martes, 26 de mayo de 2009

Aprender a aprender

Axel Didriksson
Excélsior/26 de mayo de 2009

En determinados periodos de su devenir, las sociedades aprenden de forma brutal, rápida e intensa. Esto sucede cuando ocurren acontecimientos desastrosos como guerras, sismos, pandemias, pero también si se conocen datos e investigaciones que reportan un conocimiento útil para su sobrevivencia o su desarrollo.
Ambas causalidades se presentan separadas o mezcladas, pero siempre vale la pena tomarlas en cuenta, para poder alcanzar mayores niveles de aprendizaje colectivo y de organización social. Cuando esto no sucede, el acontecimiento original puede quedar como una mera referencia simbólica, algo que se va olvidando, o quedar como una experiencia efímera que no alcanza a expresarse en avances a favor de la sociedad. ¡Cómo hemos padecido esto en innumerables ocasiones¡
Una sociedad del conocimiento debe organizarse para poder transformar lo que sabe, descubre o padece en componentes sociales de superación, crecimiento para todos y estímulos para un aprendizaje permanente. Así ha ocurrido en muchas latitudes, de una manera u otra: Estados Unidos se alarmó al descubrir su brecha tecnológica, cuando Rusia lanzó su primer Sputnik. Sin embargo, más tarde, una investigación que llevó como título A Nation at Risk (1983), señaló que, “nuestros fundamentos educativos… están minados por la erosión de una marea de mediocridad (rising tide of mediocrity)”. Otros países tampoco han aprendido de sus experiencias o de sus conocimientos o no lo pueden hacer porque están metidos en una guerra o sus gobiernos son verdaderamente insulsos.
En México se sufrió de un aprendizaje violento con los sismos de 1985 y, ahora, con una mejor organización, enfrentamos la epidemia del virus A. Pero más allá de ello, no hemos sido capaces de realizar cambios fundamentales para avanzar sobre la pobreza democrática que se vive, el lodazal y la violencia cotidianos, la mediocridad educativa y el atraso en la investigación en ciencia y tecnología. Frente al virus, sólo por la disciplina de la sociedad no pasamos a mayores, pero no contábamos con una infraestructura adecuada ni con los recursos para hacer frente a una investigación a fondo sobre las cepas que se recogían durante la crisis epidemiológica, tal como lo confirmó, hace unos días, la directora del Instituto de Diagnóstico y Referencia Epidemiológica (Indre), Celia Alpuche.
Otra situación hubiéramos tenido si hubiésemos superado la mediocridad educativa que se vive desde hace décadas y los debates reducidos a lo insustancial. Para poner un ejemplo de ello, la discusión educativa posvirus se ha reducido al tema del alargamiento del número de horas de clase o de las horas de dedicación del profesor en el aula. Finlandia tiene el número de horas de instrucción más bajo del mundo, pero es el país con más altos niveles de desarrollo educativo. El promedio de horas que tiene México es de los más altos, pero ocupamos los más bajos indicadores en educación. Aquí los profesores trabajan más horas a la semana, mil 80 horas al año, mientras que en Corea se laboran 802 horas y sus indicadores educativos son muy superiores a los nuestros. En gran cantidad de países, los profesores y los investigadores constituyen el sector profesional mejor pagado y no hay rifas de autos de lujo. Otro absurdo para documentar nuestro optimismo: la lógica a través de la cual se ha presentado la existencia de un supuesto genoma “mexicano” y sus virtudes. Algo anda mal, ¿no es cierto?
El promedio de horas que tiene el país es de los más altos, pero ocupamos los más bajos indicadores en educación.
didrik@servidor.unam.mx

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