el PRI; un partido que no hizo cambios internos, simplemente recuperó la disciplina interna y esperó el fracaso de la oposición. Pero quizá la pregunta sea: ¿alguna vez se fue el PRI?…
Investigador del CIESAS
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