Arnoldo Kraus
La Jornada/26 de mayo de 2010
La ciencia, a diferencia de la literatura, no admite ficción. Las artes enriquecen la vida gracias a la imaginación, a la belleza, a la paz que suelen ofrecer. Las ciencias fortalecen la existencia por medio de sus descubrimientos, por los problemas que resuelven, porque mejoran las condiciones de vida. Las artes se nutren del correr de la vida y del contacto entre seres humanos; crecen por lo que observan, y, salvo cuando se usan con fines propagandísticos, como sucedió en la Alemania nazi, suelen ser benéficas e inocuas.
Las ciencias incrementan el conocimiento por medio de reglas muy estrictas. Sus aportes siempre son bienvenidos: sólo dañan cuando se utilizan para destrozar Hiroshima o Nagasaki, o cuando se prueban fármacos en seres humanos sin apegarse a códigos éticos. La ficción no daña. La ciencia, cuando vulnera leyes éticas, produce desgracia. Ni la ciencia ni el arte tienen fronteras.
Algunas conquistas científicas, además de producir admiración, generan preocupación. Craig Venter, uno de los padres del genoma humano, y su grupo, informaron, hace pocos días, la creación de una bacteria. Este hallazgo pone fin a uno de los grandes (e inviolables) dogmas de la biología: las células, es decir, la vida, provienen forzosamente de la división de otras células vivas. Romper paradigmas biológicos es un suceso inmenso. Crear células artificiales generará, seguramente, grandes beneficios; sin embargo, es muy probable que se susciten algunos dilemas éticos. Otro ingrediente insoslayable es que Venter combina su gran capacidad científica con su ímpetu comercial: es fundador y codueño de la empresa Synthetic Genomics.
El descubrimiento del científico estadunidense se inició hace 15 años mientras trabajaba en el genoma humano. Desde el punto de vista científico el logro es inmenso; Venter y su grupo crearon una bacteria cuyo origen son los tubos de ensayo que contienen productos biológicos y químicos y no células madre. Me explico: las células y las bacterias se reproducen a partir de formas similares –madres biológicas es una buena forma de denominarlas–, mientras la bacteria de Venter podría llamarse bacteria sintética o informática, ya que su origen no es la vida tal y como la conocemos, sino la información proveniente de otras células cultivadas en el laboratorio.
La primera “célula sintética”, como la denomina Venter, se llama Mycoplasma mycoides JCV1-syn 1.0. JCV se refiere a John Craig Venter; el 1.0 es su leitmotiv: el científico buscará crear nuevas versiones de células. Por ahora se procurará elaborar vacunas, crear nuevas medicinas, mejorar las características de algunos alimentos, diseñar microrganismos capaces de purificar aguas sucias y producir algas que utilicen la energía solar para generar hidrocarburos. De cumplirse algunos de esos propósitos la aportación del grupo de Venter a la humanidad será inconmensurable.
Los alcances científicos deparan algunas cuestiones. Dentro de las reales resaltan el posible mal uso de las bacterias de laboratorio (“células sintéticas”) para la producción de sustancias tóxicas que se utilicen como “armas biológicas”, es decir, como instrumento del denominado bioterrorismo; esas armas podrían ser una amenaza contra la seguridad pública. Otro uso cuestionable se refiere a la propiedad intelectual del descubrimiento. La patente y sus posibles usos pertenecen a Venter, lo que implica que él tiene derecho para utilizarla de acuerdo con sus intereses empresariales.
El mal uso de la ciencia profundiza las diferencias entre ricos y pobres y se vende al mejor postor. Los bioeticistas bien saben que la propiedad intelectual no es la mejor bandera cuando se trata de acortar las distancias entre distintos grupos de seres humanos. No en balde algunos científicos de vieja cepa, como Jonas Salk, descubridor de la vacuna oral contra la poliomielitis, solía decir que la ciencia no puede ni debe ser patentable.
Además de las cuestiones previas resaltan algunas de índole “filosófica”. Venter comentó: “Este es un paso importante tanto científica como filosóficamente”, a lo cual agregó, “han cambiado mis opiniones sobre la definición de vida y sobre cómo funciona la vida”. Es bien sabido que la ciencia no se detiene. De ahí algunos problemas éticos. Bienvenidas las vacunas y las bacterias que limpien el ambiente. Bienvenidos muchos descubrimientos pero no todos: ¿Qué sucederá cuando se logre modificar el genoma humano?
Aunque es muy probable que pasen muchos años hasta que se logre cambiar el genoma humano, esbozo algunas respuestas: Se mal usará la ciencia, se romperán algunos códigos éticos, se incrementará la brecha entre ricos y pobres, se crearán seres humanos distintos, inmunes a muchas enfermedades y, por último, será necesario reinventar nuevas ficciones antes de que Venter, lejos del bienhechor cobijo de las artes, diseñe seres humanos a la carta.
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