Guillermo Sheridan
El Universal/11 de mayo de 2010
La semana pasada se efectuó el congreso del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), dependencia creada en 1984 por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT) “para reconocer la labor de las personas dedicadas a producir conocimiento científico y tecnología” (es decir, un sistema de pago por méritos). Hubo en ese congreso cientos de ponencias para discutir al sistema, siempre mejorable. Pertenezco a él desde hace años y, aunque en mi opinión funciona bastante bien, podría haber presentado unas ponencias.
El SNI cuenta con casi 17 mil esníferos que, en teoría, deben dirigir al menos una tesis cada tres años, es decir, que debe haber por lo menos 6 mil tesistas anuales. Ya desde ahí se complica la cosa. El porcentaje que se titula no es el que se quisiera y, además, existen ahora unas “modalidades de titulación” que permiten a los pasantes titularse con una tesina, o un artículo, o metiéndose al posgrado, o con un examen oral, o con un informe de trabajo, o de su trabajo social, o de campo, e incluso (es en serio) por tener buen promedio. Es extraño que las instituciones obliguen a sus académicos a dirigir tesis y, a la vez, le den a los pasantes tantas alternativas para no escribirlas.
Después hay que desear que el pasante elija a su director de tesis. Que los ingresos del académico dependan de algo no sólo ajeno a su voluntad, sino sujeto a la voluntad de otro, está creando un mercado negro de puntitos. Ya hay estudiantes que, conscientes del brete en que están los académicos, prácticamente subastan el papelito que dice: “El Dr. Fulano dirigió esta tesis”. Y, claro, no son pocos los académicos que firman el papelito aunque la tesis sea un desastre. Por otro lado, dirigir tesis presupone que uno tiene alumnos, es decir, que da clases. Pero hay universidades en las que ser investigador no incluye la obligación de dar clase ni, menos aún, la logística para hacerlo. Lo ideal sería: “usted, persona asalariada de esta universidad y experta en tal tema, dará clase en tal parte y en tal horario y punto”. Pero no es así. Los 17 mil esníferos tienen que dar clase, pero también los 30 mil que aspiran a ser esníferos. Un salón, un horario y un trozo de tiza se han convertido en artículos de lujo.
El asunto ese de las “modalidades de titulación” me lleva a mi segunda ponencia: ¿es justo que el doctorado de quien no hizo antes tesis y examen de licenciatura y de maestría valga, para todo efecto, exactamente lo mismo que el doctorado de quien sí las hizo? Vamos, a fin de cuentas el SNI y los programas de estímulos son, básicamente, sistemas de pago por méritos. Antes el mérito radicaba en merecer los tres títulos y hoy basta uno. ¿Es justo que este doctorado salteado valga tanto como el doctorado a pasitos? El SNI y las universidades deberían crear una categoría especial (el doctorado plus, o VIP, o ejecutivo) para quienes sí hicieron los tres exámenes, las tres tesis y, sobre todo, los tres trámites burocráticos: que en algo se les retribuya haber sido tan ingenuos.
Otra ponencia: lo de publicar en revistas internacionales en el campo de la literatura. Una revista no tiene calidad sólo por ser internacional. La Arizona Hispanic Review es internacional desde el punto de vista del SNI, pero provinciana desde cualquier otro. El requisito del “arbitraje” tampoco indica mucho. En cualquier congreso, luego de dos “margaritas” y de cantar “Cielito lindo” en la clausura , un académico recibe cinco invitaciones a publicar en esas revistas. Se manda lo que sea, siempre y cuando esté atiborrado de justicierismo, de solidaridad con las causas nobles, de corrección política y de los terminajos académicos de moda. Para los evaluadores vale más publicar ahí que en una revista mexicana “no académica”. Esto no deja de crear una paradoja: si entre otras cosas el SNI se creó para detener la fuga de cerebros hacia el extranjero ¿por qué depende de la publicación en el extranjero que un artículo valga para México? Misterio.
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