La Crónica de Hoy/11 de marzo de 2009
A diferencia de lo que pueda ser en otras partes del mundo, el emeritazgo en nuestras instituciones no conlleva una necesaria jubilación o retiro de las actividades académicas de investigación y docencia. Representa, por lo general, un nuevo estímulo y un nuevo punto de partida para proseguir la marcha, desde este otro estatus, desde esta otra edad biológica y académica, de mayor cumplimiento y “madurez”, y con ello de mayor responsabilidad. Esta culminación como eméritos del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) es eso, una culminación, pero no un término o un final. Y no lo es por la simple razón de que la tarea de investigar forma parte de nuestra vida, constituye de hecho una forma de vida. Es esencialmente una vocación, antes que una mera actividad profesional o un trabajo. La investigación, que en griego se dice cetosis y significa búsqueda, tiene en sí su propio móvil y razón de ser, lo que la hace interminable por definición.
Lo que sí termina –relativamente– con el emeritazgo es la evaluación periódica, inherente al SNI mismo. Concluye ese largo periodo –parte muy considerable de nuestras vidas– en que cada tres años tuvimos que rendir cuentas del trabajo realizado, pasando por el dictamen de nuestros pares. Nos hemos liberado ya de esa especie de “espada de Damocles” –valga la exageración– que pendía sobre nuestras cabezas, cada vez que llegaba la dead line del informe. Nuestra situación como eméritos es, en efecto, privilegiada, no sólo por el prestigioso estatus académico que conlleva, sino por la liberación del carácter obligatorio de nuestras actividades, más acorde con la posible mengua de energías, aunque no del entusiasmo ni del compromiso.
Entre los cometidos principales del SNI ha estado esa doble y concomitante misión: la de ser, por un lado, un incentivo que coadyuve a los investigadores nacionales a alcanzar las posiciones de excelencia, liderazgo y vanguardia en la producción científica, humanística y tecnológica que se realiza en México, y, por el otro, que coadyuve hacia la integración de éstos en el ámbito nacional y su incorporación activa al ámbito internacional. En efecto, el SNI constituye un “Sistema Nacional” en la medida en que, contando con la pertenencia de sus miembros a diversas universidades e instituciones académicas del país, las abarca y unifica a nivel nacional dentro de los mismos objetivos y criterios. Y éstos, a su vez, hacen propios los parámetros internacionales que privan en las distintas áreas y disciplinas. Se persigue ciertamente la internacionalización del quehacer del investigador, intrínseco a su propia cientificidad.
Llama la atención el hecho de que ya por 1982, cuando empieza a cobrar realidad la creación de un Sistema Nacional de Investigadores, éste sea planteado como una respuesta urgente a la crisis económica por la que entonces atravesaba el país, amenazando la existencia misma de la investigación. Y así nació el SNI, en 1984, configurado para ser, al mismo tiempo que un apoyo económico, un invaluable respaldo académico para investigadores de diversas áreas. Hoy, ante una situación análoga, y quizás más grave aún, lo urgente no es sólo la permanencia del Sistema sino su fortalecimiento. Hoy, como entonces –y más todavía– conviene hacer el recordatorio del papel imprescindible, literalmente capital que tienen la ciencia y la cultura para la nación y, en especial, el cultivo creativo de ellas en que se cifra la investigación. El recordatorio, en suma, hoy más urgente que nunca, es que el desarrollo humano no es ni puede ser unilateral. No puede darse solamente en el orden económico y material, sino, precisamente por ser humano, ha de ser desarrollo en todos los ámbitos de la educación y de las actividades científicas y culturales.
Y desde sus orígenes, el SNI se ha configurado para atender tanto a las áreas de las ciencias exactas y naturales como a las humanas y sociales, y se ha podido ampliar a las ingenie-rías y las tecnologías, e incluso a desdoblarse para haber dado lugar al Sistema Nacional de Creadores.
