Epigmenio Carlos Ibarra
Milenio/28 de mayo de 2010
Tragedia sobre tragedia se cierne sobre uno de los hombres más poderosos del régimen: Diego Fernández de Cevallos. Tres veces desaparecido: primero, de manera al parecer violenta y aún misteriosa, de uno de sus ranchos en Querétaro; luego de los medios masivos de comunicación que, unos por decisión propia y otros por falta de información, lo desaparecieron de sus titulares, y finalmente del interés aparente de los más altos círculos del poder, cada hora que pasa y al ritmo que disminuye el peso de su suerte en el ánimo de la opinión pública, la vida del #jefediego corre más peligro.
Difícil creer que sus captores no hayan tomado en cuenta el impacto político que su secuestro tendría en el país. Menos todavía si nos atenemos al momento en que ocurre su primera desaparición con Felipe Calderón montado en el estribo y a punto de viajar al extranjero con su prédica de que México “ya está del otro lado”.
Secuestradores comunes que, por la foto de Fernández de Cevallos con el torso desnudo, los ojos vendados y huellas evidentes de golpes en el rostro, y sobre todo la manera en que fue distribuida, por la red, a periodistas y líderes de opinión, no lo parecen tanto. Guerrilleros, de una organización distinta del EPR, que ya se deslindó y que, por la misma foto (sin el tinte “humanitario y respetuoso” que caracterizaría un secuestro político) y el mensaje carente de todo sesgo ideológico que la acompaña, tampoco lo parecen tanto o miembros del crimen organizado que pretenden presionar de alguna manera al gobierno (hipótesis desechada por el propio FCH) o cobrarse alguna deuda con el controvertido litigante; cualquiera que lo tenga en su poder habrá calculado que todo el peso del Estado se le vendría encima.
Si bien su captura —un objetivo de alto impacto obtenido a bajo costo— fue relativamente fácil en virtud de la forma de moverse del propio Fernández de Cevallos, sus captores afrontan ahora el enorme peligro que significa mantenerlo en su poder, establecer el contacto inicial, conducir las negociaciones, cobrar el rescate (ya sea éste político o económico) y finalmente liberarlo con vida. El ex candidato presidencial, los saben muy bien, se vuelve para ellos una bomba de tiempo.
Un riesgo así sólo vale la pena en función del precio que, según los secuestradores, tenga la cabeza del #jefediego y el problema es que las dos desapariciones posteriores; la mediática y la del aparente interés del poder, devalúan notoriamente el valor de su víctima.
Aun moviéndose en las estribaciones del aparato gubernamental el Señor de la concertacesión, el conspirador de tiempo completo, seguía instalado, por más que ahora se le reduzca a la anécdota amistosa, en el centro neurálgico del poder político y económico.
Sus redes de influencia en el gobierno, los tribunales, las cámaras y los partidos, sus relaciones con el dinero y la Iglesia, su capacidad de maniobra y de colocación de cuadros a su antojo en los más altos puestos lo convertían en un aliado imprescindible y en un enemigo perfecto.
Ese peso, la moneda de cambio de la que pende su vida, ha sido sistemática y lógicamente disminuida desde el primer día —la fuerza de la razón de Estado que poco sabe de lealtades— por el propio Calderón.
Es el suyo un interés “amistoso” por la suerte de Diego Fernández, cuando más el de un conmovido “compañero de partido” para nada el del hombre de poder que, “haiga sido como haiga sido”, se sabe su deudor.
Y si, por esta voluntad de Calderón y su gobierno de zafarse, al menos en lo público de cualquier negociación, el valor de cambio para sus captores disminuye sustancialmente lo trágico para ese hombre, que por décadas lo pudo todo, esa misma acumulación de poder lo vuelve, de producirse una negociación o un rescate armado exitoso, un elemento perturbador para todo el aparato político.
Si ciudadanos como Isabel Wallace o Alejandro Martí, después de la pérdida de sus hijos, pueden poner al poder contra la pared, imaginemos lo que sucedería con un #jefediego en libertad habiendo sido él, directamente, víctima de la inseguridad reinante y contra la cual muy poco ha podido hacer, pese a sus muchas arengas y spots, el gobierno federal que, tampoco metió, al menos públicamente insisto, demasiado las manos para ayudarle.
Muy distinto sería el papel de Diego Fernández de Cevallos que el que tuvo en Colombia luego de su liberación Ingrid Betancourt. Pudo esta última ser, en tanto que su rescate fue bandera permanente del gobierno colombiano, trofeo para Álvaro Uribe y para su candidato Juan Manuel Santos.
Difícil imaginar en esa misma actitud pasiva a alguien que, como el #jefediego, distante de por sí del gobierno actual, puede capitalizar la tragedia a su favor y convertirse en gran elector.
Imposible, en estas condiciones, evitar el recuerdo del ex premier italiano Aldo Moro. Piedra en el zapato se volvió para sus captores; pieza de sacrificio para sus supuestos compañeros de partido y gobierno; mejor muerto que vivo resultó al final y para todos el pilar de la democracia cristiana.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com/
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