martes, 8 de julio de 2008

Una historia para meditar

René Drucker Colín
La Jornada, 8 de julio de 2008

Desde hace 37-38 años se creó el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), organismo supuestamente destinado a impulsar, desarrollar y financiar el destino de la ciencia mexicana. Su creación fue, desde luego, una excelente idea y era la respuesta del Estado mexicano a una necesidad evidente. Sin duda, de ese inicio a la fecha la ciencia mexicana ha sido impulsada y, a consecuencia de ello, ha crecido. Se han generado en diferentes épocas una serie de estrategias que han sido benéficas para esta actividad fundamental. Enumeraré las que creo más importantes:

1. Se destinaron fondos para apoyar financiamiento a proyectos de investigación.

2. Se fundó el Sistema Nacional de Investigadores (SNI).

3. Se instituyeron becas para estudiantes de posgrado.

4. Se generó un programa de repatriación de científicos mexicanos que estaban en el extranjero.

5. Se crearon los Centros SEP-Conacyt, ahora llamados Centros Públicos de Investigación.

6. Se impulsaron unas leyes de ciencia y tecnología.

7. Se establecieron los fondos mixtos y sectoriales para apoyar proyectos científicos.

Éstas y algunas otras iniciativas lograron en estos treinta y tantos años crear un sistema científico respetado y respetable, que en general es de muy buena factura. Sin embargo, este sistema tiene dos problemas graves: es demasiado pequeño para el tamaño del país y está sumamente desvinculado del sector productivo y de la sociedad que lo cobija. Ojo, no quiero decir que la vinculación esté en ceros, sólo quiero decir que es pobre siendo que se podría hacer muchísimo más.

Para sustentar lo que aquí escribo, sólo quiero señalar, por ejemplo, que de 10 años para acá la inversión que ha destinado el gobierno federal a la ciencia prácticamente no ha variado y, si lo ha hecho, ha sido para disminuir la inversión, como ha sido de 2003 a la fecha.

El presupuesto del Conacyt prácticamente no ha variado en los últimos 10 años y en consecuencia no tiene con qué apoyar bien a la ciencia que existe y hacerla crecer. De los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), estamos en último lugar en inversión en ciencia. De 17 años para acá, el número de personas graduadas con doctorado ha crecido 10 veces, gracias seguramente al programa de becas del Conacyt, ya que pasó de 200 graduados en 1990 a 2085 en 2006. Sin embargo, analizando los países que podrían compararse con el nuestro, otra vez andamos pobres: Brasil doctoró a 9 mil 366, España a 8 mil 250, Corea a 9 mil 254, y ya no se diga Estados Unidos: 44 mil 436 en el año 2006.

Sin duda también el número de investigadores aumentó 10 veces desde que se inició el SNI, pues pasó de cerca de mil 400 en 1984 a 14 mil el día de hoy; no obstante, somos el país en la OCDE con menos investigadores (1.1) por cada mil de la población económicamente activa (PEA). Si bien es cierto también que ha habido un esfuerzo en descentralizar la ciencia, en 2006 la zona metropolitana tenía como 60 por ciento y los estados 40 por ciento de los miembros del SNI. Con esta distribución, varios estados de la República tienen muy, pero muy pocos científicos.

De entre los problemas más graves que tenemos está la falta de transferencia de tecnología, lo cual nos hace sumamente débiles en el uso de insumos del conocimiento. En 2004, las solicitudes de patentes por residentes mexicanos fue de 565, pero las concedidas sólo fueron 162. En el mismo periodo, Japón solicitó 358 mil 184, Estados Unidos 189 mil 536, Alemania 48 mil 448 y Brasil 3 mil 892. Esto hace que nuestro coeficiente de inventiva sea de 0.05 y la relación de dependencia de 22.35, mientras que para Japón es exactamente al revés, pues su coeficiente de inventiva es de 28.80 y su relación de dependencia de 0.14.

A todas luces México país requiere un cambio en política científica, pero no hay interés del gobierno. La gran pregunta que surge es ¿por qué? Pues me encontré en la Enciclopedia Británica algo a mi parecer interesante: de 1455 a 1955, o sea, en 500 años, la enciclopedia enlista los 56 principales inventos que considera que se han hecho y que van de la imprenta al transistor. Pues bien, de los 56 inventos, 24 fueron originados en Estados Unidos, 14 en Inglaterra, ocho en Francia, cinco en Alemania, tres en Holanda y dos en Italia. Seguro que hay más inventos, pero lo que resalta desde luego es que ninguno de los que reseña provienen de México, y menos del tercer mundo. ¿Será que la inventiva es propiedad europea y estadunidense? Sabemos que los mayas, los aztecas y los incas, así como los chinos y otras culturas, tuvieron inventos y desarrollos importantes también, pero no se reconocen en las memorias históricas de la ciencia, porque los países del llamado primer mundo se han apropiado del conocimiento, porque éste tiene un gran valor económico, mientras que nosotros lo hemos desdeñado.

Nuestra clase política parece coincidir con la idea de que la ciencia es cosa de los países desarrollados y no ha comprendido que nosotros mismos podemos generar conocimiento nuevo y aprovecharlo y que ésta sería la manera más efectiva para poder crecer económica y socialmente.

Mientras esto no les entre en la cabeza, seguiremos teniendo una comunidad científica buena, pero pequeña, que continuará siendo incapaz de generar los grandes beneficios que podría aportar a la nación, si le permitieran crecer y simultáneamente se impulsaran los caminos que tendieran a disminuir la relación de dependencia.

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