martes, 18 de mayo de 2010

De números y violencia

Jesús Silva-Herzog Márquez
17 de mayo de 2010

Leyendo el New York Times me encuentro con una frase atribuida a Albert Einstein que denuncia la idolatría de los números. “No todo lo que cuenta se puede contar, no todo lo que se puede contar, cuenta.” Lo esencial puede esconderse en la adición. Hay recuentos precisos que pueden opacar el fenómeno que registran. Que la idea sea atribuida al genio de la física permite advertir que no se trata de renunciar a la cuantificación, sino ponerla en su sitio. Saber que es necesario contar pero también es importante evaluar.

Fernando Escalante se impuso la tarea hace meses de hacer la contabilidad de los homicidios en México y llegó a una conclusión que contradice el cuento que escuchamos constantemente en la prensa. México es hoy menos violento de lo que era hace unos años. En un artículo publicado en el número de septiembre de 2009 de la revista nexos llega a la conclusión de que “en los últimos veinte años, concretamente a partir de 1992 y hasta 2007, ha habido una disminución general, continuada del número de homicidios en el país.” Los datos que examina Escalante lo llevan a una conclusión definitiva: hace un par de décadas el país era más violento que hoy. Son por eso infundadas las dramatizaciones que pintan a México como uno de los territorios más inseguros del planeta. Héctor Aguilar Camín ha seguido esa pista para cuestionar el trabajo de una prensa que no ha logrado describir el contexto de nuestra violencia ni ha delimitado con claridad en los territorios que afecta. Así ha proyectado una imagen de inseguridad que no corresponde con las estadísticas. En algo tiene razón: la centralización de nuestros medios de comunicación proyecta la imagen de una crisis nacional de seguridad que no corresponde con la experiencia. Bien lo advertía Aguilar Camín: en un territorio europeamente seguro como Yucatán, la gente también cree que la violencia es su principal problema. Las angustias contagian.

Pero la báscula de los homicidios no parece ser el mejor medidor de la crisis de inseguridad que padecemos.

El énfasis cuantitativo pierde de vista el contexto de la violencia; su propósito, su lenguaje, sus efectos y, en suma, el rango de su amenaza social Hay que registrar, por supuesto, los datos de la violencia pero no podemos tomarlos como único registro. El meticuloso estudio de Fernando Escalante toma nota de un histórico proceso de pacificación en el campo que ha modificado sustancialmente la dinámica de violencia en el país. No estábamos al tanto de los muchos crímenes que se cometían constantemente en las zonas rurales, producto, en buena medida, de conflictos de tierra. Aquellos homicidios no salían en primera plana ni en los noticieros de televisión, pero eran muchos. Estos crímenes silenciosos han descendido en los últimos años al punto de hacer decrecer el índice nacional de homicidios. ¿Quiere decir esto que México está menos amenazado por la violencia que hace veinte años? No. La negación puede parecer paradójica porque, si bien los datos revelan que es menos probable que un mexicano muera violentamente hoy; también hoy es más probable que nunca que la violencia criminal infecte nuestra vida política, perjudique la actividad económica, defina nuestro futuro común.

La noche del 15 de septiembre de 2008, durante la celebración del grito de independencia en Morelia, cuatro personas murieron por el estallido de una bomba. Uno, dos, tres, cuatro. Ese es el agregado a la macabra cuenta de asesinatos. Pero, ¿no se le escapa algo a la adición? ¿No importa el hecho de que, a la tragedia de la muerte, se agrega la barbarie del mensaje? Esta semana, el candidato panista a la alcaldía de Valle Hermoso, Tamaulipas fue asesinado junto con su hijo y un trabajador de su empresa. Uno, dos tres. ¿No es relevante el hecho de que Mario Guajardo Varela participaba en un proceso electoral como representante de un partido y que su muerte sacuda la vida política de Tamaulipas? ¿Es irrelevante que la muerte sea, además de muerte, mensaje?

La violencia que hoy padecemos tiene características inéditas. Más allá de sus números, se trata de una violencia organizada que tiene como blanco el Estado y la actividad económica. Es una violencia que amedrenta a los cuerpos de seguridad y que extorsiona a los empresarios. No es la violencia ancestral, molecular y oculta. Es una violencia que se ostenta públicamente, que se regocija en su crueldad y barbarismo; es una violencia que ataca a la prensa, que intimida a los empresarios y desafía abiertamente al Estado. Por eso dudo que la violencia que padecemos pueda comprimirse en las celdas de una tabla estadística. Al dato hay que agregar calificativos que colorean la naturaleza de la criminalidad. La violencia de antes era contra unos; la de hoy, es contra todos.

Tomado de: http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/

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