jueves, 13 de mayo de 2010

Más allá de los ni-nis: los sin-ners

María Herlinda Suárez Zozaya*
herlinda@servidor.unam.mx


En algunos textos de Campus, precedentes al de hoy, me he referido al tema de los ninis. He comentado que, cuando menos en México, la gran mayoría (más de 80 por ciento) de los jóvenes que no estudian ni trabajan (de ahí que se les llame ni-nis) son mujeres, los más nunca han trabajado, dejaron de estudiar antes de cumplir 18 años y tienen como máximo nivel de escolaridad la secundaria.

Por lo general, la condición ni-ni se encuentra vinculada con la unión en pareja, aunque, según los resultados de la Encuesta Nacional de Juventud 2005, lo frecuente es que para cuando estos jóvenes se casan o unen en pareja, por primera vez, ya no trabajen ni estudien (es decir, ya son ni-nis) y que su dedicación principal sea “estar en casa”, la cual, por cierto, para la mayoría sigue siendo la de sus padres; 63 por ciento aceptó nunca haber vivido fuera de casa de su papá y/o mamá por más de seis meses. Casi uno de cada cinco declaró que en su familia hay violencia y más de 66 por ciento opinó que “hay que tener cuidado porque todos se quieren aprovechar de uno”. Para los ni-nis tener hijos y formar una familia son las cosas que más importan en la vida.

Por lo que muestran los datos, el imaginario social que asocia la representación de los ni-nis mexicanos con la lógica de las nuevas tendencias del capitalismo y la imposición de un proyecto de corte neoliberal, carece de sentido. Al analizar las características de los ni-nis mexicanos, no puede sostenerse la idea de que son resultado de la imbricación de los mercados y el desmoronamiento de los sistemas de principios basados en la protección que deben el Estado y sus gobiernos a la población.

Es cierto que los ni-nis mexicanos encuentran protección sólo en la familia, pero en realidad nuestros ni-nis (deberíamos hablar en femenino) nunca han esperado protección del Estado, porque la exclusión social de la que son víctimas tiene como fuente principal la prevalencia de los valores y prácticas patriarcales que todavía ahora diseñan y organizan a la sociedad mexicana, desde una determinada construcción simbólica de masculinidad y feminidad. Desde esta óptica, las mujeres no deben trabajar y sus estudios deben servir para que sean buenas esposas y madres.

En fin, lo que quiero enfatizar es que la problemática de los ni-nis no sólo tiene su base en un régimen social capitalista que produce y reproduce la división social, la fragmentación y el mantenimiento de grupos sociales con capacidades, recursos y posibilidades de satisfacción restringidas por el acceso desigual a los recursos existentes, sino también, y sobre todo, en valores y prácticas que vienen de antaño.

La novedad que ha traído la época que hoy vivimos es el desvanecimiento de la ilusión que mantenía a los y las jóvenes esperanzados en que si se esforzaban por tener una buena educación y un trabajo, entonces sus vidas quedarían resueltas. Propongo que se utilice la palabra sin-ners para referirse a la juventud de hoy en la cual puede observarse un enorme crecimiento de la asimetría entre capacidades y oportunidades.

Vale decir que las oportunidades existentes han quedado rezagadas respecto de las capacidades adquiridas y que, como consecuencia, las aspiraciones de los y las hoy jóvenes sin-ners poco se vinculan con los logros que esperan. Los sin-ners esperan poco de la educación que reciben respecto de los logros laborales y económicos, al tiempo que saben que sin la educación “adecuada” los excluidos no sólo serán sus anhelos, sino ellos, como miembros de la sociedad. Esto es un indicador de que los mecanismos de inclusión-exclusión social hoy funcionan conforme a una lógica que inhibe la proyección del presente en relación con el futuro y que, estando así las cosas, los sin-ners son jóvenes sin horizontes de esperanza.

En español, la diferencia de la conjunción “ni” y la preposición “sin” es que la primera representa una forma enfática de expresar una negación múltiple, tal y como la han experimentado y siguen experimentando muchas mujeres en México (ni-nis). La segunda, en cambio, denota carencia y falta de algo, por lo que se ajusta a la situación en la que hoy sienten estar y se encuentran tantos jóvenes mexicanos, hombres y mujeres (sin-ners). Desprovistos, como lo están, de cuidados y seguridades institucionales, y en un contexto en el que la competencia se promueve como forma de supervivencia, el sentimiento de estar en falta, de tener insuficiencias y de inferioridad ha marcado profundamente la condición juvenil en nuestro país. Y, además, como el fracaso se significa como incompetencia y se dice que las oportunidades están ahí, pero que son sólo para los mejores y no para los incapaces, los sin-ners son declarados, de entrada, sin capacidades para ser exitosos y seguir adelante.

Los sin-ners son vistos como culpables y merecedores de la situación de precariedad en la cual se encuentran y que muy probablemente no podrán remontar o, incluso, se recrudecerá. Claramente, hay un hilo invisible que une este imaginario con el significado de la palabra “sin”, en inglés, que la vincula con pecado. La relación implícita de la juventud con estar en falta y en pecado, tiene consecuencias graves. Genera un sentimiento social de miedo y peligro. Con ello se debilitan las posibilidades de construcción del vínculo social y de confianza social entre generaciones y, por supuesto, produce violencia hacia y desde los jóvenes.

* Investigadora del CRIM, profesora de la FCPS, miembro del Seminario de Educación Superior y del Seminario de Juventud de la UNAM.


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