Rosaura Ruíz y Ricardo Noguera
El Universal/3 de mayo de 2010
El pasado 22 de abril se celebró en distintos países el Día de la Tierra, una celebración propuesta en 1970 por un grupo de ambientalistas estadounidenses, con el objetivo de promover la conservación y protección de la naturaleza y con la intención de que todos los seres humanos participemos activamente en la solución de los problemas ambientales provocados por nuestras formas de vida. Un mes antes, el 22 de marzo, se celebró el Día Mundial del Agua, una celebración propuesta por la Asamblea General de la ONU en 1992, con el fin de que los humanos hagamos conciencia de los problemas relacionados con la disponibilidad de agua dulce en el planeta. En poco más de un mes, el 5 de junio, se celebrará El Día Mundial del Medio Ambiente, “uno de los principales vehículos que las Naciones Unidas utilizan para fomentar la sensibilización mundial sobre el medio ambiente y promover la atención y acción política al respecto”; esta última celebración fue propuesta en 1973. El año 2010 ha sido declarado por la ONU el Año Internacional de la Biodiversidad, y su finalidad es resaltar la enorme importancia de la diversidad biológica en nuestro planeta y las consecuencias de su pérdida. Es imprescindible, entonces, recordar que nuestro país está entre los cinco países con mayor biodiversidad; es decir, México es un país megadiverso.
La realización de estas celebraciones refleja, por un lado, la fuerte preocupación que los seres humanos sentimos frente a nuestro futuro y, por otro, resulta un instrumento muy útil para generar conciencia ambiental en la población, particularmente en niños y jóvenes.
Hace poco, en el evento “Evolución y Revolución: cambio biológico cambio social”, llevado a cabo los primeros días de abril en la UNAM, el Dr. Pablo González Casanova preguntaba: ¿cuántas Tierras, como la que tenemos, se necesitan para satisfacer las necesidades de vida de los habitantes del planeta? Sí pretendiéramos vivir con las necesidades de recursos con las que se vive en los países altamente desarrollados, la respuesta es que necesitaríamos varias, y en pocos años nos acabaríamos esos recursos.
Hacer un buena celebración de respeto al medio ambiente, a los recursos, al agua y a la Tierra en general, implica reconocer que la Tierra no es exclusiva de nuestra generación, ni exclusiva de los humanos. Miles o quizás millones de generaciones tienen derecho a pisar el suelo que hoy pisamos (y a vivir con dignidad). En el marco de estas celebraciones deberíamos pensar en abandonar las viejas ideas que siguen siendo la base de nuestra actitud hacia la naturaleza y que son, en parte, responsables de que hayamos llegado hasta dónde hemos llegado. La educación y la divulgación científica son esenciales para lograr dar un giro radical a la creencia de que la Tierra y sus recursos están condenados a los hilos del mercado y a lógica de la “propiedad privada”, a la explotación y a la sobre-explotación en beneficio de las ganancias meramente económicas.
Somos una especie, como todas, producto de la evolución, un proceso iniciado hace aproximadamente tres mil 800 millones de años, y que de manera contingente e histórica ha adoptado valores particulares para relacionarse con la naturaleza. Hoy nos encontramos en una encrucijada: destruir las condiciones de vida del lugar en el que ha surgido o darse una oportunidad de cambiar el rumbo de sus estilos de vida y conservar en condiciones óptimas el planeta.
En la definición de esta encrucijada no debemos olvidar que vivimos inmersos en un océano cósmico con miles de millones de estrellas y quizás con millones de planetas, pero que tenemos escasas posibilidades de encontrar una “Tierra” similar a esta.
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