domingo, 5 de octubre de 2008

No se olvida

Sara Sefchovich
El Universal/5 de octubre de 2008

Dicen que el 2 de octubre no se olvida. ¿Cómo se va a olvidar si nos lo machacan hasta el delirio? Parecería como si en México para que la gente conozca su historia hay que empujársela sin piedad en diarios y revistas, televisión y radio, cine y libros, con palabras, imágenes y sonidos.
Y sin embargo, tanto ruido para siempre decir lo mismo, para volvernos a contar las asambleas y marchas, la sensación feliz de adueñarse de las calles y sentirse hermanos de todos y también la brutal represión.
Se afirma que el 68 “cambió la historia del México moderno”. ¿No será que creemos eso porque sucedió en la capital y porque quienes lo vivieron tienen hoy voz en los medios y lugar en la política y entonces hacen que se considere tan importante? Se afirma también que fue una revolución libertaria, sexual, contracultural, semilla de la democracia. ¿No será que es un recuerdo hecho de nostalgia pero también de invenciones a posteriori, pues, como dice Carlos Martínez Assad, esa claridad en los métodos y objetivos de la que se habla hoy no era tan clara entonces?
En todo caso, lo que tenga de momento significativo, que sin duda lo fue, no es por único sino precisamente al contrario, porque forma parte de una larga historia de movimientos y conflictos sociales en el país, lo cual, por lo demás, es el proceso normal como se conforma la historia. Y por lo que se refiere a las nuevas costumbres y modos de pensar, tampoco los inventó sino que detonó cambios que ya venían fraguándose y los hizo evidentes, lo cual también es el modo como se resuelven siempre en la historia las tensiones que surgen entre lo nuevo y lo que se deja atrás y que provocan los saltos.
Pero lo que más me llama la atención es la reiteración de la forma tradicional de construir la historia oficial: una versión de las cosas desde arriba, que destaca a los líderes (a los reales y a los que hoy se ponen como tales), a los que presentan como dechado de virtudes y valentía, y deja fuera a los de a pie; una narrativa única, conformada por una colección de hechos y de intepretaciones siempre idénticos; una historia en blanco y negro, con una versión demasiado definitiva (como decía Henríquez Ureña) de las cosas, en la que no existe ni la sociedad, la cultura ni la historia propias ni el mundo de afuera.
Con el 68 hemos hecho lo que hacemos siempre: crear una fecha más en este país al que le encantan las efemérides y que convierte todo en momentos fundacionales: “La Revolución nos creó”, “El 85 vio nacer a la sociedad civil”, “El 68 fue un parteaguas”.
¿Por qué no existe entre nosotros otra manera de concebir al pasado? ¿Por qué no somos capaces de entenderlo en movimiento y con sus contradicciones, como resultado del quehacer colectivo y de una serie de procesos que culminaron en él? ¿Por qué, como dice Carlos Aguirre, insistimos en convertir a las múltiples memorias en algo unívoco? ¿Por qué no hemos sido capaces de aprovechar precisamente al gran movimiento estudiantil de 1968 para modificar esa forma de hacer nuestros discursos?

sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM

No hay comentarios: