domingo, 12 de octubre de 2008

El país que viene


Jorge Zepeda Patterson
El Universal/12 de octubre de 2008

La recesión en EU provocará tsunamis sucesivos en la economía mexicana de manera lenta pero implacable.
La crisis de 1995 se ensañó en gran medida contra la clase media. La crisis que se avecina, en cambio, será devastadora para los más pobres. En el 95 la crisis bancaria se llevó “entre las patas” a las personas que habían contraído créditos para autos y viviendas; a los empresarios con deudas en dólares.
El Barzón estaba formado por quienes tenían algo que perder. Desde luego, el encarecimiento de la vida afectó también a los que menos tenían. Pero Estados Unidos crecía a buen ritmo, lo cual significó que las remesas arreciaran, la depreciación del peso inundó de maquiladoras a la frontera y el exilio masivo al norte despobló las zonas más deprimidas de Zacatecas, Guerrero y Oaxaca. Mal que bien, los desposeídos pudieron echar mano de estrategias de supervivencia (entre ellas la siembra de mariguana ante la inviabilidad del cultivo del maíz).
La crisis que padeceremos a lo largo de los próximos dos años es de naturaleza distinta. No hay riesgo inminente de que algún banco se declare en quiebra y tampoco nos acecha la amenaza de un Fobaproa II.
Pero no es el caso de la economía “real”, la que tiene que ver con el empleo y la producción. El jueves Hacienda informó que este año se crearían sólo 300 mil empleos en lugar de los 800 mil que se tenían contemplados. No es un dato económico, es una tragedia social.
¿Qué hará el medio millón de personas que iba a ocupar esos empleos? La recesión en Estados Unidos es un estremecimiento ondulatorio que provocará tsunamis sucesivos en la economía de los mexicanos de manera lenta pero implacable. No sólo porque dejará de absorber gran parte de los 400 mil mexicanos que solían irse cada año, también porque cerrarán maquiladoras, disminuirán los ingresos turísticos y descenderá el envío de remesas: verdadero subsidio a la pobreza.
El 40% de los beneficiarios de remesas son pobres, según la Secretaría de Desarrollo Social. Pero con la disminución de envíos una porción importante del 60% restante engrosará las filas de los menesterosos.
En beneficio de Calderón y su gobierno habrá que decir que la crisis actual procede del exterior, mientras que la del 95 fue producto de errores de las autoridades de aquel entonces. Sin embargo, las consecuencias políticas ahora pueden ser infinitamente mayores.
Lo que sucede en Morelos con la rebelión magisterial es un fenómeno complejo, imposible de abordar en este breve espacio, pero un indicio de lo que puede suceder con la creciente exasperación de actores sociales frente a la disminución de un pastel pequeño y mal repartido. La tentación de reprimir para salir del problema será enorme. En un contexto de tal explosividad social, enfrentar la disidencia a golpes es la manera más rápida de incendiar la pradera.
Podemos no estar de acuerdo con Guillermo Ortiz o con Carstens, pero nadie puede negar que sean expertos en la materia. Sin embargo, no puede decirse lo mismo de los operadores políticos de Calderón. Carecen de habilidades para negociar acuerdos estructurales, ya no digamos para desmantelar el campo minado en que habrá de convertirse la geografía nacional.
La pregunta del memorable libro de Julieta Campos, ¿Qué hacemos con los pobres?, es hoy más pertinente que nunca. Aunque esa pregunta bien podría trocarse en otra más dramática: ¿qué van a hacer los pobres con el país que los desprecia?

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