lunes, 18 de mayo de 2009

Jaime Torres Bodet para panistas

René Avilés Fabila
Excélsior/17 de mayo de 2009
El pasado 13 de mayo se cumplieron 35 años de la muerte de Jaime Torres Bodet. Como ya es natural, desde que llegaron los panistas al poder, la fecha pasó totalmente inadvertida. Se impuso el silencio de la burocracia cultural y la Presidencia de la República. Hace unos meses, Felipe Calderón tuvo la ocurrencia de citarlo como a un gran mexicano, que lo era. El problema es que el Presidente ignora su biografía, tiene una vaga idea sobre la enorme personalidad y amplia obra literaria, educativa y política de Torres Bodet. De esta manera, ante intelectuales y medios, dijo que había sido “secretario de seguridad pública” (sic y sic).
A los panistas no se les da la cultura. Fox y su esposa nos entregaron innumerables páginas de humor involuntario con sus repetidos errores en tal sentido. Siempre me he preguntado, ¿quiénes son los cultos de ese partido, por cierto, fundado por Gómez Morín, uno de los intelectuales del grupo Los siete sabios, donde brillaba Vicente Lombardo Toledano? No los veo. Rechazan el arte, eso es definitivo.
Volvamos a Jaime Torres Bodet. Me limitaré a unos cuantos datos. Nació en la Ciudad de México en 1902. En 1921, ya era escritor, académico y secretario particular de José Vasconcelos, entonces rector de la Universidad Nacional. Fue parte del luminoso grupo Contemporáneos, donde militaron escritores como Salvador Novo, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Jorge Cuesta, Elías Nandino, Gilberto Owen y Xavier Villaurrutia. Esta generación, audaz y poco convencional, se atrevió a dar zancadas para alejarse del cerco nacionalista que asfixiaba a las artes.
Torres Bodet no dejó de cultivar ningún género literario y escribió brillantemente poesía, ensayo, cuento y novela. Sus discursos fueron afamados por la belleza, inteligencia y cultura de cada párrafo. Sobresalen libros como El escritor en su libertad, Tres inventores de la realidad, Patria y cultura, Margarita de niebla, La educación sentimental, Fervor, El corazón delirante y Trébol de cuatro hojas. Sus tomos autobiográficos son espléndidos trozos de la historia de México y su vida intelectual. Fue miembro de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua y obtuvo, entre muchos reconocimientos, el Premio Nacional de Letras en 1966. Creó los locales del Museo de Antropología y de Arte Moderno.
Esto quizá no importe a políticos y funcionarios panistas tan poco afectos a la cultura. Pero algo debió decirle a Felipe Calderón el nombre de Jaime Torres Bodet, si lo citó (equivocadamente) para hacerse pasar ante la nación como un hombre de lecturas. Lo imperdonable es que no sólo se refería a un enorme literato sino también a un altísimo funcionario de talla internacional. Pellicer lo embromó: “Jaime, te retiraste a la vida pública.” Torres Bodet fue dos veces secretario de Educación Pública, con Manuel Ávila Camacho y Adolfo López Mateos, y una de Relaciones Exteriores en el gabinete de Miguel Alemán, representante constitutivo de México en la OEA, director general de la UNESCO y embajador en Francia. ¿Debo seguir la lista?
Hay algo aún más destacado de este mexicano notable, cuya muerte pasó inadvertida para la SEP y el Conaculta: como titular de Educación Pública del gobierno de López Mateos, creó el Libro de Texto Gratuito. Para llevar a cabo tal hazaña formó una comisión de distinguidos maestros y al frente puso al magnífico novelista Martín Luis Guzmán. En el PAN tampoco saben quién fue éste, pero eso queda para otro artículo.
Los panistas combatieron ferozmente al Texto Gratuito, lo calumniaron y acusaron de ser pro comunista. La derecha gritaba que atentaba contra la libertad. Pero la idea era aguda y luminosa: si la Constitución dice que la educación debe ser gratuita, faltaba darle a los niños las herramientas fundamentales: los libros. Hoy es uno de los lujos del PAN hecho gobierno. Las hazañas culturales de Torres Bodet son tan impresionantes como sus logros en tanto funcionario. Su nombre iluminaba al gobierno de López Mateos. ¿Podríamos decir algo semejante de los dos más recientes mandatarios? ¿Uno de los suyos valió la pena? Reyes Tamez, Vázquez Mota y Alonso Lujambio no son José Vasconcelos, Agustín Yáñez ni Jaime Torres Bodet, pero algo deberían saber sobre letras y educación y entonces orientar a Felipe Calderón para que no meta la pata. Vergüenza ajena cuando Vázquez Mota confundió el título de una novela de Carlos Fuentes o cuando Fox fue incapaz de pronunciar el nombre del muy afamado Jorge Luis Borges. Temo que seguiremos con este tipo de ridículos y descuidos. Si es cierto que las autoridades actuales buscan publicidad festejando a dos o tres figuras, las mismas de siempre, también lo es que vagan sin rumbo. Ni siquiera intentan crear un inteligente proyecto de política cultural. Siguen el viejo esquema de poner a amigos en ciertos cargos y listo. ¿Y el cambio prometido? Pobre país: tan lejos de Dios y en manos del PAN.
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