José Sarukhán
El Universal/28 de mayo de 2010
Hace poco, Carlos Fuentes escribía en El País (5/5/10) sobre el tratamiento al que están sujetos en Arizona quienes no tienen tez blanca, pelo rubio y ojos claros. Es decir, que tienen aspecto “latino” y que sólo por ello son sospechosos de ser inmigrantes indocumentados. Un tratamiento reminiscente del fascismo de la época nazi en Europa.
Sin embargo, en el meollo del problema planteado por Fuentes se encuentra la perenne pregunta de por qué tantos mexicanos tienen que hacer —en situaciones de apremio económico extremo— de tripas corazón y lanzarse a través de desiertos inclementes, con riesgos mortales, a una aventura erizada de traficantes y contratadores corruptos e irresponsables, de uno y otro lado de la frontera. México requiere crear fuentes de trabajo para evitar la salida de más mexicanos, pero además para atraer a quienes ya han salido y que, por lo menos en una buena proporción, tienen sentido de iniciativa y deseos de trabajar.
La actual coyuntura de problemas ambientales presenta oportunidades valiosas para ello. Por qué no pensar en lanzar grandes proyectos, de largo plazo, que a la vez que contribuyen a la reducción de emisiones de carbono, ayudan a resolver uno de los principales problemas sociales como lo es el desempleo. Un ejemplo, entre varios otros a los que me referiré en ocasiones futuras, es especialmente significativo en este año de celebraciones de centenarios; se trata de la restitución del sistema ferroviario nacional, que era ejemplar en los tiempos de la revolución mexicana. Nuestro territorio es apto para este tipo de transporte en gran parte de su extensión —el altiplano mexicano— en donde están las principales urbes y las zonas industriales del país. “Resucitar” este sistema ocuparía cantidades importantes de mano de obra, reduciendo la salida de nuestros compatriotas y atrayendo el regreso al país de muchos de ellos; no solamente de mano de obra poco calificada, sino también de técnicos e ingenieros que han emigrado. Un proyecto de este tipo, inteligentemente realizado, con sueldos dignos y adecuados a la experiencia de la gente, significaría también la capacitación especializada de muchos de ellos. No estoy pensando —sería mucho esperar— que México contase con trenes de pasajeros modernos, de alta velocidad, como los europeos o japoneses, que conectasen eficientemente muchas poblaciones.
Sería suficiente que toda la carga, que ahora rueda incesantemente por nuestras carreteras, haciéndolas muy peligrosas y demandando su continuo mantenimiento y reparaciones, se manejase por un sistema ferroviario eficiente y confiable. Ello, adicionalmente, reduciría de manera sustancial las emisiones de carbono por el uso de diesel y gasolina en el rubro de transporte. Aunque las estadísticas a este respecto no son muy consistentes, se estima que en 2008 las emisiones de GEI del autotransporte de carga y pasajeros, fueron de entre 130 y 150 millones de toneladas de CO2 equivalente, de un total de unas 420 millones de toneladas por consumo de combustible.
El efecto adicional, muy importante para nuestro país, es que se abrirían abundantes fuentes de empleo en el manejo de la carga, atención de las estaciones, mantenimiento de máquinas, etc. Esta no es una idea nueva; la he oído y comentado muchas veces antes en conversaciones; de hecho es una de las acciones mencionadas en el Programa Especial de Cambio Climático, aunque sin más elaboración. Requiere de inversiones fuertes sí, pero también ofrece oportunidades invaluables de desarrollo del país en la dirección en la que el mundo debe empezar a moverse. ¿Veremos pasar otra oportunidad, como ha ocurrido en muchos otros casos en el pasado, sin tomar la iniciativa? ¿Otro tren perdido?
jose.sarukhan@hotmail.com
Investigador del Instituto de Ecología de la UNAM
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