Es esta pluralidad, esta visión holística (que en realidad se hace eco de la multiplicidad disciplinaria que ha prevalecido en la UNAM y en otras de nuestras universidades), es esta visión aquello que, precisamente en la crisis del presente y del previsible porvenir, hay que preservar e incluso mejorar. Porque hoy la amenaza está puesta en la necesidad de que sólo sean atendibles las necesidades, valga la circularidad. Antes que la amenaza de una tecnocracia, está la de una literal econocracia, de que la urgencia de satisfacer los imperativos económicos de la sociedad predomine sobre todas las demás esferas de la actividad humana. La amenaza no es la tecnología, como a veces se piensa. Lo grave es la hegemonía absoluta de intereses exclusivamente utilitaristas, y el consecuente eclipse, la desvalorización progresiva de las actividades que no redundan en beneficio práctico material, que no contribuyan al desarrollo económico del país, al menos no de manera directa y expresa. De ahí el menosprecio, si no es que la invalidación, de las vocaciones ejercidas como fin en sí mismas, tengan o no beneficios utilitarios. Y de ahí en concreto el desequilibrio que puede darse cuando se privilegia, en todos los órdenes, el cultivo de las ciencias aplicadas y de las tecnociencias en detrimento de las ciencias básicas; el desdén por éstas, considerando que sólo valen en la medida en que sirven para obtener aplicaciones concretas y útiles. Con más razón, el desprecio por “las inútiles humanidades”, que “no sirven para nada” –para nada, desde luego, de producción de bienes materiales–.
No se trata, por supuesto, de desconocer la urgencia y la obligación política, profesional, educativa, ética incluso, de atender a la generación de riqueza material, más aun en los momentos de crisis, como tampoco es cosa de minimizar las excelencias y la adquisición irrenunciable de las creaciones tecnológicas. Se trata de equilibrio, de atender a un desarrollo simultáneo. pues nada justifica que con la evidente urgencia de atender a la generación de productos de utilidad, bienes económicos y de servicio se abandone el apoyo a las ciencias, a la cultura, a la educación superior, y sobrevenga entonces la crisis y el empobrecimiento de éstas, con las graves consecuencias de barbarie que ello traería consigo.
Por otra parte, es evidente que uno de los ejes del SNI es el de los criterios de evaluación, de los parámetros que orientan tanto el trabajo de los investigadores como el de las comisiones evaluadoras, pues junto con los estándares generales se requiere el juicio de los pares y el análisis conjunto de cada caso para acercarse a la mayor objetividad y justicia posibles, cuestión ésta que, como es natural, ha sido un punto neurálgico del Sistema.
Y es insoslayable que a lo largo de los años el SNI ha sido objeto de diversas críticas, dignas de mayor o menor consideración. Pero también es obligado reconocer que el Sistema se ha ido transformando y creo yo que perfeccionando, aunque esto no implique que no siga abierto a crítica y a nuevas modificaciones.
La diversidad de áreas ha traído consigo un considerable número de dificultades para la justa evaluación de los investigadores de las diferentes disciplinas. Hablando desde el área humanística –que es la que me corresponde–, éste ha sido un relevante problema que por fortuna con los años –y con el reclamo de su especificidad– se ha venido resolviendo. Concretamente, la significación eminentemente cualitativa de la investigación en humanidades lleva a la consecuente imposibilidad de expresar sus productos y actividades en términos cuantitativos. No son operantes para nuestras disciplinas los criterios del Citation Index. A veces, inclusive, el éxito cuantitativo que llegan a tener algunas obras de nuestras áreas tienen más valor ideológico o coyuntural que científico o rigurosamente académico. Y tampoco son válidos en las disciplinas humanísticas los criterios de la prioridad del artículo indexado sobre el libro, mismo que en su mayoría es resultado de la investigación como tal y no de mera difusión o divulgación.
Por sus propias funciones, el SNI conlleva riesgos y peligros que con frecuencia han sido advertidos y denunciados y que abordaré en la segunda entrega de este artículo.
*Profesora emérita de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e Investigadora Nacional Emérita del Sistema Nacional de Investigadores. Directora del Seminario de Investigación de Ética y de Bioética de la UNAM. Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC).
No hay comentarios:
Publicar un comentario